Jueves, 25 de Abril 2024

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AMLO: de estatuas, egos y aplausos

Por: Diego Petersen

AMLO: de estatuas, egos y aplausos

AMLO: de estatuas, egos y aplausos

Duró menos que un hueso en el hocico de un perro. La estatua de López Obrador la inauguraron el 29 de diciembre y para el día primero había sido derribada y destruida. El derrumbe le hizo al presidente lo que el viento a Juárez, pero generó un huracán de expresiones de odio, de uno y otro bando en las redes sociales. La diferencia en esta ocasión, que no es menor, es que puso a la defensiva a los fans del gobierno lopezobradorista. Ahora fueron ellos lo que sufrieron la mofa, lo que estuvieron a la defensiva.

Le hicieron un flaco favor al presidente. Queriendo quedar bien, el alcalde saliente de Atlacomulco en el Estado de México, el morenista Roberto Téllez Monroy, mandó hacer una horrenda y débil estatua de cantera. Su partido había perdido la elección de julio pasado nada menos que contra la coalición opositora PAN-PRI-PRD y su periodo culminaba dos días después. Fue un último e improvisado chisguete de orines sobre el poste de parte de un perro derrotado. Quiso dejar una estatua de López Obrador en la cuna del más rancio priismo, símbolo nacional de la corrupción, como marca de una fallida transformación. 

La escultura fue vandalizada, la cabeza robada y de aquel zalamero homenaje solo quedó el ridículo. La torpeza del alcalde obligó al presidente a dar explicaciones que terminan siendo igual de inconvenientes, como que a él le basta el amor del pueblo, o que fueron los pobres, cuyo amor es casi eterno (sic), los que sacaron adelante la elección intermedia, o lo que es lo mismo, que fueron las clases medias las pusieron en aprieto el gobierno al quitarle la mayoría absoluta. Que a todos los quiere mucho pero que mejor le pregunten antes de tomar decisiones. 

El ego de los políticos es un animal insaciable. Necesita ser alimentarlo continuamente y los subordinados y funcionarios en edad de merecer lo saben. Todos pecan de lo mismo, pero renguean de diferente pata. A algunos políticos les obsesionan las primeras planas, aunque sean pagadas; a otros la popularidad y las encuestas; a otros la aprobación de la opinión pública y los intelectuales; a no pocos la aceptación en las clases altas y los clubes de ricos. Todos tienen un punto débil. El de López Obrador no son los monumentos, ni los nombres de calles y plazas, ni siquiera las encuestas, donde tan bien le va, mucho menos la aceptación de los ricos. Lo suyo son las masas, el alarido y el aplauso, la gratitud y la admiración. A él no le pongan un monumento, llénenle el Zócalo.

diego.petersen@informador.com.mx

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