Miércoles, 24 de Abril 2024

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El eterno retorno o permanencia involuntaria

Por: Augusto Chacón

El eterno retorno o permanencia involuntaria

El eterno retorno o permanencia involuntaria

José López Portillo gobernó según el esquema presidencialista que nos distingue, en los lindes de una de las acepciones para tirano: “Que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia, o que, simplemente, del que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario”, y apenas en los lindes porque el arreglo político estipula que padezcamos tiranías con fecha de caducidad. Locuaz, a falta de otros méritos, López Portillo dejó una colección de frases para que no olvidemos, a pesar de los intentos del presidente actual, que antes es hoy siempre todavía (si parafraseamos al poeta Antonio Machado); una de ellas, tal vez la más citada, de 1977: “México, país de contrastes, ha estado acostumbrado a administrar carencias y crisis, ahora el petróleo, en el otro extremo, tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia”.

En la referida conseja afirmó que México ha estado acostumbrado a administrar dificultades y privaciones, con lo que despersonalizó la administración pública para encomendarla a la patria, o sea, a nadie en particular, y los resultados del nombre del país en calidad de administrador (de acuerdo con López Portillo) fueron que no pudo volver benéficos para todos otros postulados de sexenios previos: “el cuerno de la abundancia, nacionalismo revolucionario, el milagro mexicano, la paz social”. Pero, quiénes específicamente fueron los incapaces, porque México es una delimitación geopolítica, un sentimiento, es un conjunto de signos culturales agrupados, una nacionalidad para efectos administrativos y deportivos, y es, sí, una emoción, jamás un ente al que podamos encomendar la dirección de asuntos objetivos. Luego, en la misma expresión, el presidente dio un giro, por el descubrimiento de ubérrimos campos petroleros: tenemos que acostumbrarnos a administrar la demasía, afirmó, y obró su magia: que México se haga cargo de regentear, cuando de obstáculos se trate, pero si se apersona la riqueza surge un nosotros nítido y codicioso que los bienintencionados podrían interpretar: es que México somos todos, pero atenidos a las consecuencias, cuarenta y cuatro años después, refutemos esa lectura: hubo un nosotros para el que la profusión de dinero fue venturosa, y asimismo un México que siguió en lo suyo: lidiando con problemas y penurias añejos.

Las actitudes del presidente en aquel punto de inflexión tuvieron derivaciones que llegan a estos días: abrió más la cañería de la corrupción, adquirió deuda como si no cobraran intereses, sobregiró las arcas públicas, etc., en medio de ampulosos debates sobre qué hacer con tan súbita opulencia: reservar el petróleo para garantizarnos el abasto o aprovechar de inmediato el golpe de fortuna para no depender de créditos, “vivir sin deuda” se decía, se soñaba. Al cabo, no sucedió lo pretendido: la riqueza llegó montada en un discurso y se fue prácticamente como si nada. El débito nacional alcanzó su apuro más intenso diez años después y al cabo salió de él porque llegó quien lo gestionó mejor: lo extendió en el tiempo atenido a reglas impuestas por los acreedores (Consenso de Washington), en suma, no pagó, ganó su confianza. 

La infraestructura y los servicios del Estado que pudieron haberse incrementado, en cantidad y calidad, siguieron el derrotero de costumbre, asociado a la política más constante de nuestros gobiernos: otorgar lo que es su voluntad; la atención a la salud no corresponde, ni de cerca, con el grado de aquella anunciada exuberancia, el nivel promedio de escolaridad de la población es 9.7 años (hace una década era de 8.6), secundaria completa y unos meses de prepa. Si evaluamos el sector energético, las carreteras, caminos, los puertos, aeropuertos y servicios de comunicación (con todo y el espejismo que representan los celulares e Internet, su acceso es disparejo y la calidad y el costo son altos) tal parece que no hubo algún auge de oro negro, y agreguemos la destrucción sistemática del patrimonio de la empresa que debió estar en la primera línea de la administración del copioso caudal, Pemex. Pero hay un rasgo contemporáneo, acentuado en décadas, que evidencia que los responsables de administrar a México no supieron qué hacer para que aquella abundancia fuera más que renglones del Informe presidencial: la desigualdad, que deja a la mayoría en manos del México que administra crisis y carencias, y al nosotros -siempre los mismos- capaz de mantenerse próspero en medio de lo adverso.

Lo anterior es la visión de bulto. De estado en estado, de municipio en municipio, crisis, carencias y abundancia se miran y se viven de manera diferenciada. Luego de que el gobierno de la República decidió compartir los “dividendos” de Pemex, los mandatarios de los estados libres y soberanos armaron su propio nosotros e hicieron lo conducente. En el trance, y asimismo como secuela de la obligación de atenerse a reglas forzadas por los dueños del dinero, los gobiernos locales, digamos los de Jalisco, aprendieron que aquello que el erario federal no provee puede obtenerse vía crédito, a condición de mantener finanzas sanas. Porque también es necesario reconocer eso que sí trajeron bajo el brazo los ricos “veneros que escrituró el diablo”: la certeza de que no era necesario pagar tantos impuestos.

La bonanza petrolera pervive asociada a dispendio, burocracia, a cortoplacismo y a sucesivos “apretones de cinturón” por la deuda que debíamos pagar; pero fue también uno de los goznes del portón por el que el populismo tuvo acceso. Aunque la salida hacia regímenes democráticos en los que primen el estado de derecho y la libertad es posible, si la calidad de vida de las personas mejora, y únicamente sucederá si se edifican los elementos para que el empleo, la producción, la seguridad, la educación, la salud, el cuidado del medio ambiente, y si los servicios y la asistencia públicos se proveen en la lógica de privilegiar a las y los vulnerables. Pero los pronósticos no son buenos: quienes debieron aprender están anclados en el pasado y los más avezados, en la coyuntura; mientras, los que gobiernan regalan dinero y fama, para al menos no fallar en el rubro: peor es nada.

agustino20@gmail.com

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