Jueves, 28 de Marzo 2024

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El miedo y el atentado

Por: Mario Luis Fuentes

El miedo y el atentado

El miedo y el atentado

Luego del atentado perpetrado en contra del Secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, el Jefe del Estado mexicano emitió un mensaje en el que sostiene que vivimos una semana difícil. En el texto del tuit en el que se presenta el video explicativo del presidente, se puede leer: “Esta semana fue difícil, pero es más poderosa la voluntad de los mexicanos para salir adelante. No perdamos la fe, venceremos”.

Más adelante sostiene que “la naturaleza es caprichosa”; y en el caso de la violencia reitera que se están atendiendo las causas que la generan. En ese sentido, quizá la frase que más genera sorpresa es: “Tenemos miedo porque somos seres humanos, nada más que hay una diferencia importante: no somos cobardes”.

De acuerdo con los datos oficiales, entre enero y mayo de este 2020 se han perpetrado 14,631 homicidios dolosos en México, es decir, 97.5 víctimas de asesinato por día. Ese es el contexto en el que se registró el reprobable atentado del pasado viernes en plena sede de los Poderes Federales.

Azora que el presidente reitere que lo que vimos en contra de Omar García Harfuch tiene como origen el hecho de que los jóvenes no tengan oportunidades; porque si bien el diagnóstico que vincula a la delincuencia con la pobreza podría ser útil en lo relativo a la delincuencia común, la cuestión del crimen organizado y el poderío logístico, de recursos financieros, humanos, y la capacidad de fuego de la que hicieron alarde, obedece a una lógica radicalmente distinta.

El presidente sostiene que no va a combatir al crimen con balandronadas y llama a todos a “que nos portemos bien”; pero si esta declaración es comprensible en el ánimo la congruencia con la narrativa de su campaña política, lo cierto es que el Estado mexicano no puede trivializar el tema argumentando que se trata de un ataque en respuesta “al buen trabajo que se está llevando a cabo”.

Utilizar armamento propio de operaciones de guerra en el Paseo de la Reforma, la principal avenida de la Ciudad de México, por su historia y simbolismo, constituye un desafío a las instituciones del Estado mexicano, pues a las cuestiones evidentes, relativas a cómo es posible que en una zona híper vigilada por cámaras y elementos, alrededor de 30 personas puedan circular armadas hasta los dientes, se añaden las relativas al terror e impacto moral que este tipo de eventos tienen entre la ciudadanía.

Ahora que se discute la visita del presidente de la República a su homólogo en los Estados Unidos de América, no puede descartarse que, como parte de la presión diplomática y política, se retome la idea ya esgrimida en aquel país, relativa a clasificar como terroristas a los grupos del crimen organizado en México.

Asimismo, lo que se vivió el pasado viernes no es una amenaza; es la materialización de una declarada ofensiva del crimen organizado en contra de las autoridades de seguridad pública del país. Pues si esto pudieron organizar en contra del jefe de la que es considerada la mejor policía local del país, es evidente lo que podrían conseguir -si se lo proponen-, en contra de autoridades estatales, sobre todo en aquellas entidades que están bajo el fuego de las armas asesinas de la delincuencia.

El presidente sostiene que no le va a declarar la guerra a nadie. Pero lo que debemos preguntarnos es si este evento no constituye una declaración de guerra de este cártel y sus aliados en contra del Estado mexicano. Ese es un escenario que no puede descartarse y mucho menos minimizarse; porque una cosa es que la ofensiva no la genere el gobierno, y otra muy distinta es que, ante el calibre de la violencia desplegada, la reacción sea seguir haciendo lo mismo que se estaba implementando, en todas las áreas del gobierno, hasta el pasado 26 de junio.

El Ejecutivo ha sostenido que no es cobarde; y es sin duda un mensaje de aliento a la ciudadanía; pero hoy lo que urge es que las instituciones sean capaces de imponer, rápida y eficazmente, el Estado de derecho. La cuestión es mayor, porque de ello depende en buena medida la posibilidad de una auténtica transformación de México. 
 

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