Desde que asumió el mando, Enrique Alfaro se comprometió a atender de manera personal la crisis de desapariciones que registraba Jalisco a finales de 2018. Había más de siete mil personas en esa situación; hoy son 15 mil 372. La realidad se impuso a las buenas intenciones.En su arranque de sexenio, Andrés Manuel López Obrador aseguró que, en sólo tres años, la incidencia en homicidios dolosos reduciría a la mitad. Llamó a los delincuentes a “no hacer sufrir a sus mamás” y suavizó su política de seguridad: abrazos, no balazos.Seis años después, la administración de la esperanza terminó con 199 mil 619 asesinatos: la cifra más alta desde que el ex presidente Felipe Calderón abrió la Caja de Pandora. De nuevo, la realidad se impuso a las buenas intenciones.Este año, la lógica se mantuvo. En las campañas por las alcaldías, gubernaturas y presidencia de México las buenas intenciones estuvieron siempre en la voz de cada candidata o candidato. ¿Y la realidad?La realidad es que cambiar la lógica de un país convulso, como es el México de 2024, no basta con buenas intenciones. En su infinita soberbia, quienes integran los gobiernos suelen emborracharse de poder y ejercerlo desde un púlpito mañanero o desde un banquito. Nunca a ras del suelo.Las pruebas de esto se viven en todos los aspectos. Si la autoridad no recorre las carreteras del territorio que está bajo su jurisdicción sin un convoy de camionetas blindadas que la proteja… pues es porque desconfía de la seguridad que ésta afirma que está garantizada.Sin un fotógrafo y dos guardaespaldas al lado, la misma autoridad jamás usaría el transporte público que, jura, vivió una transformación histórica durante su guardia.Lo mismo ocurre al hacer las compras, pagar en el banco, esperar en la fila de una recaudadora o, simplemente, conducir. Esa, la realidad que viven los de abajo (Mariano Azuela dixit), simplemente no la han experimentado nunca y, entonces, no la pueden transformar.Por estas razones es que impera la desconfianza al cambio. Aquí ya vinieron a tocar la puerta para garantizar transformación, refundación y bienestar. Nada de eso ocurrió. Ahora el sello de la casa es gobernar “al Estilo Jalisco” (¿Por qué nunca pierde y, cuando pierde, arrebata?) y tampoco es que haya objeción… pero sí mucho escepticismo.Porque cada quién sabe dónde le aprieta el zapato, lograr que las buenas intenciones expuestas en campaña se impongan a la realidad resulta una tarea dantesca. Pero sí puede hacerse algo.Como ciudadano, no basta con salir de casa y ver tus calles alumbradas y en buenas condiciones; tampoco con que el camión pase a tiempo y te garantice un viaje seguro. Para que nosotros los incrédulos volvamos a creer en que el modelo de gobernanza tiene futuro es necesaria una verdadera política de cambio, en donde quienes toman decisiones conozcan a la gente que gobiernan.No pedimos mucho: una comunicación constante y clara que explique las decisiones que se toman con datos accesibles y formatos entendibles; que haya resultados visibles y se prioricen proyectos rápidos y de alto impacto que mejoren la vida cotidiana… y no necesariamente cumplan un capricho mundialista.¿Qué tal si se ofrece tantita cercanía y empatía? Que las y los gobernantes se acerquen a su gente y la escuchen es la única manera de atender el verdadero clamor ciudadano.Y para cerrar, ¿qué tal si se acostumbran a rendir cuentas de manera regular, reconocer errores y enmendar la plana si es necesario? Al final del día, su nombre y su legado quedarán rubricados en la historia. Pero hay dos extremos en ella. Tú, autoridad en turno, sabrás si quieres ganarte el buen recuerdo que ya proyectaste… o decides huir de tu Entidad y tu país inmediatamente después de entregar la estafeta.Se puede, me cae. Nomás se necesita tener tantita madre.isaac.deloza@informador.com.mx