Viernes, 29 de Marzo 2024

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Mirar sin querer ver

Por: Augusto Chacón

Mirar sin querer ver

Mirar sin querer ver

Pensemos en un estadio de futbol; de los asientos menos costosos a los palcos de lujo, no hay lugar sin ocupar, setenta mil personas como en la remota era prepandemia. En los vestidores, el equipo local, emocionado por el lleno total, concluye que sus seguidores son fieles y buenos paganos, lo que a su vez es consecuencia, sonríen satisfechos, del exquisito futbol que practican. Por su parte, la escuadra visitante se solaza sarcásticamente: si no fuera por nosotros, estos, sus rivales, tendrían las tribunas a la mitad, o menos. Las y los periodistas y analistas dictaminan que la respuesta de la gente se debe a factores inherentes a la competencia: si una de las escuadras gana tendrá a su alcance el campeonato, en tanto que la otra necesita el triunfo por alguna otra razón, que no nos importa; incluyen en su crítica las habilidades de algunos de los futbolistas, la buena racha del visitante, etc. Más allá de los argumentos que cada cual tenga para explicar el ambiente festivo de esa noche, los jugadores, el público y los expertos se congratulan por el espléndido escenario; no lo expresan, pero saben que cada uno de los elementos que entre todos aportan contribuye para hacer del partido algo emocionante, aún antes de que inicie.
Pensemos en un grupo de analistas políticos, por pura curiosidad, y quizá también por el afán inconfesado de ganar alguna publicidad, pretenden caracterizar políticamente al pueblo a partir de mirar la interacción de elementos en el juego (y de paso demostrar que para algo sirve el análisis político). Se prepararon las semanas previas para leer el fenómeno que el partido representa; armados con sus herramientas intelectuales, uno o dos esquemas académicos y con la experiencia de los que sin ser parte de la academia, es decir, sin saberlo, son aristotélicos: la política como la ciencia práctica por excelencia, más fruto del ensayo dialéctico que de la especulación.

Poco antes de que el árbitro dé la señal de que el juego debe iniciar, una de las analistas, ella sí académica, llama la atención de colegas: no podemos entrar en este ejercicio si no nos ponemos de acuerdo sobre lo qué es el futbol; los que vienen de universidades se alarman y sueltan definiciones para dar con una en común: el futbol es la liberación del irrenunciable salvaje al que la cultura de doble moral somete cotidianamente; el futbol es la distracción con la que los explotadores y su aliado, el sistema político apuntalado por la mass media, alienan a la clase trabajadora; uno de los analistas formado en el periodismo alcanzó a intercalar una intuición: el futbol es chido. Los académicos miraron con desprecio y siguieron, encendidos, en lo suyo, mientras el resto, periodistas y opinadores, se acabó las cervezas. De este modo transcurrieron los primeros cuarentaicinco minutos del juego. Es arduo analizar. Deben ir por más cervezas.

Cuando los equipos regresan a la cancha, el líder de las y los académicos los urge para de una vez por todas enfrascarse en el análisis, porque el mérito de su trabajo consiste, aseguró, en efectuarlo en tiempo real, con el sujeto de estudio aún palpitante (la desmesura es completamente literal). Lo más interesante será, intervino otra, dilucidar las motivaciones de los individuos para terminar metidos en el estadio. A los demás les brillaron los ojos, eso es, exclamó uno; claro, se dio una palmada en la frente el de más allá: el individuo masificado, la pluralidad de estímulos que terminan por volverse un impulso único, distinguible. Los analistas no académicos tomaron con gusto el reto y se pusieron a deducir con fruición: no pocos han de haber venido a ver el juego porque no tenían algo más que hacer; otro montón llegó sin un discernimiento profundo: la masa siendo masa; veamos con los binoculares a las personalidades metidas en sus palcos, seguro hubo quien se apersonó nomás por verlas a ellas. Y así siguieron hasta que acabó el partido; lo único que los analistas no pensaron fue que una de las causas podría ser que a los que están en el estadio les gusta el futbol. Las y los académicos no interpusieron alguna objeción, tampoco asintieron, simplemente fue su turno de acabar con las cervezas, sus únicas notas al pie de página fueron las corcholatas esparcidas en el piso.

Lo que produjeron los académicos fue un artículo llamado: Aproximaciones al comportamiento guiado de la gente. Argumentos para entender al régimen político y sus actitudes. En tanto que los periodistas y opinadores publicaron textos que aparentemente no tenían nada que ver con su experiencia en el partido; sin embargo, en efecto, no tenían nada que ver, aunque de distintas maneras coincidieron en asegurar que el futbol genera empleos, le sirve a la clase política para placearse (evadirse también) y puede ser mirado como manifestación de la democracia, tipo pago por evento.

Un tanto así andamos con los análisis de los resultados electorales. La gente acudió a las urnas y ahora, los políticos y quienes comentan en los medios se concentran en minusvalorar los sufragios: no ganó tal candidato, ganó el miedo; no perdió el mal gobernante, simplemente no fue capaz de comunicar lo que hizo; no he gobernado mal y la gente me quiere, pero se impusieron mis opositores con su mala leche. Sería bueno volver a cierto origen: los electores ejercieron su derecho, validos de la libertad, y lo que decidieron no se mide como concurso de popularidad, otorgaron responsabilidades, de las que se miden en el día a día: seguridad, servicios públicos, bienestar económico, justicia. Revisar los resultados a partir de interpretar el sentido de los votos o merced al reparto del poder entre la clase política termina por dar el carácter deportivo, casi efímero, a la democracia que se practica en las elecciones; al cabo, escribe Carnes Lord: “El bien o la vida buena para los hombres en lo individual y para la comunidad política, es el tema global de la ciencia política aristotélica”.

La gente acudió a las urnas y ahora, los políticos y quienes comentan en los medios se concentran en minusvalorar los sufragios: no ganó tal candidato, ganó el miedo; no perdió el mal gobernante, simplemente no fue capaz de comunicar lo que hizo
 

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