Existe evidencia tan sólida del cambio climático, así como sobre las consecuencias alarmantes en la salud de los seres vivos que ya no se puede hacer caso omiso. Hemos sido testigos de los fenómenos asociados con el clima, como los eventos meteorológicos extremos desde lluvias torrenciales hasta sequías. En otras circunstancias, también se han experimentado procesos diferentes en la presentación de enfermedades en la salud humana que van desde las respiratorias, las del sistema circulatorio, alergias e incluso más complejas cómo las neurológicas que se reflejan en las conductas y la cognición de una persona. En el 2022 la organización United Nations Climate Change publicó sobre la “triple emergencia planetaria”. La primera es el calentamiento global, los grados centígrados que nos indican un problema han ido en aumento y, al parecer, son pocas las acciones que se están suscitando en el mundo. El aumento de las emisiones que causan el efecto invernadero son sin duda de origen antropogénico, desde la revolución industrial hasta la nula regulación en países que contribuyen de manera negativa a la masiva ambición en el sector económico y productivo nos han llevado al límite encendiendo un foco de alarma ante un problema real. La segunda situación de la emergencia es la contaminación continua y progresiva de nuestros elementos ecosistémicos que nos han hecho creer que son infinitos, pero que la ciencia ha mostrado que son recursos finitos. Por mencionar primero lo más visible, la contaminación del aire, con el tiempo hemos visto nuestro cielo cubrirse con una capa gris, el conocido “smog”, que definitivamente es ocasionado por la combustión industrial y vehicular de hidrocarburos. Aunado a esto la contaminación del agua que se podría considerar un elemento vital que impacta en los procesos básicos del desarrollo humano y el bienestar. La contaminación y deterioro de los suelos nos lleva a enfrentar una situación complicada al momento de pensar en los territorios y en las comunidades cuya principal fuente de trabajo es la agricultura, de la que depende la alimentación de todas las personas de todas las naciones. Por lo tanto, la conservación de la biodiversidad y la gestión sostenible de los recursos naturales son fundamentales para mitigar el cambio climático y garantizar la resiliencia de los ecosistemas y las comunidades.La tercera situación se suma a la anterior. Se trata de la extinción de las especies, la pérdida del hábitat que nos lleva a considerar un peligro de extinción constante de los seres vivos que habitan el planeta, incluyéndonos. Es necesario repensar lo que estamos enseñando en las aulas de cada profesión, de cada programa educativo, así como en el desarrollo de las políticas públicas pertinentes para mitigar estos impactos. Hablar de la salud planetaria es indispensable. Las alianzas y la vinculación intersectorial nos puede permitir incidir de manera efectiva para evitar la progresión de una situación que nos pone en peligro a todos.Ana Karina García Suárez es médico cirujano con maestría en Ciencias de la Salud Ambiental, Doctorado en Ciencias de la Salud Ocupacional con experiencia en trabajo de campo para la coordinación de proyectos de investigación con enfoque en atención primaria en salud y salud ambiental infantil en zonas de riesgo con población vulnerable.Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.