A Sergio Ortiz LerouxEl 9 de enero se cumplen veintiún años del fallecimiento del filósofo político italiano Norberto Bobbio: poco tiempo, en realidad, para aquilatar la obra y legado de un pensador de altos vuelos. Pero, ¿lo fue en verdad? ¿No se trata más bien de un simple exégeta de los clásicos? ¿Por qué habríamos de leer hoy a Bobbio en México?Es fama que, hacia el final de su vida, tal vez en un afán por conciliar su entusiasmo juvenil con su posterior escepticismo, Octavio Paz hizo hincapié en la urgencia histórica de entablar un diálogo entre el ideario socialista y la tradición liberal: lo aterraba la cárcel de conceptos fraguada por el sistema soviético, pero igualmente frío lo dejaba la asepsia del mercado: un mero mecanismo —nada más— que deja sin tocar los asuntos medulares de la vida.Ignoro si Paz haya leído libros como Estado, gobierno y sociedad o El futuro de la democracia; de lo que no tengo duda es que son pocos los autores como Bobbio que desarrollan la idea de un “socialismo liberal” o un “liberalismo socialista”. Es la lección que emerge de su obra: países como México no necesitan extremos (ya sea bajo la forma contemporánea del populismo o del libertarianismo); lo que requieren es un liberalismo social, una izquierda socialdemócrata, pluralista y moderna.Si bien Paz probablemente nunca lo leyó, Bobbio no tuvo escasez de lectores en nuestro país, donde fue temprana y ampliamente traducido por el Fondo de Cultura Económica. Ha influido en un variado sinfín de pensadores mexicanos: desde Carlos Pereyra, Luis Salazar, Rolando Cordera y José Woldenberg, hasta Jesús Silva-Herzog Márquez, Mauricio Merino, Rodolfo Vázquez, Pedro Salazar, Corina Yturbe y José Fernández Santillán. Otra razón para leerlo: Bobbio forma parte inextricable de nuestra historia de las ideas políticas y jurídicas.Lorenzo Córdova, expresidente del INE, se asume como miembro de su escuela; en Derecho y poder. Kelsen y Schmitt frente a frente, escribe: “…quiero resaltar el apoyo, la confianza, la amistad y la cercanía de mi maestro, Michelangelo Bovero [asistente y heredero de Bobbio], quien no sólo me sirvió de guía en mis estudios y me permitió respirar el rico y productivo ambiente de la “Escuela de Turín” de la que hoy me siento parte, sino que además me introdujo a la práctica de una de las “artes” de la que más orgulloso me siento: “bob-biologar””.Bobbio, en suma, fue un influjo teórico capital para las transiciones democráticas de finales de siglo, incluida la nuestra; su artículo “¿Qué alternativas a la democracia representativa?”, donde defiende la centralidad —polémica entonces— de los derechos políticos formales y las libertades liberales, fue crucial para la apertura de la izquierda partidista y académica a la democracia.Escéptico de toda ilusión política, así como de todo exceso moral e intelectual, Bobbio fue asimismo uno de los mayores adalides de la moderación que tuvo el siglo XX. Este temperamento —virtud capital en tiempos de fanatismos y extremos— proviene sin duda de su trato continuo con los clásicos del canon occidental.¿Cuántos autores arrolladoramente originales son olvidados al cabo de poco tiempo? El filósofo de Turín, despreciado como simple exégeta, perdura aún. Quizás su originalidad radique aquí: Bobbio, más que nadie, nos insta a releer con cuidado a los clásicos y recobrar el sentido de pertenencia y respeto por nuestra tradición.Allí donde reinan las ideologías, la estrechez de miras y la búsqueda de novedad absoluta, el acto más creativo es la paciente recuperación del pasado. Las sociedades son producto no sólo de intereses y fuerzas materiales sino, en buena medida, de ideas y sistemas de pensamiento. Por eso no podemos entender los problemas políticos actuales sin las obras de Marx y Tocqueville, Montesquieu y Locke, Aristóteles y Platón. Los clásicos vuelven inteligible la política del presente.Retornemos, pues, con Bobbio a los clásicos, a sus lecciones de sabiduría política y a la discusión de las cuestiones perennes. Además de visión y perspectiva, categorías y preguntas, los clásicos nos dan autoconfianza intelectual y moral para imaginar por cuenta propia nuevas posibilidades. En México, Bobbio ya es un clásico. Sigamos el ejemplo de Córdova: bob-biologuemos.