Miércoles, 27 de Noviembre 2024

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Daños a terceros

Por: Gabriela Aguilar

Daños a terceros

Daños a terceros

¿Qué tan seguros están nuestros niños? Y como adultos, ¿qué tanto los podemos proteger? Por más que lo intentemos no podemos mantener la vigilancia permanente sobre nuestros pequeños, pero cuando nos despedimos de ellos confiando en que al entrar a una institución escolar estarán seguros, surge una nueva inquietud.

Como padres ponemos particular interés en la seguridad del plantel, observamos la conducta de nuestros hijos y tratamos de tener los sensores encendidos para identificar casos de violencia y abuso, pero cuando creemos que lo hemos visto todo, llegan eventos aterradores como el de la masacre en Texas, el martes pasado, para hacernos ver lo vulnerables que podemos ser.

Es imposible no estremecerse al ver las imágenes que la semana anterior pusieron los ojos en la escuela primaria Robb, en Uvalde, Texas, donde un joven de apenas 18 años asesinó a 19 pequeños y dos maestras. Algo sucede en el país vecino que con cierta periodicidad ganan titulares asesinos –regularmente jovencitos– que toman por objetivo centros escolares y el resultado es lamentable. Columbine (Colorado, 1999), Virginia Tech (Virginia, 2007), Sandy Hook (Connecticut, 2012) o Parkland (Florida, 2018) dan cuenta de ello.

Los testimonios de los niños sobrevivientes en las aulas donde Salvador Ramos abrió fuego la semana pasada fueron escalofriantes. La situación les hizo despertar un instinto de supervivencia y hacerse pasar por muertos cubriéndose con la sangre de sus compañeros heridos. Ningún niño debería pasar por un evento traumático de esa magnitud.

Ineficiencia policial aparte, ya que Ramos ingresó a la institución enfundado en chaleco táctico y rifles en mano sin ser detenido, la intervención de seguridad demoró más de 30 minutos llegar al edificio y abatir al homicida; las secuelas van más alla de las víctimas, sus padres y la comunidad: Aleccionan a una sociedad sobre la falta de atención integral a los jóvenes que de un momento a otro se convierten en homicidas.

Sin embargo, poco o nada miramos al interior. Mientras los ojos están puestos en Estados Unidos, en nuestro territorio la violencia y el crimen organizado le pasa la cuenta a la infancia, a los menores que pierden la vida en medio del fuego cruzado entre grupos armados. A todos aquellos a quienes las balas no alcanzan pero también deben sanar heridas emocionales al sobrevivir un episodio traumático, como aquella niña del video que vio cómo le arrebataban a su padre y sin saberlo estaba por convertirse en huérfana un día cualquiera al salir de la escuela.

Pocos casos tan impactantes como el ocurrido en enero de 2017 en el Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, cuando un niño de 15 años abrió fuego a corta distancia contra su maestra y compañeros para más tarde dispararse con el arma de su padre. Captado todo a través de circuito cerrado.

O la registrada en el Colegio Cervantes de Torreón, en enero de 2020, cuando un niño de 11 años disparó contra dos maestros y cinco compañeros, el resultado fue el deceso de su maestra y más tarde el suyo al suicidarse con la misma arma que llevaba en las manos.

Como esos, muchos más, pero quizá los de mayor impacto en nuestra región son los que protagonizan los comandos armados que en el fuego cruzado o el ajuste de cuentas vulneran la integridad de los niños, como ocurriera en marzo de 2020 a las afueras del jardín de niños Cipriano Campos, en Las Huertas, donde el resguardo de infantes por varias horas permitió que los pequeños se mantuvieran a salvo aunque varios adultos que los aguardaban a las afueras resultaron heridos en el intento de los elementos de seguridad por abatir delincuentes que abrieron fuego contra las autoridades en una finca vecina a la escuela.

Uno de los más recientes fue el registrado afuera de un colegio en Tonalá, donde un comando armado aguardaba para privar de la libertad a un agente de la Fiscalía del Estado que acudió a recoger a sus hijos. El intento de persecución acabó con la vida del agente y con la tranquilidad de la comunidad escolar que se vio involucrada.

¿Qué les sucede a esos niños que son capaces de empuñar un arma sin medir las consecuencias? ¿Qué le sucede a la sociedad que, en medio de un ajuste de cuentas, no piensa en los daños colaterales y en las víctimas que se llevan a su paso?

No hay escuela ni mochila segura que valga, debemos observar esas luces rojas que siempre se encienden. En el caso de Salvador Ramos su plan quedó registrado en su perfil de Facebook alertando previamente cada uno de sus actos, los cuales cumplió al pie de la letra. Debemos abrir los ojos a las señales para, en medida de lo posible, evitar los daños a terceros.

Gabriela Aguilar

puntociego@mail.com

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