Lunes, 10 de Noviembre 2025
Cultura | XXXII Domingo Ordinario

Evangelio de hoy: La morada sagrada

«Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre»

Por: El Informador

«Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo». WIKIPEDIA/«Expulsión de los mercaderes del Templo», de El Greco

«Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo». WIKIPEDIA/«Expulsión de los mercaderes del Templo», de El Greco

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12

En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.

Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho.

Aquel hombre me dijo: "Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina".

SEGUNDA LECTURA

1 Corintios 3, 9-11. 16-17

Hermanos: Ustedes son la casa que Dios edifica. Yo, por mi parte, correspondiendo al don que Dios me ha concedido, como un buen arquitecto, he puesto los cimientos; pero es otro quien construye sobre ellos. Que cada uno se fije cómo va construyendo. Desde luego, el único cimiento válido es Jesucristo y nadie puede poner otro distinto.

¿No saben acaso ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo.

EVANGELIO

Juan 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre".

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: "¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?" Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré". Replicaron los judíos: "Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?"

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

La morada sagrada

La relación con la esfera de lo sagrado constituye uno de los cimientos esenciales en la historia de las sociedades, las cuales a lo largo de los siglos han establecido una gran diversidad de espacios y recintos para alojar, venerar, acercarse y dar culto a la presencia divina. Para el antiguo pueblo judío, el templo representa una de sus instituciones más preciadas, indispensables para su consolidación y desarrollo. Será desde el recinto construido para el encuentro con lo sagrado del que, como dice el texto del profeta Ezequiel, brotará un torrente de aguas que garantizarán más vida a todo ser viviente, aguas que sanearán lo descompuesto, que darán esperanza aun si el entorno, como en tiempos del profeta, es desolador ante el dominio de poderes militares y políticos como el de los asirios, los egipcios y los babilonios.

De ahí el gran aprecio a la morada sagrada en la que la comunidad de Ezequiel puede encontrar fuerza y consuelo, pues el cuidado y respeto por el recinto del templo está en función exclusivamente de la experiencia comunitaria con la divinidad.

Es precisamente la desvirtualización y manipulación de un espacio concebido para que el encuentro de Dios con la comunidad sea fuente de vida para agradecer y compartir con otros, lo que Jesús reclama con vehemencia a quienes han hecho “un mercado” de la casa de su Padre. Ahora bien, la casa del Padre entendida no solamente como columnas y muros, sino como la creación entera, tampoco puede ser desvirtuada, utilizada por intereses mezquinos y egoístas, sino constantemente dignificada, cuidada y querida como la gran casa común de la humidad entera. No hay que olvidar que, como dice san Pablo a la comunidad de Corinto, el único cimiento válido de lo creado, de toda persona, es Jesucristo: “porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo”. De ahí que de la experiencia de encuentro de Dios con cada persona, ya sea en el templo, en la creación, en su corazón, pueda surgir y transmitirse esa vida hacia otros como aquellos torrentes de agua de los que hablaba Ezequiel.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

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