Viernes, 19 de Abril 2024
Suplementos | II Domingo Ordinario

La boda prometida

Jesús, en la boda de Caná, da un signo de la realización del futuro anunciado por el profeta Isaías. En él y por él se consuma la unión de Dios y la humanidad, su pueblo, simbolizada en el vino nuevo

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”».  WIKIMEDIA/«Boda de Caná», de Gerard David

«María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”». WIKIMEDIA/«Boda de Caná», de Gerard David

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Is 62, 1-5. 

Por amor a Sión no me callaré
y por amor a Jerusalén no me daré reposo,
hasta que surja en ella esplendoroso el justo
y brille su salvación como una antorcha.

Entonces las naciones verán tu justicia,
y tu gloria todos los reyes.

Te llamarán con un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona de gloria en la mano del Señor
y diadema real en la palma de su mano.

Ya no te llamarán “Abandonada”,
ni a tu tierra, “Desolada”;
a ti te llamarán “Mi complacencia”
y a tu tierra, “Desposada”,
porque el Señor se ha complacido en ti
y se ha desposado con tu tierra.

Como un joven se desposa con una doncella,
se desposará contigo tu hacedor;
como el esposo se alegra con la esposa,
así se alegrará tu Dios contigo.

SEGUNDA LECTURA

1 Cor 12, 4-11

Hermanos: Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo.

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Uno recibe el don de la sabiduría; otro, el don de la ciencia. A uno se le concede el don de la fe; a otro, la gracia de hacer curaciones, y a otro más, poderes milagrosos. Uno recibe el don de profecía, y otro, el de discernir los espíritus. A uno se le concede el don de lenguas, y a otro, el de interpretarlas. Pero es uno solo y el mismo Espíritu el que hace todo eso, distribuyendo a cada uno sus dones, según su voluntad.

EVANGELIO

Jn 2, 1-11

En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”.

Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”.

Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

La boda prometida

El profeta Isaías anuncia lleno de gozo la unión de Dios y la humanidad, el nuevo pueblo de Dios: Por amor no callaré, ni descansaré hasta ver el despuntar de la transformación justiciera de Dios en la nueva creación. Ya no te llamarán abandonada, ni devastada; te llamarán desposada, porque tu Dios se regocija contigo.

Jesús, en la boda de Caná, da un signo de la realización del futuro anunciado por el profeta. En él y por él se consuma la unión de Dios y la humanidad, su pueblo, simbolizada en el vino nuevo. Una nueva agua que no sólo da vida, sino que alegra el corazón; el vino bueno guardado para la plenitud.

Con Jesús se sella la Nueva Alianza de Dios y su Pueblo, y el sello de este pacto, de esta boda, es el Espíritu divino que hemos recibido por ese Hijo de Dios e Hijo del Hombre; el único y mismo Espíritu que palpita en el corazón humano. Dios y el ser humano se han desposado para siempre.

Por eso, junto con el salmista, cantamos y nos alegramos, porque a pesar de tanta oscuridad que sigue anidando en nuestros corazones, a pesar de tanta inhumanidad y miseria, a pesar de tanto dolor vivo en nuestro mundo, sabemos que nuestro Dios se ha comprometido con nosotros y que Él es fiel a su promesa: el nuevo ser humano y la nueva creación. “Cantemos al Señor un cántico nuevo; cante al Señor toda la Tierra… Familias de los pueblos aclamen al Señor… cuenten sus maravillas a todas las naciones”.

Héctor Garza, SJ

- ITESO
 

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