Martes, 23 de Abril 2024

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Romantizar al candidato

Por: Isaack de Loza

Romantizar al candidato

Romantizar al candidato

La postal no cambia, y por lo visto, nunca lo hará. Un grupo se hace cargo de reunir a la multitud, mientras otro instala la tarima y el resto afina las luces y el equipo de sonido. La meta es que todo quede perfecto para cuando él: el héroe —o heroína— de la película se digne a llegar, suba al escenario y haga que las masas suspiren; que la gente aplauda, coreé su apellido y, con suerte, alguno que otro se acerque a pedirle una foto para el recuerdo.

¿Por qué no habría de ocurrir, si ese candidato va a cambiarte la realidad? ¿Por qué no te ibas a desmayar de la emoción al verlo pasar o, con suerte, cruzar miradas con El Elegido?

Porque en el Jalisco reciente pudo ya haber pasado de todo: Un helicóptero de las Fuerzas Armadas ha sido derribado por el narco, un atentado se registró adentro del edificio de la Fiscalía, un ex gobernador fue asesinado, un feminicidio ocurrió afuera de Casa Jalisco, un grupo armado masacró a 11 trabajadores de la construcción, hubo un secuestro/balacera afuera de una de las zonas con más alta plusvalía de la ciudad y hasta un cadáver fue abandonado en la plaza principal de Tlaquepaque. Pero mira: lo pasado, pisado.

Toda esa mala imagen igual y podemos guardarla en un baúl mientras hay campañas, porque el rockstar que está sobre el escenario y maneja el micrófono con formidable maestría te ha dicho, garantizado, prometido, asegurado, que con el poder de tu voto sobre su nombre, tu vida y la de todos quienes te importan cambiará por completo. Así, sin más. Tú vota y el resultado está garantizado. Ni los infomerciales de medianoche tienen ese poder de convencimiento. ¡Vota ya!

El gran problema de las campañas políticas es justo ese: los ideólogos que están detrás de la tonada pegajosa —es un decir— con la que van a inundar la radio, la tele y cualquier red social en la que tengas una cuenta tienen como objetivo convertir al candidato en un ser divino que, por arte de magia, transformará (o refundará, a saber…) la realidad tal cual la conoces. ¿Cómo lograrlo? Eso, luego. Lo primero es garantizar la alcaldía o el Congreso y ponerle la marca de tu nombre al municipio; a la curul.

A ver, señito, súbase al escenario y platíquenos qué es lo que más le preocupa de su barrio. Así, sin cubrebocas, porque luego nos vemos lejanos.

¿Pero cómo que hay inseguridad, falta de iluminación, calles deshechas, el camión y la basura no pasan y su hijo no tiene un Playstation 5? ¿En serio? ¡Inconcebible! ¡Esta es la hora del cambio! ¡Ha llegado el momento de tomar medidas! ¡Ahora sí: los de atrás van a saber cómo se gobierna! Ya, pues, ya váyase a sentar pero no se le vaya a ocurrir votar por otro que no sea yo. Conste…

Romantizar al candidato, ése es el preludio a la “fiesta de la democracia” que ocurre cada tres años. Convertirlo —o convertirla— en LA imagen de cambio. En LA solución. Esa es la narrativa que, a la distancia, los golpea con fuerza cuando demuestran que su condición de humano con poderes limitados les impide concretar todo lo que, meses atrás, garantizaron que iban a lograr allá arriba del entarimado.

Porque el reto al que se enfrentan es mayúsculo. Inmenso. Los desafíos de movilidad, medio ambiente, acceso a la salud, transparencia y rendición de cuentas por sí mismos son mayúsculos, pero el reducir la percepción de inseguridad será su Monte Everest. Y, comprobado está, la labia que hemos escuchado en campañas anteriores al abordar ese tema de poco nos ha servido, porque sí: El Jalisco de hoy y su zona metropolitana tapatía son más violentos que hace dos sexenios. Y nada ha indicado que la situación vaya a mejorar.

Las promesas, la saliva derramada y los shows para romantizar a quienes ahora sí van a mejorar todo lo mejorable de nuevo se pondrán a prueba cuando lleguen a la alcaldía o al Congreso. Y allí estaremos para recordarles lo mucho que se le invirtió a su personaje para, otra vez, culpar a los de atrás porque de ellos siempre fue la culpa de lo podrida que es la realidad que se comprometieron a mejorar.

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