Viernes, 19 de Abril 2024

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Cuando el inconsciente nos llama

Por: Martín Casillas de Alba

Cuando el inconsciente nos llama

Cuando el inconsciente nos llama

Es curioso cómo va uno conectando ciertas cosas y algunos sentimientos que son parte del abanico de emociones que fluyen, sin importar el tiempo que ha pasado. No sé por qué uno de estos días, de la nada, se me antojó oír Peer Gynt de Grieg, basada en la obra de Ibsen. Lo hice con la Filarmónica de Bergen y Edward Gardner a la batuta. 

El tercer movimiento, La muerte de Aase (9:15 a 13:40 min.), lo conecto con la experiencia catártica que me sacudió cuando vi la obra de teatro dirigida por Carlos Corona con Rodrigo Vázquez como Peer en el momento en que éste llega a la cabaña y encuentra a Aase, su madre, moribunda.

Esta escena la asocié con lo que me pasó en 1991 cuando iba a ver a mi madre a Guadalajara, cuando todavía tenía su cabeza claridosa, aunque el resto de sus facultades estaban venidas a menos y tenía dificultades para respirar y seguir con vida; comía poco y ya no podía hablar, entonces, se comunicaba con señas o con los ojos, unos ojitos sumidos que le brillaban cuando de repente respiraba sin tener la angustia del sofoco. 

Me sentaba a su lado y le contaba historias: que si esto y lo otro o lo demás allá... pero, cuando la dejaba, quedaba hecho polvo, como me pasó cuando vi Peer Gynt y éste llegaba a ver a su madre “crispando nerviosa sus manos sobre las sábanas de la cama, donde estaba acostada”, esperando que llegara su hijo.

Grieg interpreta la muerte de Aase como si no hubiera leído esa escena de la obra de Ibsen cuando muere mientras su hijo, evadiendo la realidad, juega con ella como lo hacía de niño: un trineo y la manta de piel era la capota y el piso era un fiord cubierto de hielo antes de soltar las riendas para volar. 

Por eso, me parece que la interpretación de Grieg no expresa la escena de la obra. Tal vez representa lo que pudo haber sentido Aase mientras moría, sin importar que, de entrada, le decía a Peer que ya se quería ir y él le propone llevarla al palacio de Soria-Moria donde dan una fiesta el rey y los príncipes: 

-¿Estaré invitada? -le pregunta Aase. 

-Sí, claro, los dos estamos invitados. ¡Arre, caballo arre! ¿No tendrás frío madre? ¡Date prisa, Grane, caballo mío! ¡Ya llega Peer Gynt con su madre!... ¿Qué dices señor San Pedro? ¿Qué no dejas entrar a mi madre? Pues, por mucho que busques, no encontrarás otra mujer más linda… Hoy, ya no viene tanta gente honesta de provincia… ¡Vamos! ¡Ahí está Dios Nuestro Señor! ¡Pronto tendrás tu merecido, San Pedro! -ahuecando la voz, simulando, le dice- ¡Deje esos modales tajantes!... ¡Madre Aase, puede pasar! (Se ríe y se vuelve hacia su madre.) ¿Lo ves? ¡Ya lo sabía yo!... ¡Madre! ¡No me mires así! ¡Habla, madre! ¡Soy yo, tu hijo! ¡Ah!, sí… Grane, ya puedes descansar, ¡ha terminado el viaje. (Le cierra los ojos y se inclina sobre su cuerpo.) 

Grieg no consideró esta escena. En cambio, nos ofrece una versión delicada y sutil del proceso de muerte, sin tomar en cuenta que en la obra su hijo la lleva por el mundo de la fantasía y juega con San Pedro para que la dejen entrar al cielo.

¿Cómo expresar esto musicalmente? No lo sé, me hizo falta oír algunos cascabeles de Grane o algo así, aunque, de todas maneras, recordé aquella vez que vi la obra de teatro antes de salir corriendo, paliacate en mano, después de esa escena: se había colmado la grieta y, de alguna manera, se apaciguó el dolor que volvió a acompañarme. 

De pronto, al terminar de escribir esta nota, me doy cuenta que, justo este mes, hace treinta años, terminó el viaje de Mina, mi madre y, por eso, tuve el impulso para oír la versión de Grieg: ni hablar, cuando el inconsciente nos llama, es por algo.

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