Jueves, 28 de Marzo 2024

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Bien social e individual o botín político

Por: Augusto Chacón

Bien social e individual o botín político

Bien social e individual o botín político

Para efectos prácticos, es decir, para lo que tiene que ver con el día a día de cada cual, la libertad lleva a la democracia, no al revés. La democracia ha ganado el rango de santa, merecedora de un altar específico, de oraciones, de que prendamos incienso cívico para invocarla, meritoria de procesiones cada tres años y carne desabrida en discursos políticos. Así como ha sucedido al amor, a la religión, cuántos crímenes se cometen en nombre de ella; uno, dejar a la libertad en calidad de rehén si, según entienden los políticos la democracia, aquélla representa un peligro para esta última. Por lo que no es vano refrendar: la libertad conduce a la democracia.

Este énfasis, sobre una de las vertientes de la libertad, se hizo, en coro, el miércoles anterior en el foro que la Universidad de Guadalajara, su Canal 44 de televisión y la Fundación para la Libertad (que lidera el novelista Mario Vargas Llosa) organizaron: “Desafíos para la libertad de expresión. Hoy”. El escritor dijo en la inauguración: “sin libertad de expresión no hay democracia”. 

Del libro, bestseller en Estados Unidos en 2007, “The future of Freedom”, de Fareed Zakaria, algunas ideas, comentadas: el filósofo de la Ilustración, Benjamin Constant, explicó que para los antiguos griegos la libertad tenía el sentido de dar a todos (excepto a los esclavos, se entiende) el derecho de participar en el gobierno de la comunidad, las asambleas populares en aquella Grecia tenían poderes ilimitados en tanto que los derechos individuales no estaban consagrados en la teoría ni de facto protegidos (para cualquier duda, preguntar a los esclavos). En cambio, para el mundo que brotó de la Ilustración y de sus dos secuelas más evidentes en el siglo XVIII, la Revolución Francesa y la de Estados Unidos, lo llamamos con el acomodaticio término de “moderno”, la libertad es ante todo emancipar a los individuos de las arbitrariedades de las autoridades y del poder ciego, no pocas veces brutal, del Estado; lo que ahora significa libertad implica algunos de los derechos humanos básicos: libertad de expresión, de asociación, de suscribir la religión que cada cual desee. 

Recapitulemos: la libertad precede a la democracia, sin la primera, la segunda no es; Vargas Llosa se refiere a la libertad de expresión y afirma: sin ésta no hay democracia, porque ésta no es punto de llegada sino medio para edificar, sin fin, un mejor presente; de este modo, la libertad de expresión es evidencia de la calidad móvil de la democracia, de ahí que sólo las autoridades puedan conculcarla, la cosa es: cómo notar que así es, o que el Estado en su versión bruta atenta contra ella. Podemos valernos de un ejemplos extremo: el 23 de septiembre de 1913, Belisario Domínguez en la tribuna del senado dijo un discurso memorable, luego del Informe que el 16 del mismo mes rindió ante los diputados el presidente Victoriano Huerta, un fragmento: “La verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República, es infinitamente peor que antes: la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse (sic) a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad”, dos semanas después, el 7 de octubre, Belisario fue torturado y asesinado. Lo dicho por el senador hace 108 años no es raro escucharlo por estos días en alguna de las Cámaras respecto al presidente actual (y lo oímos referido a los anteriores), y no sólo, cada declaración de este tipo es replicada sin trabas por quienes la suscriben y por los que no. (Luego habrá que hablar sobre las nociones de verdad).

Ningún representante popular teme hoy al poderoso en turno, al menos no espera perder la vida por orden directa del presidente, de un gobernador o similares. Pero esto no supone que la libertad de expresión esté a salvo, porque entidades que juegan según la expresión de Zakaria, desde “el poder bruto del Estado” (el crimen organizado, empresas periodísticas o de comunicación serviles o francamente corruptas y los acomedidos que suelen interpretar al “jefe”) provocan lo que reseñó Belisario Domínguez: “prensa amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y sistemáticamente ocultando la verdad”, no por nada México es un país peligroso para ejercer el periodismo, el número de reporteros y reporteras asesinados desmiente el paso civilizatorio del tiempo. 

Ignorar o desestimar esto es lo que resulta amenazante cada que el presidente López Obrador se lanza contra medios de información o periodistas y comentadores, comentadoras concretos: no usa sino su lengua para señalar, según él, sin violencia y apelando a un derecho que como gobernante cree tener, aunque desestime que lo posee menguado; no obstante, para las y los periodistas honestos, para las empresas francas, es una invitación a irse con cuidado, porque el poderoso parecería estar más cómodo con quienes supeditan su libertad a las condiciones del mercado impuestas por él mismo, a pesar de que se engañe creyendo que su diatribas son lecciones de ética. Si la libertad de expresión estuviera en vilo por la acción de los poderosos constitucionalmente electos no habría temor de perderla: en esos momentos es más potente y útil, el problema es que la guillotina que pende sobre ella, fabricada por agentes del Estado, la pondrán en acción otros -ya lo hacen- ante la certeza que el presidente esparce: la libertad (de expresión) no puede ser sino la que él y sus aprendices de demiurgo determinen, para él no es previa o posterior a la democracia, es nomás uno de los dones que está en sus manos sancionar, otorgar o denegar.

agustino20@gmail.com

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