PRIMERA LECTURASabidurίa 3, 1-9Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz.La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable.En el día del juicio brillarán los justos como chispas que se propagan en un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor reinará eternamente sobre ellos.Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.SEGUNDA LECTURARomanos 5, 5-11Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.EVANGELIOJuan 6, 37-40En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.Tal vez no hay tabú más grande en nuestro tiempo que pensar la muerte. Temblamos al escuchar esta palabra. Nos acecha un terror de pensar que pueda acercarse a alguno de nuestros seres queridos, aun cuando la sabemos inescapable. Tratamos de alejarnos de cualquier situación que nos haga sentir la cercanía de su paso, y creemos que es motivo suficiente para encerrarnos en muros cada vez más altos, procedimientos terapéuticos cada vez más costosos o aseguramientos cada vez más estrictos, que necesariamente generan distancias de todas aquellas personas que no pueden acceder a esas formas de supuesta protección.En esa tesitura nos escandaliza aquella palabra del Apocalipsis que dice que los santos que están bajo el altar del Cordero “no amaron tanto la vida como para temer la muerte”. Y es que, decimos, amamos la vida, pero tal vez exageradamente como para pensar que la nuestra tiene un valor tan grande que no hay muerte que pueda valer la pena morirse. Es necesario, tal vez, volver a repensar nuestra relación con la muerte y recuperar, o tratar de reflexionar si es posible, su valor en nuestra vida. Y es que la vida, como nos recuerda el nombre de la fiesta de hoy, es un asunto de fidelidad.La vida humana no es un proceso automático, sino que implica la fidelidad decidida a una serie de procesos y circunstancias que permiten sostener una vida y abrirse a que ella misma pueda decidirse y ser fiel a sí misma. Todas nuestras vidas han nacido en esa fidelidad, en la fidelidad de nuestros padres y abuelos, de las personas que nos rodearon y nos limpiaron y cargaron y de las personas que, sin conocernos, nos mantienen en la fidelidad a su trabajo y al cuidado de otras vidas. En esa primera fidelidad se sostiene la nuestra, la que ahora ejercemos también en seguimiento de aquellas vidas. Muchas de esas vidas ya no están con nosotros, pero su fidelidad sigue presente, dando vida. ¿A qué son fieles, entonces, los fieles difuntos? A la vida que se entrega, que se da, y no la que se cuida y defiende como posesión individual. Y esa vida, y esa muerte en entrega, vale la pena vivirla.Pedro A. Reyes, SJ - ITESOHoy celebramos como Iglesia la Conmemoración de los Fieles Difuntos y es justo eso lo que nos congrega en torno al altar del Señor, como creyentes no celebramos a los “muertos”, por el contrario, celebramos a los fieles, es decir, a aquellos que depositaron su confianza en Dios y se mantuvieron justo asi, fieles a su bondad; y son difuntos porque permanecen en el descanso de los justos, han perdido su vida y su presencia material se ha ido de nosotros; eso es por lo que nuestra celebración no se centra en la muerte sino en la vida, ya que Cristo ha vencido la muerte y nos ha dado nueva vida.En la primera lectura la liturgia nos recuerda la importancia de los justos, el justo es quien manifiesta la santidad en los diferentes aspectos de su vida, esta santidad hace que la persona alcance la felicidad del encuentro con Él, este encuentro debe suscitarse desde la misma vida y una vez dentro de la realidad de la muerte debe continuar ese encuentro con el Señor; la comunión del encuentro con Dios debe manifestarse en el encuentro con los hermanos, a través de los cuales, siendo sensible a las necesidades de los demás, se busca la relación con los otros de manera más plena, esto se extiende tambien a quienes han partido, a esto le llama el Catecismo la comunión con los difuntos, que se manifiesta por medio de nuestra oración y caridad.En la segunda lectura nos recuerda que el amor de Dios nos comunica su vida divina, al ser Dios el amor, nos comparte su ser y nos llena de su plenitud para que asi podamos encontrar la verdadera paz, al experimentar esta gracia, la misma vida divina va suscitando poco a poco la esperanza de la salvación, en la que Cristo ha vencido toda debilidad en la carne humana y le ha concedido al hombre el auxilio de la gracia, esta esperanza de encontrarnos con el Señor y de gozar la plenitud en la eternidad, es participar tambien de la bondad de parte de Dios.En el evangelio, el Señor nos recuerda que nos llama a su presencia en la santidad de vida, para gozar eternamente con él; esta presencia permanente se cristaliza a través del alimentarnos del Señor de manera continua y estable, de ahí que la gracia de este alimento nos configura cada vez más con él y nos hace confiar abandonándonos en Dios.Hoy, conmemorar a los fieles difuntos y recordar de parte del Señor estos principios nos debe de llevar a acrecentar la esperanza en la vida eterna, en la que como benditos de Dios seamos llamados a la eterna comunión con él, gozando del descanso de los justos. Encomendemos a Dios este deseo de nuestro corazón de unirnos por medio de la caridad y de la oración.