Viernes, 22 de Noviembre 2024

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La pasión de Fernando

Por: Diego Petersen

La pasión de Fernando

La pasión de Fernando

A Narda y Matiana

Si alguien puede ser considerado el arquetipo de la pasión, su nombre es Fernando González Gortázar: arquitecto, escultor, urbanista, activista, ecologista, fanático de las plantas y los animales, apasionado de la cultura mexicana y conocedor como ninguno de la canción popular. Se sabía las que nadie sabía y las cantaba bien, con una voz ronca que hacía perfecto juego a su barba larga, cada día más cana. Polemista histriónico, conversador sin tiempos ni prisas, de mirada atenta, Fernando era la exageración sincera.

Una de sus grandes pasiones fue la ciudad de Guadalajara, su ciudad, donde dejó sus mejores obras, esparció sus ideas, cultivó afectos y donde también derrochó enojos, corajes, desazones y buena parte de su bilis. “Guadalajara es una puerca vieja que devora a sus hijos” dijo en una entrevista a finales de los años ochenta, como una metáfora de la dificultad que enfrentaban los creadores en la ciudad. Pocos meses después trasladó su domicilio a la Ciudad de México para nunca volver a su tierra más que en furtivas visitas. Eso sí, nunca cerró la oficina. Su despacho, como él mismo le llamaba, en la calle López Cotilla, era el refugio de sus proyectos, sus anhelos y sus plantas: cientos, quizá miles de plantas originarias de todo el mundo que fueron llenando el vacío que él dejó.

Guadalajara fue el más tormentoso de los amores de Fernando. Amó a esta ciudad como a ningún otro lugar; la odió como sólo se puede odiar a quien se ama apasionadamente. Las marcas de esa relación tormentosa quedaron, para suerte nuestra, plasmadas en algunas de las mejores obras de González Gortázar. La ciudad está impregnada de sus marcas, como su vida y su corazón estuvieron siempre marcados por el terruño que lo vio nacer y por los maestros de una la escuela de arquitectura que, desde una provinciana ciudad de los años sesenta, le abrió el mundo.

El rumor de La Hermana Agua, el movimiento ascendente de Los Cubos de Lázaro Cárdenas, el equilibrio imposible de “Las Pistolas” del parque González Gallo, la luz espectacular de la estación de Juárez del Tren Ligero, La Gran Puerta por la que nunca sabes si entras o sales, no son sólo un legado escultórico y arquitectónico para Guadalajara, son sobre todo la huella de la pasión de Fernando.

Con la muerte de Fernando, Guadalajara ha perdido algo más que uno de sus grandes arquitectos, perdió uno de sus grandes amores. Merece la ciudad el luto y la tristeza, como lo merecemos todos los que lo quisimos tanto.

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