Viernes, 19 de Abril 2024

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- El Avión (...en serio)

Por: Jaime García Elías

- El Avión  (...en serio)

- El Avión (...en serio)

La advertencia de que el tema de El Avión —obvia decir cuál— se va a tratar en serio, es obligatoria…

Es imperativa, porque desde que el asunto se volvió noticia, la semana pasada, difícilmente un solo mexicano en uso de razón y en pleno ejercicio del derecho al cachondeo, se habrá abstenido de echar su cuarto a espadas en el concurso de cuchufletas, chistoretes y comentarios burlescos al respecto: desde los que irrumpieron por generación espontánea, ipso facto (hecha la declaración presidencial, surgido el chiste), hasta chungas formales —valga la paradoja— como la de la revista “Letras Libres”, al convocar a un concurso de cuentos (que casi seguramente generará abundante materia prima para la carcajada) a partir de una paráfrasis del celebrado cuento breve de Augusto Monterroso: “Y cuando despertó, se enteró de que había ganado la rifa de El Avión”.

-II-

El Avión —así, con mayúsculas, como corresponde a todo nombre propio— ha sido, en México, un símbolo…

Lo fue, inicialmente, tanto de la frivolidad como de la irresponsabilidad en el manejo de los recursos públicos de algunos de sus anteriores gobernantes. Que un país moderno disponga de un avión que permita el desplazamiento rápido y seguro de sus gobernantes, para atender con celeridad cualquier necesidad o contingencia —desde la presencia en reuniones “cumbre” hasta los casos de desastre en que la presencia del mandatario envía a los damnificados el mensaje de que todos sus compatriotas se solidarizan moral y realmente con ellos—, es pertinente y lícito. En cambio, que ese avión cueste lo que costó y esté provisto de los lujos del que ordenó construir Felipe Calderón, que disfrutaron

Enrique Peña Nieto y su corte, y satanizó el Presidente López Obrador, denota una insolencia ofensiva para las carencias y aun el hambre de los millones de mexicanos a los que se endosó la correspondiente factura.

Y lo es, hoy, de la necedad —por decirlo amablemente— de los actuales, porque desde que Antonio López de Santa Anna emitió (el 9 de enero de 1854, para más señas) el decreto —copia al carbón de una ley inglesa de 1696— que establecía impuestos sobre las ventanas, no se tenía conocimiento, en este país de todos nuestros pecados, de una resolución —u ocurrencia, de momento— más ridícula, disparatada y peregrina que la de la anunciada rifa del susodicho avión.

-III-

Colofón (con la venia de Ricardo Garibay): ¡Ay, señor: lo que ve el que vive…!
 

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