Viernes, 19 de Abril 2024

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Lo faraónico (con denominación de origen)

Por: María Palomar

Lo faraónico (con denominación de origen)

Lo faraónico (con denominación de origen)

Los países de media tabla para abajo y con gobiernos poco presentables son muy dados a organizar grandes fastos patrióticos, con bailables y cohetería, coros y orquestas, y de preferencia desfiles coloridos y multitudinarios (y en general cursis).

Bueno, pues si alguien quiere ver una muestra absolutamente suprema de tales manifestaciones no tiene más que buscar en Youtube, en cualquier idioma, “desfile de los faraones” o algo por el estilo, y de inmediato tendrá frente a sí múltiples opciones, desde breves resúmenes hasta, para los más clavados, “la enchilada completa”, que dura más de dos horas.

Vale la pena: es una joya del kitsch, un portento político-turístico-arqueológico-hollywoodense-musical.

Resulta ser que por muchas razones que no vienen aquí al caso, el turismo se ha desplomado en Egipto en la última década. Entonces discurrieron que se ocupaba un museo nuevo, un museote grandísimo y modernísimo para alojar las magníficas colecciones arqueológicas del país (donde cada semana salen nuevas cosas, desde pirámides hasta papiros y, claro, momias) en lugar del viejo Museo Egipcio de la céntrica plaza de Tahrir. Quien haya viajado al Cairo habrá podido ver ese lugar destartalado y polvoriento, donde las vitrinas en lugar de candados tenían alambritos retorcidos; así que el gobierno nacionalista y revolucionario decidió que había que hacer un Museo Nacional de la Civilización Egipcia. Lo acaban de terminar, y queda a unos cinco kilómetros al sureste del anterior, en la zona de Fostat.

Y entonces se armó el plan para el sábado 3 de abril: ¿qué tal una procesión de momias? Porque había que cambiarlas de casa con todos los honores, claro. Primero, un cortejo de vestales nilóticas muy guapas, vestidas de Elizabeth Taylor en Cleopatra, llevando en las manos unos cuencos luminosos; luego, una parvada de alegres muchachitos con túnicas; después, un pelotón de carros de combate igualitos al del faraón que se tragó el mar Rojo cuando correteaba a Moisés. De plato principal: veintidós horrendos vehículos-catafalcos negros, quesque imitando las embarcaciones del Nilo, pero muy parecidos, nomás que a lo bestia, a los fúnebres carricoches automotores que ahora suplantan en Guadalajara a las calandrias. Ya después, soldados, motociclistas y demás para llenar camión.

Dieciocho reyes y cuatro reinas, cuyos nombres iban debidamente grabados en letras doradas en sus respectivos catafalcos rodantes, recorrieron así el camino a lo largo del Nilo, acompañados por orquestas, coros y bandas de guerra que homenajeaban a unos personajes cuya cultura no tiene nada, pero nadita que ver con la de los egipcios actuales. Peccata minuta. 

El personaje central, el actual faraón don Abdelfatah Said Husein Jalil el Sisi (en serio: el Sisi, como la Chofis López), exgeneral del ejército, reinaba sobre aquel desfile desde una poltrona muy cómoda, pero al pasar sus colegas se puso de pie muy serio, con toditita la investidura a cuestas, ésa que por ningún motivo debe deturparse (gran palabra, diría Gil Gamés).

¡Loados sean Acamapichtli, Huitzilíhuitl, Chimalpopoca y congéneres por no habérseles ocurrido que los momificaran!

Aunque, claro, para momias tenemos las de Guanajuato (aunque involuntarias, las pobres), y no vaya a ser, no vaya a ser…

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