Querido/a lector/a, debo decirte que actualmente enfrentamos una de las peores crisis sociales que no esperábamos, y no hemos sabido contrarrestar este fenómeno causado por el COVID-19. Por un lado, encontramos esfuerzos increíbles y admirables empleados por agentes del campo de la salud; por el otro, percibimos discursos políticos que denotan oportunismos emitidos por algunos que anhelan portar capas y así denotar falsos heroísmos. Considero que lo más importante es, y siempre ha sido, la gente, los de a pie, los que conformamos una ciudadanía y que aún así sufrimos por un sinfín de causas que históricamente se han acumulado, como la desigualdad y la inmovilidad social. ¿Qué nos queda por hacer? Creo que es una oportunidad de tomar las riendas de nuestro destino, de probar que juntos podemos reconstruirnos como sociedad. Hoy más que nunca se nos presenta la coyuntura de ejercer nuestra ciudadanía porque significa reconocernos humildemente como iguales en una frágil y efímera condición humana, representa el momento idóneo de aceptar que todas las personas son dignas de vivir plenamente y que contamos con derechos y responsabilidades para mantenernos socialmente en concordancia y armonía, unidos/as en un sentimiento de pertenencia. Y actuar en pro del otro porque pensar en el otro es, al mismo tiempo, pensar en mí y viceversa. Estos esfuerzos deben ser impulsados por un sentido firme de solidaridad y empatía, que sean estos los valores fundamentales en los que edifiquemos una ciudadanía incluyente, participativa y unida. La pandemia que se ha apoderado de nuestra cotidianidad ha puesto de manifiesto una serie de deficiencias sociales que debemos atender, y hoy se nos requiere sentirnos como uno solo, cuidarnos, abrazarnos (en cuanto tengamos la oportunidad) y con todas las manos construir una sólida y solidaria ciudadanía protagonizada por todos y todas.OF
