Viernes, 19 de Abril 2024

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Lecciones del Uber jalisciense

Por: Salvador Camarena

Lecciones del Uber jalisciense

Lecciones del Uber jalisciense

Este fin de semana aprendí una palabra y un concepto. Liebrero es el término incorporado a mi léxico. Tiene que ver con Uber, pero sobre todo con nuestra manera de no arreglar las cosas.

Al aterrizar el viernes en Guadalajara me conecté a la plataforma del mencionado sistema “entre particulares”. El costo del viaje a una zona habitual para mí era de 210 pesos. Más caro de lo normal, pero por el día y la hora no tan sorpresivo el sobreprecio, y aún más barato que el taxi “oficial”. Clic.

A los pocos segundos comenzó mi aprendizaje. Víctor, el conductor del Uber asignado, estaba con su Chevrolet Beat a pocos minutos; me mandó estos mensajes: “Por el momento solo estoy recibiendo efectivo”, “Ya que estamos complicados al subir pasajeros porque los federales nos están multando”, “El costo de su viaje sería de $370”, “Gusta que pase por usted”. Respondí que esa no era la cantidad que ofrecía la plataforma. Contestó: “Lo más seguro es que no lleguen por usted, como le digo están multando, mucha suerte” y canceló.

Pedí otro. El tiempo de espera mientras localizaban nuevo conductor subió a 14 minutos, y algo me dijo que la dinámica se repetiría. Me resigné a tomar un taxi “oficial”, uno de los pocos que he contratado en ese aeropuerto desde que apareció Uber en nuestras vidas. Mismo destino: 360 pesotes. Los despachadores ya ni saludan, total, somos cautivos. Desde siempre saben que, o se ayudan entre ellos, o todo les costará mucho más.

Me fui en un taxi donde el chofer se afanaba en sacarme plática. Puros monosílabos tuvo de mí: no vas a gusto si te forzaron a contratarlos, y además quería escuchar la repetición de Patricia Armendáriz vs Denise Maerker.

En el siguiente traslado el chofer de Uber me explicó lo que estaba pasando. Sí, era cierto que los federales (en realidad la Guardia Nacional) habían incrementado los operativos, pero esa no era la razón de que me quisieran cobrar más y en efectivo.

El conductor, de nombre Jesús, me explicó que fui víctima de un “liebrero”. Así denominan ellos, me dijo, a quienes cazan viajeros incautos o necesitados. Están cerca del aeropuerto, te piden que el pago sea en efectivo y cobran un extra sustancial a lo que dice la plataforma. “Ellos nos dan mala fama a nosotros, pero también ustedes tienen la culpa”, me dijo Jesús. ¿Cómo así?, le pregunté.

La teoría de este segundo conductor es que los usuarios no accedemos a la primera a un acuerdo por fuera: si no nos atuviéramos a lo que dice la plataforma, si aceptáramos negociar, pues el acuerdo entre particulares sería más fácil y mejor para todos, porque ellos no tendrían que pagar la comisión a la plataforma (incluso la pagan apenas se acuerda lugar y hora de encuentro). Pero no, reclama Jesús, se ponen a decir que la plataforma dice esto y lo otro, pero no ven lo que nos quitan en cada viaje. Por ejemplo usted, si viene seguido me pide mi teléfono y ya yo voy por usted sin usar la plataforma y le cobro lo mismo que el taxi del aeropuerto, unos diez pesos por kilómetro sin banderazo.

El domingo, para regresar al DF, dos Ubers también me cancelaron. O efectivo o no iban. El taxi de la calle, que providencialmente pasó, me cobró -sin regatear- 220 pesos.

Ningún gobierno de ningún color ha podido/querido romper las mafias de taxistas de los aeropuertos del país. Y en esa tierra de nadie, algunos choferes de Uber se asumen como liebreros que salen a buscar liebres que tendrán que pagar lo mismo que el taxi monopolio.

Liebreros, mi palabra del viaje. 

 

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