Miércoles, 21 de Mayo 2025

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La transformación silenciosa de nuestros imperativos morales

Por: Luis Ernesto Salomón

Trump quiere un cambio profundo que nos impacta

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Durante décadas hemos escuchado que vivimos una era de cambios. En efecto, los hemos experimentado en abundancia: nuestra forma de vida se ha transformado, elevando expectativas, generando frustraciones al no alcanzarlas e introduciendo la violencia como parte cotidiana de nuestro entorno, una violencia que observamos, normalizamos y, lamentablemente, aprendemos a tolerar. También han evolucionado los parámetros a partir de los cuales juzgamos la política y la economía.

Hoy se repite hasta el cansancio que asistimos a un cambio en el equilibrio geopolítico, que la inteligencia artificial no solo transforma la economía, sino que empieza a alterar las bases mismas de la convivencia social. Sin embargo, quizá el cambio de mayor impacto y profundidad sea el que ocurre en los imperativos morales que la humanidad enfrenta, y que deberá abordar de manera urgente. Dicho de otro modo, el consenso sobre lo que es correcto en la vida privada, en la política, en la guerra, en la economía y en el derecho está siendo sometido a un cuestionamiento permanente, abriendo un intenso debate sobre los límites de lo permisible.

Esta transformación de criterios impacta directamente en el comportamiento social y agita la vida intelectual de las democracias, hoy obligadas a regular —o decidir no hacerlo— aspectos cruciales como la inteligencia artificial, la muerte asistida, el ejercicio de la libertad de expresión frente a la protección de derechos individuales, e incluso, cuestiones tan esenciales como la definición misma de lo que es verdadero o falso, más allá de la evidencia científica.

En medio del ruido mediático, que muchas veces impide la reflexión profunda, se vuelve imprescindible detenernos a pensar en estos dilemas y asumir una postura consciente, tanto como personas como sociedades.

Los límites a la difusión de espectáculos que exaltan al crimen organizado en México; la detención de jueces en Estados Unidos; la promoción de robots como cuidadores de personas; el debate sobre la autonomía de la inteligencia artificial, que podría actuar sin responsabilidad moral en campos como la guerra, las finanzas o la producción económica; la protección de la naturaleza y los animales; la regulación de la explotación de los mares y del espacio; así como la contención de la producción de armas nucleares, químicas y biológicas, son todos temas que nos enfrentan a una pregunta esencial: ¿cómo proteger la dignidad humana en un mundo en rápida transformación?

La defensa de la dignidad de la persona humana debe estar en el centro de estos debates. Si bien no son discusiones nuevas, su importancia crece día a día, adquiriendo un carácter de urgencia en la necesidad de alcanzar acuerdos a escala global.

Entre el individualismo extremo y el colectivismo opresivo, ambos riesgosos en su pretensión de imponerse ignorando los límites de la libertad y la dignidad de cada persona, se dibuja el desafío de nuestro tiempo: construir un equilibrio justo que preserve la libertad sin renunciar a la solidaridad ni al respeto absoluto por la dignidad humana.

En este contexto, la voz del Papa Francisco ha sido particularmente relevante. Su insistencia en defender los principios éticos fundamentales —con independencia de que se comparta o no su visión— ha sido reconocida como un llamado emitido desde la mayor buena fe, esa que parece cada vez más escasa en los centros de decisión más poderosos del mundo, donde prevalecen intereses inmediatos y visiones de corto plazo, en lugar de la responsabilidad de cuidar al género humano.

Hoy más que nunca, necesitamos detenernos a pensar y actuar en consecuencia. De ello dependerá no solo el futuro de nuestras sociedades, sino la supervivencia misma de los valores que nos definen como humanidad.

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