Jueves, 28 de Marzo 2024
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Una respuesta con el corazón

La pregunta que Jesús nos hace en este domingo en su palabra nos debe llevar a una profunda reflexión, donde podamos revisar cómo es nuestra relación con Él

Por: Dinámica pastoral UNIVA

Entonces él les preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. WIKIMEDIA/«La comisión de los doce apóstoles», de Domenico Ghirlandaio

Entonces él les preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. WIKIMEDIA/«La comisión de los doce apóstoles», de Domenico Ghirlandaio

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Is 50, 5-9.

«En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras
y yo no he opuesto resistencia,
ni me he echado para atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que me tiraban de la barba.

No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda,
por eso no quedaré confundido,
por eso endurecí mi rostro como roca
y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia,
¿quién luchará contra mí?
¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa?
Que se me enfrente.
El Señor es mi ayuda,
¿quién se atreverá a condenarme?’’»

SEGUNDA LECTURA

St 2, 14-18.

«Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?

Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.

Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”».

EVANGELIO

Mc 8, 27-35.

«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces él les preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”».

"Una respuesta con el corazón"

Son muchas y variadas las definiciones que han ido surgiendo a lo largo de la historia sobre la persona de Jesús. Hay quienes lo han visto como un rebelde por ir en contra de las tradiciones del pueblo judío, otros lo consideran un revolucionario por su manera de interpretar las leyes, algunos más ven en Cristo a un hombre bueno preocupado por las necesidades de los más olvidados, incluso hay quienes lo perciben como un gran pensador adelantado a su tiempo. Muchas son las opiniones en torno al Nazareno.

Es un hecho que, los mismos contemporáneos de Cristo, no alcanzaban a entender con claridad quién era Él. A petición del mismo Jesús, que no se conforma con la mera simpatía de la muchedumbre o vagas opiniones de la gente que le sigue, exige de los suyos una postura firme respecto a su persona. Será Pedro quien, en nombre de todo el grupo, proclame abiertamente y con toda certeza: “Tú eres el Mesías”, reconoce en Cristo al enviado de Dios, quien conducirá al pueblo de Israel a su salvación definitiva.

Cuando se trata de opinar sobre la vida de una persona nos puede resultar cómodo ofrecer una respuesta, porque hablamos desde la apariencia, de lo que nos cuentan, lo que alcanzamos a percibir, no hay obligación de someter nuestro juicio a una rigurosa crítica. Por desgracia, nuestra vida diaria y nuestras relaciones se ven amenazadas por la escasa profundidad en ellas.

Lo que sí se vuelve complicado en la vida es afirmar quién es alguien para mí, porque ahora sí hay compromiso, es otorgarle un lugar en mi existencia, hacemos una vinculación con nuestra vida. Supone que lo conozco de manera suficiente como para decir quién es. La pregunta que Jesús nos hace en este domingo en su palabra nos debe llevar a una profunda reflexión, donde podamos revisar cómo es nuestra relación con Él. ¿Qué tan grande es nuestro compromiso, cuál es el lugar que ocupa Cristo en mi existencia, cómo vinculamos nuestra fe con la vida? ¿Qué le vamos a responder al Señor? ¿Es Jesús el centro de nuestra vida, de nuestras celebraciones, de nuestras reuniones, de nuestros trabajos?

Integración y reconciliación

Hace tres días, el 9 de septiembre, se cumplieron 290 años del natalicio de un personaje que para muchas personas en nuestro país puede resultar poco conocido, pero cuya producción escrita es fundamental en la construcción de los cimientos de la conciencia nacional mexicana: Francisco Xavier Clavigero.

Veracruzano de nacimiento, en 1748, casi con diecisiete años cumplidos, Clavigero ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en Tepotzotlán. Después de su formación, y ya como sacerdote, ejerció diversos ministerios —confesor, predicador, escritor, tutor académico, profesor de filosofía, prefecto de la congregación devocional de la Buena Muerte— en Ciudad de México, Morelia y Guadalajara. Fue precisamente en esta ciudad que el 25 de junio de 1767 fue arrestado, como se hizo con todos sus compañeros de la Orden en el virreinato, para ser expulsado por determinación de la Corona española. Instalado en el exilio en la ciudad de Bolonia fue cuando este jesuita redactó y publicó su obra más difundida: Historia antigua de México.

Publicada inicialmente en italiano en cuatro tomos (Storia antica del Messico, Cesena, 1780-1781), esta obra presentó por vez primera un estudio completo, conciso y sistematizado de la historia prehispánica centrada en el devenir del pueblo mexica. El escrito inicia con una minuciosa descripción del territorio, sus recursos y potencialidades, continúa con la narración de los orígenes, el esplendor y la caída de los mexicas, y concluye con una refutación de las opiniones desfavorables que sobre estas tierras difundían algunos autores de la Europa ilustrada. Pero hay que resaltar que uno de los aspectos más valiosos del texto clavigeriano es, en síntesis, la articulación de un mensaje de integración y reconciliación del pasado y del presente de una sociedad, la mexicana, de rostros y orígenes muy variados. Sin duda, la rica formación académica del padre Clavigero influyó en su visión de la historia y de la sociedad de su tiempo, visión que, a su vez, él integró y reconcilió con su experiencia de fe y su formación espiritual, la cual cultivó en la Compañía de Jesús, Orden religiosa que, casualmente, también un 9 de septiembre, pero de 1572, llegó a tierras mexicanas.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

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