Viernes, 29 de Marzo 2024
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“Continuando nuestra plática semanal”

Por: Carlos Enrigue

“Continuando nuestra plática semanal”

“Continuando nuestra plática semanal”

La pasada semana sufrimos la pérdida de un ser querido, lo que provocó que este su amigo no tuviera ánimos para afrontar nuestra charla, pero con ayuda del Creador y con el tiempo superaremos esa sensación de ausencia con la que permanecemos los que nos quedamos en este valle de lágrimas. Y, además, me sirvió para reafirmar con alegría el haber sido receptor del apoyo inmerecido de muchos, muchísimos amigos, algunos de los cuales no conozco personalmente y tan sólo tenemos relación por este medio, pero a todos y cada uno de ellos vaya mi agradecimiento por su apoyo que me confortó en la pena. Gracias, muchas gracias. De la misma manera debo agradecer a muchas autoridades -que por haber sido muchas no menciono en particular- por el trato humano hacia la familia; hecho lo cual sigamos con nuestra conversación.

En la Guadalajara provinciana en la que viví mi ya lejana infancia, no recuerdo hubiera estaciones como ahora, en aquel tiempo sólo había temporada de secas y temporada de aguas, que según los rituales de la época comenzaban con San Antonio (el 13 de junio), aunque no lloviera y terminaban en San Francisco (4 de octubre), aunque siguiera lloviendo; y ya los muy puntillosos establecían la temporada de fríos -que por cierto siempre ha sido espectacularmente corta, pero útil para que los tapatíos nos quejemos del clima, siempre extrañando el otro.

Pero las aguas siempre han pegado con furia bíblica, como ejemplo no sé si escucharon la semana pasada una mega tormenta de rayos y siempre ha sido un aguadal terrible que sólo parece asombrar a las autoridades, quienes cada año parecen sorprenderse por lo que llaman tormentas atípicas que, según yo, son las típicas precisamente; estas autoridades que cada año se muestran sorprendidas parecen desconocer esto, así como ignoran que Guadalajara se inunda, pues desconocen esto, al igual que ciertos arquitectos —los que diseñaron unas nuevas estaciones del tren—, con un diseño que cuando haga calor se parecerán más que a estaciones de París, a los hornos de Hitler por el bochorno que se generará bajo esos cristales, pero se lo explica uno porque ellos deben de ser de fuera.

Por aquel tiempo vivíamos por la calle López Cotilla, la que hasta donde recuerdo no estaba pavimentada y al llover se hacía una corrientona de lujo que permitía algo que en la actualidad, con absoluta seguridad, debe de estar condenado por las autoridades de la salud, que tanto se preocupan y desvelan por nosotros. Pero entonces, que éramos bastante más inconscientes, era motivo de gozo que los niños nos pusiéramos a bañarnos en la corriente y si había caído granizo, comernos los granizos e incluso permitía que por las tardes buscáramos alguna propina poniendo tablas para que las personas que iban al rosario no metieran los pedales a los restos de la corriente.

En fin, todo cambia y lo típico de antes es lo atípico de ahora.

@enrigue_zuloaga

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