Olvidar el nombre de alguien, incluso segundos después de haberlo escuchado, es una experiencia común que a muchos les resulta frustrante o embarazosa. Sin embargo, desde la Psicología, este fenómeno tiene explicaciones más profundas que van más allá de una simple “mala memoria”.Según especialistas en neuropsicología, la memoria de los nombres propios está estrechamente relacionada con la atención y la carga cognitiva. Cuando conocemos a una persona nueva, nuestro cerebro procesa simultáneamente su apariencia, tono de voz, entorno y contexto social. Si en ese momento nuestra mente está distraída o sobrecargada, el nombre —que suele carecer de un significado concreto— puede no almacenarse correctamente en la memoria de corto plazo. En palabras simples: no recordamos el nombre porque nunca llegamos a grabarlo realmente.Los nombres propios son más difíciles de recordar que otras palabras porque no tienen una asociación semántica fuerte. Es decir, a diferencia de un objeto o una acción, un nombre no describe ni sugiere nada sobre la persona. Esto hace que el cerebro tenga menos puntos de anclaje para recuperarlo después.Por eso, los psicólogos recomiendan asociar el nombre con un rasgo distintivo o una imagen mental. Por ejemplo, si alguien se llama “Rosa”, podrías imaginar una flor; si se llama “Fernando”, pensar en alguien que conoces con ese nombre.El olvido frecuente de nombres también puede deberse a estrés, falta de sueño, multitareas o envejecimiento natural. Estos factores afectan la memoria de trabajo, reduciendo la capacidad del cerebro para retener información nueva. En casos más severos o persistentes, puede ser una señal temprana de deterioro cognitivo leve, aunque en la mayoría de las personas es un fenómeno normal asociado al ritmo acelerado de vida actual.Los expertos sugieren algunas estrategias prácticas para mejorar esta habilidad:EE