Jueves, 28 de Marzo 2024
Suplementos | Vigésimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario

El amor cristiano

Este tipo de entrega supone entrega, don de sí, desprendimiento e incluso sacrificio del uno por el otro

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre». WIKIMEDIA/«Desposorios de la Virgen», de Rafael Sanzio

«Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre». WIKIMEDIA/«Desposorios de la Virgen», de Rafael Sanzio

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Gn 2, 18-24.

«En aquel día, dijo el Señor Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle a alguien como él, para que lo ayude”. Entonces el Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán.

Así, pues, Adán les puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no hubo ningún ser semejante a Adán para ayudarlo.

Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño, y mientras dormía, le sacó una costilla y cerró la carne sobre el lugar vacío. Y de la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer. Se la llevó al hombre y éste exclamó:

“Ésta sí es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Ésta será llamada mujer,
porque ha sido formada del hombre”.

Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa».

SEGUNDA LECTURA

Hb 2, 8-11.

«Hermanos: Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos.

En efecto, el creador y Señor de todas las cosas quiere que todos sus hijos tengan parte en su gloria. Por eso convenía que Dios consumara en la perfección, mediante el sufrimiento, a Jesucristo, autor y guía de nuestra salvación.

El santificador y los santificados tienen la misma condición humana. Por eso no se avergüenza de llamar hermanos a los hombres».

EVANGELIO

Mc 10, 2-16.

«En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”

Él les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?” Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”. Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”».

El amor cristiano

La Carta a los Efesios compara la relación que existe entre Cristo y la Iglesia con la relación matrimonial. A propósito de esto, hay una bella historia india que reza así: “Un matrimonio muy pobre iba a celebrar el aniversario de su matrimonio. Él daba vueltas y más vueltas a su cabeza, sin éxito, pensando cómo conseguir unas pocas rupias para hacer un regalo a la mujer que tanto amaba y que lo había acompañado durante casi toda su vida. Hasta que le vino una idea que le produjo escalofrío: podría vender la pipa, con la que todas las tardes se sentaba a fumar a la puerta de su casa. Con el dinero, podría regalar a su mujer un peine para que pudiese peinar su bello y largo cabello, que cuidaba con mucho esmero. Finalmente, con el corazón dolorido y alegre al mismo tiempo, aquel hombre vendió su pipa y se acercó a su casa, llevando envuelto en un pobre papel el peine que había comprado. Allí le esperaba su mujer..., que había vendido su hermoso cabello negro para regalar a su marido el mejor tabaco para su pipa”.

Así, el amor cristiano se caracteriza porque supone entrega, don de sí, desprendimiento e incluso sacrificio del uno por el otro. Cuando san Ignacio de Loyola habla del amor, en los Ejercicios Espirituales, dice que deben advertirse dos cosas: “La primera es que el amor se pone más en las obras que en las palabras”; la segunda es que “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro”. La comunicación entre las partes, que se dan lo que son y tienen para hacer crecer y enriquecer a la otra parte, no se puede dar sin amar ni sin entregar lo mejor de sí mismas en la relación.

Juan Enrique Casas,

SJ - ITESO

“Ya nos son dos, sino una sola carne”

Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, pero en la tierra el varón se siente solo y le da una compañera, ya que las cosas creadas y tener el dominio de la naturaleza, no suple la soledad, su compañera llegará a ser “una sola carne”, a amarla como a sí mismo.

Ante la pregunta de los fariseos en cuanto a los motivos de repudio del varón a la mujer, Jesús recuerda que desde el principio el proyecto de Dios es diferente, cita literalmente el Génesis 2, 14: “serán una sola carne… lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, por tanto, se trata de un proyecto de comunión personal, de igualdad entre el hombre y la mujer, de complementariedad y mutua entrega, teniendo en cuenta que será sin imposición ni sumisión, que era la condición social de inferioridad que sufría la mujer respecto al varón en la sociedad en la que le toca vivir a Jesús.

La concepción de Jesús no ignora lo difícil que puede ser una relación de pareja o el clima insoportable al que pudieran llegar por alguna situación de irresponsabilidad o falta grave de alguno de los dos, al cual los hijos regularmente llegan también al sufrimiento. Pero vuelve sus ojos al proyecto original de Dios, donde viviéndolo con fe, se convierte en signo vivo de amor y sacramento, donde debe ser vivido con fidelidad, fecundidad y unidad entre los esposos.

En nuestra época actual, el divorcio es una realidad cada vez más común, donde una persona al fracasar en su primer matrimonio, se une civilmente a otra pareja o forma una pareja de hecho, pero esto no quiere decir que la opción del divorcio pueda ser una meta o ideal del matrimonio, esto no existe en el plan de Dios. Para el creyente, el amor y la fidelidad conyugal es un don de Dios y una tarea en la vida diaria.

La Iglesia, al defender la indisolubilidad del matrimonio y prohibir el divorcio, quiere decir que, aunque unos esposos hayan encontrado en una segunda unión un amor estable, fiel y fecundo, este nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad cristiana como signo y sacramento del amor indefectible de Cristo a los hombres, pero esto, tampoco autoriza a nadie de la comunidad cristiana a condenarlos como personas excluidas de la salvación, ni a adoptar una postura de desprecio o marginación. Se trata de ser fieles a ese Jesús que, al mismo tiempo que defiende la indisolubilidad del matrimonio, se hace presente a todo hombre o mujer ofreciendo su comprensión y su gracia precisamente a quien más las necesita.

Es bueno recordar que los divorciados vueltos a casar civilmente, no están excomulgados, aunque algunos de sus derechos quedan restringidos, forman parte de la comunidad y han de encontrar en los cristianos la solidaridad y comprensión que necesitan para vivir su difícil situación de manera humana y cristiana. La fidelidad es don de Dios y un signo vivo de la presencia de Dios y de su Reino, si se viven permanentemente manifiestan “la alegría del amor y el gozo del evangelio” (Papa Francisco).

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