Viernes, 19 de Abril 2024

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Una “grande” grandiosa

Por: Jaime García Elías

Una “grande” grandiosa

Una “grande” grandiosa

Ya vienen, tras un año de receso a causa de la pandemia, tres conciertos de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) en la modalidad presencial, a celebrarse los días 6, 13 y 20 de mayo en el Patio de los Naranjos del ahora Instituto Cultural Cabañas. Se programaron, para el efecto, varias obras bastante rescatables, entre las que sobresalen la Sinfonía No. 29 de Mozart en la primera sesión, y la Serenata para Cuerdas, de Dvorak, en la tercera.

Más allá de las previsibles restricciones y limitaciones, y de que el espacio abierto favorezca la higiene en detrimento de la comodidad y de la acústica, el contacto real de la Orquesta con el público es un alivio: un paso hacia la añorada vieja normalidad.

Los melómanos irredentos, en tanto, siguen haciendo felices hallazgos en los conciertos en la modalidad streaming, accesibles en plataformas como YouTube.

Alguien, ahí, recordó una frase de Friedrich Richter: “La música es la luz de la luna en la oscura noche de la vida”, a propósito de una soberbia versión de la Sinfonía No. 9 (“La Grande”), de Schubert, con la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Dima Slobodeniouk.

Dicha versión, por cierto, puede compararse con otras igualmente actuales, a cargo de la NDR Elbphilarmonie Orchester, y la Konzerthausorchester de Berlín, dirigida la primera por Herbert Blomstedt (a sus 94 años), y la segunda por Joana Malwitz (en efecto: una mujer).

Se supone que Schubert escribió esta sinfonía entre 1825 y 1826, la revisó para su posible representación y la ensayó una vez en 1828: el año de su muerte. Sin embargo, la obra solo se estrenó hasta 1838, merced a que Schumann encontró y rescató la partitura. De ella hay grabaciones de referencia a cargo de Furtwangler, Toscanini, Klemperer, Abbado, Muti, Maazel, Wand y Sawalisch, entre otros.

Todas las aludidas líneas arriba tienen una gran calidad sonora. La de Blomstedt no desmerece por la movilidad básica, casi minimalista, del nonagenario director..., ni la de Malwitz por su gestualidad excesiva, casi de ballerina.

Más allá del tempo (dura 54 minutos, por 50 de la de Maazel y 60 la de Blomstedt, por citar a los extremos), algo tiene la encomiada versión de Slobodeniouk, que la aligera y la refresca notoriamente, sin detrimento de su profundidad, y la aleja de las repetitivas aunque admirables versiones usuales.

jagelias@gmail.com

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