Viernes, 29 de Marzo 2024

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Cambiar, ¿para qué?

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Cambiar, ¿para qué?

Cambiar, ¿para qué?

Hace varias semanas ofrecí plantear algunas ideas a partir de dos reflexiones: cambiar, ¿por qué? y ¿para qué? Todos sabemos la respuesta: cambiar para mejorar en los diferentes órdenes de nuestras vidas. La enorme cantidad de modificaciones e innovaciones sufridas por el mundo en las últimas décadas nos obliga a adecuarnos a la realidad contemporánea, más aún cuando es evidente que, en comparación con otras naciones, nuestros estándares de bienestar son deficitarios. México pasó de ser un país agrícola de treinta millones de habitantes a una sociedad urbana con ciento veinte millones de mexicanos. Lo que ayer era vigente hoy ha dejado de serlo. Crecimos, la casa es ahora insuficiente, la ropa ya no nos queda y el sistema político no ha resuelto eficazmente nuestros problemas comunes.

No hace ni 30 años, el nivel de escolaridad y habilidades tecnológicas, aunque elementales, permitían ganarse la vida; hoy, para ello, es indispensable poseer conocimientos avanzados en cualquier rama del saber. Por otro lado, el torrente de información que fluye todos los días, a velocidad de vértigo, nos exige mejorar nuestra capacidad de reacción y adaptación. Ahora bien, no se trata de inventar el hilo negro o el agua tibia; el cambio solo requiere conciencia de su necesidad, voluntad y compromisos con uno mismo y con la sociedad. Hace muchos años se crearon los círculos de pensamiento, reflexión, o think tanks, que no son otra cosa sino puntos de encuentro para desarrollar inteligencia colectiva y aplicarla en la solución de nuestros problemas individuales o generales. ¿Qué se requiere para su funcionamiento? Un espacio físico (o virtual), unas cuantas sillas a prudente distancia, un pizarrón o su equivalente, información actualizada y un conductor, además de algo sustantivo: un discurso en donde se plantee qué no nos gusta, por qué y qué debemos hacer para alcanzar los objetivos deseados.

El cristianismo se propagó a partir de una narrativa que ofrecía “el Cielo” a quienes cumplieran con una serie de principios morales y de conducta pública. El discurso fue diseminado por un grupo de difusores, los apóstoles primero, y los evangelistas después, que se reunían en una asamblea -iglesia- y gravitaban en torno de una idea central: Jesucristo. Seguramente, podemos reproducir la experiencia: la idea central es México. La narrativa tenemos que construirla a partir de un análisis crítico de la realidad; nosotros seríamos los divulgadores quienes, reunidos física o virtualmente, podemos iniciar un proceso de reflexión cuyas conclusiones se conviertan en el ideario y, el premio, un México en el que prevalezca la Justicia. ¿Piensan que es difícil? Pues les comento que hay quienes lo están haciendo. Un grupo de amigos sostiene, con mucho éxito, un proyecto denominado “Mi Familia en Defensa de México”, al que ya se han integrado más de 1, 500 personas preocupadas por el futuro propio y de sus hijos. Razonado el voto, podremos mejorar nuestro país, solo se requiere un poco de amor por la Patria y unos minutos de nuestro tiempo. ¿Verdad que es fácil?

eugeruo@hotmail.com

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