Sábado, 04 de Mayo 2024

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Desatarse a tiempo

Por: Paty Blue

Desatarse a tiempo

Desatarse a tiempo

Aun reconociendo que lo mío lo mío no es la poesía, ni ando procurando poemarios como material de lectura para esparcirme, es justo asumir que a un poeta debo mis más sesudas reflexiones acerca del tiempo; ése que llega tan expedito como se va, el que se aprovecha, se pierde y hasta se mata, el que no pasa en vano y deja su huella, el que refiere a las diversas etapas de la vida de una, el que aprendemos a acoger y dejar ir y al que debemos identificar como principio y fin de todo lo que puebla el planeta, en cualquiera de sus planos.

Al insigne Renato Leduc y su portentoso “Soneto del tiempo” he de agradecer que una irreflexiva ingénita como yo hilvane algunas introspecciones, para ponerse a pensar sobre lo que ha hecho en y con su propio tiempo, particularmente ahora que le sobra para darse a la molicie y el hedonismo, si le placiera y contara con recursos para costeárselo, pero no consigue sacudirse del apremio impuesto por el reloj, a lo largo de tantos años de vida familiar y laboral muy activa.

Al repasar el montón y variedad de lapsos que han constituido mi existencia, encuentro que he acumulado períodos de todos tenores y coloridos, unos más ligeros y desahogados que otros, pero todos venturosos por cuanto me han permitido disfrutarlos y obtener las enseñanzas que cada época acarrea y que apiladas en tambache conforman eso que llamamos experiencia.

Lo que nunca he podido comprender cabalmente, desde que mis propios ancestros utilizaban dicha expresión para referirse a sus mozos años, es la costumbre de enunciar que “en mis tiempos”, en alusión exclusiva a la juventud lucidora, churumbelera y bailadora, como si la vida adulta fuera propiedad ajena. Creo que mientras no rindamos cuentas al de arriba o, como también nos da por aludir al reclamo de la huesuda con el eufemismo de colgar los tenis o entregar el equipo, mientras permanezcamos “vivitos y coleando”, a la edad que sea, siguen siendo “mis tiempos”, ¿o esos a quién pertenecen?

No sé cuánta razón haya tenido quien estableció que “el tiempo es oro” (time is money), pero de ser cierto, finalmente me explico por qué pocas cosas en esta vida me sacan tanto de mis casillas, como los impuntuales que me lo roban con inadmisible desfachatez y justifican su rapiña con la excusa más sobada e idiota que les viene a la cabeza. No les vendría mal, ahora que está tan en boga, tatuarles en el antebrazo la consigna de quien también fuera marido de Leonora Carrington, que dice “sabia virtud de conocer el tiempo”.

Y hoy que disfruto lo que Leduc alude en su poema como “la dicha inicua de perder el tiempo”, resulta que no sé cómo porque, durante tantos espacios acaté sus presurosos dictados, que no consigo liberarme de la esclavitud impuesta por el reloj. ¡Ya van a dar las 8:00!, me sorprendo diciéndome, al tiempo que me incorporo de la cama, como si me hubieran aplicado un choque eléctrico. ¡Las 10:00 y todavía ando en pijama!, me reprocho cuando me descubro disfrutando de alguna sosiega actividad, sin haberme despojado de mis galas nocturnas, ni haber pasado por el obligado tránsito bajo la regadera. ¡Ya es la media para la 1:00!, me alarmo cuando ni siquiera he definido con qué voy a honrar la mesa para dar cuenta de los sagrados alimentos vespertinos. Pero ya aprenderé a disfrutar la jubilación sin horarios; aún estoy a tiempo de desatarme.
 

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