Daniela Liebman crece como mujer, lo cual, aunque natural, es admirable. Pero también crece como artista, lo cual es doblemente admirable. Conserva la sencillez y la sonrisa tímida, limpia y fresca que fueron sus cartas de presentación cuando debutó como solista en el Teatro Degollado, a los nueve años de edad, hace cinco, con los conciertos No. 1 de Shostakovich y No. 8 de Mozart. El piano, casi un juguete en las manos de la entonces niña, es, ahora que regresó para tocar el Concierto No. 1 en Mi bemol mayor, de Liszt, con la renovada Orquesta Filarmónica de Jalisco, la herramienta de que la ahora jovencita se vale para proyectar su temperamento y sus facultades, que también van in crescendo.Fue el platillo fuerte del segundo programa (“Impresiones Húngaras”) de la Tercera Temporada 2017 de la OFJ. Desde la entrada, con el enunciado heroico que recuerda al Concierto No. 1 de Tchaikowsky o al “Emperador” de Beethoven, Daniela acusó la solvencia, agilidad y virtuosismo de una artista en franco proceso de maduración. Con naturalidad, sin manierismos chocantes, la joven pianista hizo fluir, con el vigor o la dulzura que la partitura demanda y con un nivel de calidad y madurez asombrosos para su edad, los temas de una pieza cumbre del repertorio pianístico universal. La orquestación, con Marco Parisotto –titular de la OFJ— en el pódium, fue excelente. Como encore, Daniela obsequió a la concurrencia que casi llenó el Teatro Degollado, la encantadora Balada Mexicana, de Manuel M. Ponce. (Con la venia de Tosca: “Ecco una artista!”).El programa fue desigual. Abrió con la suite Háry János, de Kodaly, interrumpida por Parisotto en los compases iniciales por culpa de un celular impertinente. La relación sinfónica de las supuestas hazañas de János tuvo su clímax, musicalmente hablando, en el bellísimo Intermezzo. En la segunda parte de la velada, las Danzas Húngaras 1, 4, 5, 6 y 7 de Brahms, magistralmente dirigidas y ejecutadas, provocaron aplausos entusiastas intercalados entre las mismas. Pecado venial, en este caso. Antes de la suite El Mandarín Maravilloso, de Bartók, (“Una música infernal”, según su propio autor, y silbada y abucheada por el público desde su estreno), Parisotto subrayó que la obra es “extremadamente difícil” (“de tocar… y de escuchar”, le faltó decir).El programa se repetirá el 10 de noviembre próximo, en la inauguración del Festival Internacional de Música de Morelia.