Una de las expresiones más comunes durante la epidemia ha sido “yo no creo en eso”, como si las enfermedades fueran una cuestión de fe. Confundir lo que es materia de creencia con los elementos de la realidad es uno de los rasgos característicos del pensamiento premoderno y paradójicamente también del postmoderno. Curiosamente ambas formas de pensamiento conviven en pleno siglo XXI y en medio de ellas hay cualquier cantidad de prejuicios y construcciones de pensamiento mágico que hace cada día más complicado el manejo de la epidemia. No es un asunto de nivel económico o educativo, sino de ganas de creer.Los promotores del dióxido de cloro como remedio (es eso, un remedio, no una medicina) para el COVID-19 son grandes creyentes y promotores de sofismas simplones. Si los médicos dicen que no sirve de nada, es porque están coludidos con la mafia de la industria farmacéutica; si Cofepris alerta de las reacciones y efectos secundarios por ingerir dióxido de cloro, eso demuestra que las autoridades sanitarias están compradas por los laboratorios; si les demuestran que el dióxido de cloro no tiene efecto alguno sobre la salud, lo consumirán por si las dudas.La mentira no es nueva: nació en Chile hace 10 años y se ha presentado como una solución para todo tipo de enfermedades, desde diabetes hasta cáncer y ahora, por qué no, el COVID-19. Su nombre comercial es MMS (Miracle Mineral Solution, en inglés) y este producto “milagroso” no es sino cloro diluido en agua. El problema de este tipo de creencias, a diferencia de otras de tipo religioso o ideológico, es que sí tiene un efecto sobre la salud de los creyentes, desde irritación del sistema gástrico hasta diarreas, vómitos y afecciones cardíacas o del hígado. Si sólo fueran ellos los afectados, podríamos decir literalmente que en su salud lo hallarán, el problema es que se sienten protegidos y desoyen las recomendaciones sanitarias, con lo que favorecen la propagación del virus. No es gratuito que este fenómeno se haya extendido principalmente por América Latina, donde los sistemas de salud pública son deficientes y los privados inalcanzables. Pero la peor perversidad es que se trata de un remedio aparentemente barato, cuando en realidad no lo es: una botella de la solución mágica puede venderse en 100 pesos, mucho menos que la mayoría de las medicinas, pero su costo debe estar entre uno y dos pesos. Esto es, el verdadero milagro es que venden agua clorada entre 50 y 100 veces su costo en sistemas piramidales que tienen la característica de aglutinar a grupos de creyentes.No es el pensamiento mágico, ni el MMS, ni los amuletos, ni los “detente”, lo que nos va a ayudar a superar la epidemia, sino las políticas públicas claras y el comportamiento responsable de cada uno de nosotros.diego.petersen@informador.com.mx