Viernes, 19 de Abril 2024

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El Día de difuntos

Por: María Belén Sánchez

El Día de difuntos

El Día de difuntos

En México, el día de muertos o de difuntos siempre es fiesta.

¿Tristeza, melancolía, lágrimas, evocación, añoranza? Todo esto y mucho más, pero siempre en clima de fiesta.

Hoy es día para visitar los cementerios, llevar flores, muchas flores, permanecer allí largos ratos, comer, jugar, cantar, y desde luego también llorar... porque el recuerdo aflora desde muy dentro del alma y es preciso expresar todo lo que hay en el fondo del corazón, desde evocar los momentos buenos, y también hacer memoria de aquello que a lo mejor necesita pasar por el tamiz del perdón.

Dicen que los mexicanos no respetamos a la muerte, y eso es una auténtica falsedad, porque a tal grado se la trata con tanto cariño como en ningún otro lugar. Hay que ver cómo se adornan hermosamente los Altares de muertos y cómo se viste lujosamente a “las catrinas” que descaradamente nos la representan. 

Y en cuanto al vocabulario que a veces raya en la confianza y hasta en el hablarle bromeando como a los más cuates. Sólo en México se bromea y se hace tanta fiesta a la muerte, por eso el vocabulario es tan amplio, con tanto sabor a folklore que sin pensarlo ni desearlo se vuelve fascinante.

Para hablar de una persona que murió o falleció, simplemente decimos: 

-Dios se acordó de él -o de ella-. Pasó a mejor vida, o bien, se fue a la casa del Padre. Ya está en la Gloria.

O bien comentamos que: “tranquilamente expiró…” Y hay muchas y muy variadas formas de decirlo: 

-Partió. Ya nos dejó.  Ya está con Dios.  Pasó a mejor vida. En el cielo nos espera. Se nos adelantó…

Pero en el grupo de tus amigos preguntas por la ausencia de aquél que era el alma de la conversación, que para todo tenía una palabra chusca, una broma, y hasta un chiste… no sin asombro escucharás: 

-“Ya se fue” y si preguntas: 

-¿Se fue? ¿a dónde?  Te dirán sin empacho:

-“Se petateó, ya piró”… 

-¿Cómo es eso? ¡Tan saludable que se veía…!

-Ya ves, así, sin previo aviso, “Chupó faros”, “colgó los tenis, y nos dejó… 

Se lo llevó la pelona. - La calaca vino por él, - si no es que fue “patas de cabra” o “patas de catre…”

-No es posible…

-Así es. Se lo cargó el payaso, y se fue de minero a cavar la tierra… 

*    *    *

Y no faltan los chistes, como el de aquel que se rapó para que la muerte no lo reconociera… y cuando estaba escondido ente la multitud llegó aquella con guadaña y todo: diciendo: ando buscando a uno llamado Ramón, pero como no lo encuentro, por lo pronto me llevo a este pelón.

O a aquel otro que se fue a Chapala porque había visto a la muerte en el Mercado Alcalde. Y cuando a ésta le reclamaron por qué había asustado a aquel pobre hombre, la muerte dijo: 

-Si la asustada fui yo, ya que tenía que llevármelo esta misma tarde, pero desde Chapala… 

*    *    *

Y ya hablando con más seriedad mirando el tema desde otro punto de vista, no puedo menos que citar a un poeta cubano que vivió y murió en México: Eliseo Alberto Diego que decía:

Los mexicanos me han convencido de que la muerte no es más que una forma distinta de estar vivos. Para este pueblo mágico de sabiduría milenaria, los difuntos están apenas ausentes, distintos, pero jamás perdidos. 

Lo que llamamos “vida”, es sólo un capítulo público de la eternidad.

Hay puentes invisibles que conducen y hacen pasar, hasta a los santos más canijos, sin dramatismo, a la eternidad.

La realidad es una, aunque doble, pues la comparten por igual dos mundos diferentes entre sí gracias a un secreto pasadizo que los une. 

Tal convicción explica que el día de muertos, las familias enteras almuercen sobre las tumbas, tacos de canasta, chilaquiles, enchiladas… y que en cada brindis les reclamen el haberse anticipado… 

Es muy explicable que en ese día les lleven mariachis o tríos y que les cuenten todos los detalles de sus planes, angustias, esperanzas y pendientes, abrumándolos, entre mezcales, con la confianza de siempre.

*    *    *

Y resumiendo: Todos los disfraces y adornos y bromas con las cuales tratemos de vestir a la muerte, no logran cubrir nuestro secreto temor al acercarnos a ese momento en que nos tocará traspasar el umbral de “la vida”, ni tampoco logran restañar la herida y el dolor que nos deja la ausencia de los que nos precedieron, aun sabiendo que está en pie la promesa divina de una prolongación de esta vida, sin límites de tiempo y espacio. Y la certeza también que nuestros seres queridos oran por nosotros ante Dios y que desde ese lugar incomprensible que llamamos cielo, nos bendicen con amor.

Por eso unimos esta fiesta con la del día anterior: recordamos a Todos los Santos: esas personas que vivieron nuestras mismas inquietudes, dolores y problemas, pero que nos dejaron una huella de buen ejemplo y que nos siguen invitando a vivir de tal manera, que un día se evoque nuestro nombre con cariño y con el recuerdo hermoso de alguien que con íntima certeza podemos llamar “nuestros santos”, porque ya están con Dios. 

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