Viernes, 19 de Abril 2024

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El negacionismo y sus consecuencias

Por: Diego Petersen

El negacionismo y sus consecuencias

El negacionismo y sus consecuencias

¿Vacunarse es un derecho o una obligación? La pregunta desata pasiones y pone frente a frente a familias y comunidades en todo el mundo. El discurso del presidente francés, Emmanuel Macron, en el que anunció nuevas políticas y restricciones para los no vacunados, puso el dedo en la llaga: “Ya no tengo ninguna intención de sacrificar mi vida, mi tiempo, mi libertad y la adolescencia de mis hijas, así como su derecho a estudiar adecuadamente, por quienes se niegan a vacunarse. Esta vez ustedes se quedan en casa, no nosotros.”

Quienes defienden el derecho de cada persona a no vacunarse, más allá de las razones, que a muchos nos pueden parecer verdaderamente absurdas, ven la salud como algo estrictamente personal. Quienes consideramos que la salud es un asunto social, que vivir en comunidad implica entre otras cosas hacernos responsables los unos de los otros, pensamos que vacunarse no es un asunto personal sino de responsabilidad social.

La cosa se complica porque la vacuna se convirtió en un tema de creencia. La crisis de credibilidad de las instituciones políticas y sociales resulta un caldo de cultivo ideal no sólo para la duda sino para la charlatanería. Tenemos razones de sobra para sostener que los laboratorios productores de medicamentos han lucrado inmoralmente con la salud de las personas; para dudar de nuestras instituciones de salud que no han sido honestas en su información; para cuestionar un modelo de medicina mercantilizado. Pero una cosa es poner en duda los usos y maneras de lucrar con el conocimiento científico y otra muy distinta es otorgar validez a formas de conocimiento “alternativas” difundidas por supuestos “expertos” a través de redes sociales.

El negacionismo está asociado con visiones complotistas de la realidad, por ello suele tener mayor repercusión en los grupos extremistas de todos colores. El negacionismo no es, pues, inocuo, está asociado a visiones políticas que viven en el pánico moral como los supremacistas blancos en Estados Unidos, el Frente Nacional de Le Pen en Francia y grupos de extrema derecha en México, o a grupos de izquierda que piensan que el mundo está controlado por unas cuantas mentes perversas dueñas del capital, que todo esto es invento de unos cuantos ricos para explotar a los más pobres y concentrar la riqueza. Su medio preferido es Facebook y comparten cuanta información reafirme su visión complotista, desde que la vacuna esteriliza a las mujeres hasta que a través de las vacunas se controlará el código genético de las personas.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud, nueve de cada 10 pacientes hospitalizados por COVID-19 las últimas semanas son no vacunados, sea porque el esquema no ha llegado a su rango de edad, sea porque no quisieron vacunarse. El problema no es si ellos quieren ponerse en riesgo, sino que en la convivencia social atentan con la salud de otros y, peor aún, facilitan las mutaciones del virus. 

El tema de fondo, más allá de las creencias individuales, es cuál es el papel del Estado en temas de salud pública y cuál nuestra responsabilidad como seres sociales. El complot, diría Umberto Eco, tiene tantos adeptos porque los exime de toda responsabilidad.

diego.petersen@informador.com.mx

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