Domingo, 25 de Agosto 2024

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El lobo que sí llegó

Por: Augusto Chacón

El lobo que sí llegó

El lobo que sí llegó

Había una vez, hará unos treinta años, un bosque, La Primavera. Próximo a Guadalajara. Eran tan otros tiempos que era posible acampar en alguno de los valles que entre loma y loma hay allá. No era obligado pensar en la inseguridad, no había en el bosque asentamientos irregulares de malvivientes. Pero el cuento no trata de esto, resulta que, a finales de un julio tres décadas antes, un grupo discurrió que sería bueno empacar casas de campaña, alimentos, bebidas y remontar el camino que partía de donde terminaba la Av. Mariano Otero. 

Amigas, amigos, con hijas e hijos pequeños. Ya instalados en la campiña, primero lo primero: jugar, comer, beber, reír hasta que el atardecer iluminó no más que una vela. Las mujeres, listas, decidieron regresar a la ciudad. Los hombres a montar las casas de campaña. La noche, espléndida, las estrellas refulgían, soplaba un vientecillo fresco y húmedo. Qué gozo, qué felicidad, cuánta libertad. Uno de los acampantes, papá de tres, ducho en cosas del campo (de eso vivía), decidió no armar su tienda quitapón. 

¿Por qué? Lo cuestionó la casi totalidad de aquel pueblo efímero. Es que va a llover, mejor me quedo con las niñas en la camioneta. Los demás sonrieron, se miraron entre ellos y no le dijeron tonto porque a pesar de la consumición de bebidas estimulantes conservaban una cucharada de educación. ¿No estás viendo el cielo? 

Inquirió la significativa mayoría. Por eso, respondió. La fiesta siguió hasta que el cansancio metió a cada cual en su bolsa de dormir. De pronto, el tal cielo, con sus estrellitas, sus cometas, el vientecillo, etc., dejó caer una tormenta avasallante, parecía manar también de entre los árboles. Aquel que quedó más seco estaba empapado. La comida dejada a la intemperie se volvió caldo. ¿Quién, ante semejantes condiciones atmosféricas (ante semejante ignorancia) se iba a preocupar por resguardar las cosas? Nomás uno, pero sólo se hizo cargo de lo que le correspondía; nunca nadie olvidó su cara risueña, gesto socarrón, en cuanto el sol hizo la merced de apersonarse para poner orden.   

El párrafo previo deja en claro una particularidad de este texto: trasluce un yo que no suele ser bien visto, por el tufo a soberbia que deja, por la sensación de sentencia inapelable que cada oración parece dictar. La razón para hacer así, si es que alcanza el mérito de considerarse razón, es que el 23 de mayo de 2024 la determinación del Consejo General del INE respecto al conformación del Congreso de la Unión convocó a mirarnos cada cual desde lo que en medio de la debacle de la República hemos sido, somos y seremos. E inicié con un cuento, basado en sucesos reales, que ilustra aquello de que basta ser mayoría para que lo que se determine, en nombre de esa generalidad, sea virtuoso. 

Pero la determinación para que el artículo siguiera el rumbo antiguo de narrar una parábola para estimular el impulso por formar comunidad, tiene que ver, además de la repartición de asientos en el Congreso, con la intención de la mayoría que hoy se erige constituyente, por desaparecer los organismos autónomos, símbolos de la democracia soñada, y con la definitiva entronización de los militares al volver legal lo que de facto ya era terrible, e inútil por sus efectos: un general de División, dependiente de la Sedena, al frente de la seguridad pública federal. Asimismo, el ángulo de entada para este texto involucra resistir el ímpetu por adjetivar, por amenazar con lo que esté a la mano: va a diluviar, ya lo verán, ya lo padecerán. El tono de cuento de hadas es una invitación para que el coraje por la confirmación del autoritarismo que se desentiende de lo que no corresponda con sus ideas, con sus modos, con sus intenciones explícitas e implícitas, no ahonde más la fisura que únicamente los beneficia a ellos, los despóticos, que miden sus acciones e inacciones con raseros propios, ajenos a los detalles necesariamente presentes en una nación plural y diversa. 

Detalles como las decenas de miles de asesinados; las decenas de miles de desaparecidos; las decenas de miles de hectáreas en poder del crimen organizado; las decenas de millones en pobreza a pesar de tener unos pesos extra para comer unos días; las decenas de millones de mujeres a las que el régimen sólo considera carne de discurso, tal como a los pueblos originarios y los migrantes. 

Detalles que, para el lópezobradorismo, el morenismo y como sea que llamemos a su continuación con Claudia Sheinbaum en el papel de primera oficial del acorazado que comanda el Almirante López Obrador, son lo de menos, que son menos al lado del fulgor de su mayoría iracunda, acomplejada y vengativa ¿Por qué en el Consejo del INE del viernes anterior Fernández Noroña estaba enojado? ¿Por qué el morenismo representado por Sergio Gutiérrez se notaba enfurecido en sus intervenciones? Lo lógico era comportarse según rezan los números de la elección, según los dados políticos absolutamente cargados de su lado, tenían todas las de ganar, incluso lo que no ganaron en las urnas; es su sello ser brutales, no admiten que los detalles de la realidad de las otras, de los otros los objeten: si no se alzan con todo, violencia; si sus opositores no son dóciles, violencia; si no perciben aceptación silente de sus designios, violencia. Mecanismo con el que excluyen la inteligencia ¿para qué pensar -se infiere de su actitud- si pueden ser ignorantemente feroces? Y a partir de su ignorancia, son contradictorios: a los criminales y a sus socios corruptos, los del morenismo, no los cuestionan, con ellos son mansedumbre y abyección.

Desde el viernes, el comienzo de la historia deberá ser: hubo una vez. Cuántas, cuántos nos sentaremos a contarla para iniciar la brega y recuperar lo perdido que, por lo demás, perdimos entre todos, creyendo que no llovería.

agustino20@gmail.com

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