Viernes, 22 de Noviembre 2024
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Para Roberto Bolaño

Poeta romántico y rabioso llamó en este texto de homenaje su editor, Jorge Herralde, al escritor chileno de quien mañana se cumplen 10 años de su muerte

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (14/JUL/2013).- Roberto Bolaño se consideró siempre un poeta. Sólo empezó a escribir narrativa a raíz del nacimiento de su hijo Lautaro, a quien idolatraba, hacia 1990. Pensó que, obviamente, sólo con la poesía no podía soñar con alimentar a su familia y apenas con la prosa.

Sus acrobacias de supervivencia en los primeros ’90, presentándose a toda suerte de premios municipales, “premios búfalo”, imprescindibles para el escritor piel roja, son el tema de su cuento “Sensini”, dedicado al escitor argentino Antonio Di Benedetto, exiliado en España, quien le enseñó las tretas de ese arte menor.

Conocía de Roberto los libros publicados en España –Los perros románticos (Lumen) y Tres (Acantilado)– cuando Carolina me pasó, tras la muerte de Roberto, un volumen muy significativo, editado en 1979 en México: Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (11 jóvenes poetas latinoamericanos), con una dedicatoria: “A las muchachas desnudas bajo el arcoiris de fuego” y una advertencia preliminar: “Este libro debe leerse / de frente y de perfil / que los lectores parezcan platillos voladores”.

En dicha antología, a cargo de Roberto Bolaño, figuran tres infrarrealistas: el propio bolaño, Mario Santiago –es decir, el Arturo Belano y el Ulises Lima de Los detectives salvajes– y también Bruno Montané, el aún más joven poeta chileno –que aparece en la novela como Felipe Müller–. El origen de la palabra infrarrealismo proviene, claro está, de Francia. Emmanuel Berl la atribuye al surrealista (sobrerrealista) Philippe Soupault: él y sus amigos “habían fundado un club de la desesperanza, una literatura de la desesperanza”. El infrarrealismo (o real visceralismo en la novela) fue un movimiento sin manifiesto, una especie de “Dadá a la mexicana” (en palabras de Bolaño), cuyos componentes irrumpían en los actos literarios boicoteándolos, inclusos los del mismísimo Octavio Paz.

En una conversación con Roberto, Carmen Boullosa le cuenta su pavor, antes de dar una lectura poética, de que aparecieran los temibles “infras”: “Eran el terror del mundo literario”, afirma Boullosa. Temibles pero desesperados, marginados.

En uno de los poemas, Bolaño escribe: “Los verdaderos poetas tiernísimos / metiéndose siempre en los cataclismos más atroces, / más maravillosos / sin importarles / quemar su inspiración / sino donándola / sino regalándola / como quien tira piedras y flores. / Oye, poeta, le dicen, enchufa el amanecer”.

Y en otro poema: “Algo inevitable, / como enamorarse 100 veces de la misma / muchacha”.

Y finalmente en otro: “La certeza de una muerte esbelta y temprana”.

O sea, en esas estrofas, un concentrado, una píldora de la vida y muerte de Roberto Bolaño.

En la antología brilla el talento de Mario Santiago, quien, después de Bolaño, es el mejor poeta. Cabe subrayar un poema titulado “Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, un título que Bolaño parafrasea en su primera novela, escrita con Antonio G.Porta, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce.

En dicho poema, dedicado a “Roberto Bolaño y Kyra Galván, camaradas y poetas”, Mario Santiago escribe: “el Azar, ese otro antipoeta & vago insobornable” y también constata “unas ganas despeinadas de morder & ser mordido”.

En ambos poetas ya figura, pues, un homenaje al maestro Nicanor Parra y su vocación de perros románticos, a menudo perros rabiosos y, desde luego, perros apaleados.

BOLAÑO IMPRECADOR (BAJO EL SIGNO DE RIMBAUD, DADÁ, DEBORD)


El editor inglés Christopher MacLehose junto a Roberto Bolaño y Enrique Vila-Matas, a quienes publicó, y JH en Barcelona (2003). (Foto: Anagrama)

El editor inglés Christopher MacLehose junto a Roberto Bolaño y Enrique Vila-Matas, a quienes publicó, y JH en Barcelona (2003). (Foto: Anagrama)

Roberto Bolaño, como demuestra en sus libros, estaba empapado de literatura francesa. Así, en el relato “Fotos”, de Putas asesinas, su álter ego Arturo Belano, perdido en África, piensa: “Para poetas, los franceses” (Acotación obvia: Arturo Belano, Arthur Rimbaud). Y si admira en Francia la cúspide de su literatura, la poesía tampoco parece ignorar un género más lateral pero muy practicado en dicho país: el arte de la injuria.

“Como ejemplos eminentes del arte del insulto figuran desde Baudelaire y Alfred Jarry hasta Arthur Cravan y su revista Maintenant y naturalmente los dadaístas, empezando por Tristan Tzara: “Maurice Barrès es el mayor cerdo que me he encontrado en mi carrera política; el mayor canalla que ha visto Europa desde Napoleón.”

