Martes, 20 de Mayo 2025

Evangelio de hoy: «Ámense los unos a los otros»

Será el amor que los discípulos puedan mostrar a las personas, con la incondicionalidad del maestro, la que hará presente la verdadera misión y enseñanza que los sostiene

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado». WIKIPEDIA/«Discurso de Despedida», de Duccio

«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado». WIKIPEDIA/«Discurso de Despedida», de Duccio

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hech 14, 21b-27. 

«En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, Iconio y Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad designaban presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor, en quien habían creído.

Atravesaron luego Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía. De ahí se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de Dios, para la misión que acababan de cumplir.

Al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe».

SEGUNDA LECTURA

Ap 21, 1-5. 

«Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.

También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. Oí una gran voz, que venía del cielo, que decía:

“Ésta es la morada de Dios con los hombres;
vivirá con ellos como su Dios
y ellos serán su pueblo.
Dios les enjugará todas sus lágrimas
y ya no habrá muerte ni duelo,
ni penas ni llantos,
porque ya todo lo antiguo terminó”.

Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”».

EVANGELIO

Jn 13, 31-33.34-35. 

«Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”».

“Ámense los unos a los otros”

Hay frases que, aunque breves, encierran una fuerza capaz de cambiar el mundo. Una de ellas aparece en el Evangelio de San Juan: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a otros; como yo los he amado, ámense también unos a otros”.

Jesús pronuncia estas palabras justo después de que Judas sale a consumar la traición. Es un momento tenso, cargado de dolor, pero también de profundo amor. No hay reproche, no hay queja. En cambio, hay una propuesta radical: amar como Él ama.

El amor en nuestros tiempos -y en otros quizá- se ha tornado vacío, una cultura de “romantizar” todos los acontecimientos ha tomado la batuta y le han arrebatado el verdadero sentido al AMOR. Jesús nos recuerda en este evangelio, la misión y obligación, por qué no decirlo, de amarnos mutuamente, con el ejemplo que Él mismo nos ha dado.

Un santo decía que “no hay personas malas, hay personas no amadas”, cuánta verdad encierra esta frase. El pecado en nuestras almas, el veneno del orgullo, provoca una especie de bloqueo en nuestro corazón que nos impide mirar al otro con bondad, con paciencia, con comprensión, reconociendo que es otra persona como yo. Nos empuja misteriosamente, por el contrario, a aplastarnos entre nosotros, a avasallarnos como si fuéramos bestias.

Palabras esperanzadoras y contundentes de Jesús en este domingo: ámense, ámense, ámense, yo les doy ejemplo.

El reto que te propongo para este mes de mayo, mes de María (modelo de caridad y amor a Dios) es aterrizar ese amor que el Señor se atreve a pedirnos, porque nos pensó para eso y nada más, en obras, obras concretas y sencillas. Convertir un “no te preocupes, yo me encargo de limpiar” en un “te quiero”. Un silencio de caridad y de no propagar un chisme en un “te comprendo”. Una escucha activa y sin distracción para aquél que lo necesita en un “me importas”. Un favor desinteresado en un “estoy aquí para ti”. 

De cuántas múltiples maneras y tan sencillas podríamos hacer el amor difusivo, si nos atrevemos. ¿Has notado el secreto? Olvido de tus gustos personales, de tu burbuja que te hace pensar en ti y colocar la mirada más en los otros, en la medida que das, eres más feliz, Jesús nos lo enseña, pidámosle hoy esa gracia: “Jesús, enséñame tu modo, de hacer sentir al otro más humano, que tus pasos sean mis pasos, mi modo de proceder…”

Órdenes de amor

Es común que cuando recordamos el primero de los mandamientos de la ley de Dios, hagamos un compuesto de dos textos del Antiguo Testamento, uno del libro del Deuteronomio: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 5), y el segundo, del libro del Levítico: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18), porque así los unió el Señor Jesús. 

Y parece que hay dos amores a procurar, pero esta dualidad puede presentar algunas dificultades: ¿a quién habría que amar primero cuando tratamos de decidir a quién dar nuestra atención y nuestro tiempo?, ¿a Dios o al prójimo?

El mandato de Jesús: “Ámense unos a otros como yo los he amado”, nos puede dar una claridad en este discernimiento entre los dos órdenes de amor. En el amor de su maestro, de Jesús, los discípulos reconocen la iniciativa de Dios. Es él el primero en amar. No parte del mérito que gana el amor, sino de la confianza que hace al amado alegrarse, agradecer y disponerse también a amar. Pero su amor es el del discípulo que quiere que lo que él ha recibido sea también compartido y reconocido por muchas personas más. Es un amor que no trabaja para ser él reconocido y amado a su vez, sino que quiere multiplicar a los amantes de su maestro, a los amantes de su Dios, porque reconoce lo bueno y amable del amor que recibió.  

Y en esto está el secreto de la dualidad de amores que Jesús plantea con el complemento que da al mandamiento: “en esto reconocerán que son mis discípulos”. Será el amor que los discípulos puedan mostrar a las personas, con la incondicionalidad del maestro, la que hará presente la verdadera misión y enseñanza que los sostiene. 

Su amor se convertirá en búsqueda para encontrar cómo hacer sentir a cualquier persona recibida en la confianza incondicional del amor, para, sin juicio de su mérito, irse descubriendo capaz a su vez de amar y convertir en misión la comunicación incondicional de ese amor. Así todo empezará de nuevo hasta que el amor abrace a todos. Ese es su mandamiento y nuestra misión.

Pedro Antonio Reyes, SJ - ITESO
 

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones