Jueves, 18 de Abril 2024

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... Y no sé ni lo que digo

Por: Martín Casillas de Alba

... Y no sé ni lo que digo

... Y no sé ni lo que digo

“Con pasos ligeros como de niño entró deslizándose una pequeña y sencilla mujer con dos suaves tiras de cabello rojizo y un rostro un poco como el de Belle Dove; no más austera -sin facciones llamativas- con un vestido blanco de piqué muy simple y exquisitamente pulcro y un chal azul de estambre y punto abierto. Se me acercó con dos lirios de día, que puso en mis manos de manera casi infantil y me dijo: “Esta es mi tarjeta de presentación”, con una voz de niña suave, temerosa, sin aliento -y añadió por lo bajo: “Discúlpeme si tengo miedo; nunca veo extraños y no sé ni lo que digo.”

Así describe T.W. Higginson a Emily Dickinson (1830-1886) en una carta a su mujer el mismo día que la visitó por primera vez el 16 de agosto de 1870 a la poeta que estoy encantado de descubrirla, desde que leí lo que escribió Bárbara Jacobs en La Jornada sobre las cartas que Pura López Colome seleccionó, tradujo, presentó y anotó para que lo publicara la UNAM como Cartas de Emily Dickinson: un campo minado.

No tardé nada en tenerlas en Kindle y empezar a seguirle la pista a esta criatura del Señor que no volvió a salir de su casa desde que tenía 26 años de edad en Amherst, Massachusetts, rodeada de árboles donde vivía con su familia y Carlos, su peludo perro. Pronto me doy cuenta que Emily tiene una manera de pensar-escribir original: irrumpe la conversación, incorporando imágenes con palabras -a veces con mayúscula y entre guiones- que nos llevan a interpretaciones diferentes como sucede en sus poemas.

Un día T.W. le preguntó si no le hacían falta tareas, en vista de que nunca iba a ningún lado y no recibía ninguna visita, al lo que le contestó Emily: “Nunca pensé en concebir siquiera que acaso podría abrigar la menor aproximación a una falta así en el futuro.” Al día siguiente, cuando se despidió, le dijo que “la Gratitud es el único secreto que no puede revelarse”, aunque por ahí había dicho que la Gratitud era “la tímida riqueza de quienes nada tienen.” 

La lectura es intensa. Dicen que puede tener su origen en sus carencias vitales, esas que “logró condensar en metáforas audaces de una originalidad sorprendente”, como el poema “Ample make this bed”: “Que la cama sea ancha tendida con cuidado; para esperar en ella la sentencia del juicio final admirable y justa.”

No volvió a salir de su casa desde 1856 y se dedico a hacer pan horneado y a escribir poemas epigramáticos con un solo pensamiento ingenioso o satírico de gran precisión y agudeza que hay que leer hasta dejarnos llevar por los vericuetos del inconsciente, ahí donde habita la verdad de las verdades.

“Después de mucho tiempo de no usar sus ojos, leyó a Shakespeare y se preguntó ¿por qué había necesidad de algún otro libro?... Mientras Shakespeare permanezca, la Literatura seguirá firme.”

Hay que caminar con cuidado y disfrutar de esa manera de pensar-escribir, con esos toques, sutiles y precisos, como si fuera una varita mágica que nos catapulta a otros niveles que complementan la idea original, como si fueran esos lirios que le entregó a T.W. como tarjeta de presentación. Sí, sus cartas son un campo minado.

En mayo de 1874 le escribió a su mentor que “las palabras de mayor amplitud son tan estrechas que con facilidad las tachamos - pero hay agua más profunda que aquellas que carecen de Puente”, y así, nos quedamos pensando.

Cuando T.W. le pregunta si ha visto a alguien, ella le contesta así: “pocos -ajetreos en ir y venir -constituyen mis “búsquedas” -y unos cuantos momentos de noche, salvo los Libros -mientras los demás duermen”, así es como piensa-escribe sabiendo que “la verdad es una cosa tan rara que es un placer decirla”, como aseguraba esta extravagante poeta, con la que me doy cuenta que yo también a veces, “no sé ni lo que digo.”

malba99@yahoo.com

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