Y añade, sarcástico: “No tengo ninguna confianza en la justicia, incluso si Dadá dicta esa justicia. Convendrá conmigo, señor Presidente, en que sólo somos una panda de cabrones y que por consiguiente las pequeñas diferencias, cabrones más grandes o cabrones más pequeños, no tiene ninguna importancia”. O, entre otros, los surrealistas, la gélida pregunta de Louis Aragon: “¿Ya has abofeteado a un muerto? Aunque quizás los más temibles polemistas estuvieron en la Internacional Situacionista, cuyo último número de su revista acababa con un demoledor cruce de cartas con Claude Gallimard, tan brutalmente insultado como su padre Gaston y su hijo Antoine.

Ya antes la Internacional Letrista, en 1952, de la que salieron los situacionistas, ante la visita de Charlie Chaplin a Francia, en olor de multitudes, lo había saludado de la forma más descalificadora: “Go home, Mr.Chaplin, estafador de los sentimientos, chantajista del sufrimiento”.

Y las colecciones de cartas de insultos más belicosas son los dos tomos de la Correspondencia de la editorial Champ Libre, tan fuertemente inspirada por Guy Debord. Éste, por cierto, en Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici escribió: “La carta de injurias es una suerte de género literario que ha ocupado un gran lugar en nuestro siglo y no sin razón. Creo que nadie puede dudar de que yo mismo, a este respecto, he aprendido mucho de los surrealistas y, por encima de todo, de Arthur Cravan. La dificultad en la carta de injurias no puede ser estilística, la única cosa difícil es tener la seguridad de que uno está en su derecho de escribirlas respecto a ciertos corresponsales precisos. Nunca deben ser injustas”.

Bolaño no escribió, creo, cartas de injurias –Aunque su última conferencia, “Los mitos de Cthulhu”, es un panfleto brutal en el que Bolaño reivindicó la herencia de Nicanor Parra: “la idea del ataque gratuito y de joder la paciencia”– sino que lanzó durísimos juicios lapidarios: pienso que, con razón o sin ella, nunca creyó ser injusto. Se atuvo, pues, a la ley acuñada por Debord.

Como es bien sabido, el Bolaño más polémico, el Bolaño lector más intransigente, operó en Chile, donde opinó con virulencia o desdén respecto a componentes de la nueva narrativa chilena de los ’90, a los que apodó “donositos” y también respecto a algunos de los autores chilenos más leídos.

Tomemos el significativo caso de Isabel Allende, indiscutible best seller internacional, a quien Bolaño tildó de “escribidora”. Allende, en una entrevista en El País (3 de septiembre de 2003), contraatacó así: No me dolió mayormente porque él hablaba mal de todo el mundo. Es una persona que nunca dijo nada bueno de nadie. El hecho de que está muerto no lo hace a mi juicio mejor persona. Era un señor bien desagradable”.

Es comprensible la irritación de Isabel Allende: llamar “escribidora” a una escritora es algo así como una enmienda a la totalidad. Pero Bolaño la ataca como escritora, mientras que Allende ataca a la persona, faltando objetivamente a la verdad.

Bolaño en su leyenda

Pero olvidemos ya los estornudos y sus miasmas y leamos o releamos a Roberto Bolaño. Un autor del que Vila-Matas dijo: “Con la muerte de Bolaño empieza una leyenda”. Una leyenda que sería plenamente merecida tan sólo con Los detectives salvajes, calificada por Masoliver Ródenas, perfilando el leimotiv, como “una de las mejores novelas mexicanas contemporáneas, escrita por un chileno que reside en Cataluña”.

Un escritor chileno, aunque Bolaño, siempre incómodo, siempre a contrapié, matizaba: “Muchas pueden ser las patrias pero uno solo el pasaporte y este pasaporte, evidentemente, es la calidad de la escritura”.

Roberto Bolaño, un perro romántico, un perro rabioso, un perro apaleado, que nunca renunció a su “deseo de quemar el mundo” y también “un príncipe dulcísimo”, según el epitafio de su querido Nicanor Parra.

Roberto Bolaño, que escribió a modo de epitafio propio: “El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y esa es nuestra suerte”.

Una frase desesperada, lúcida y sarcástica, la marca de fábrica de un escritor chileno llamado a perdurar, un orgullo de la literatura universal.

* De su libro Para Roberto Bolaño (Anagrama) Este texto se publica con la autorización de la editorial Anagrama, a través de la agencia SinEmbargo.mx.

El escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) se ha convertido, en muy pocos años, en una de las figuras indiscutibles de la literatura contemporánea en lengua española. Después de una larga trayectoria como poeta maldito y narrador casi oculto, publicó entre 1996 y 2003 una serie de obras extraordinarias, entre las que destaca Los detectives salvajes. La publicación póstuma de su novela 2666 ha confirmado su excepcional estatura literaria. (Tomado de: www.acantilado.es)



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