Martes, 30 de Abril 2024

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Las ganas de gritar ¡Viva México!

Por: Argelia García F.

Las ganas de gritar ¡Viva México!

Las ganas de gritar ¡Viva México!

México de mis amores y de mis pesares. No sé de dónde le venga a uno el amor a la patria, el amor a su historia, sus tradiciones y sus ideales, el nombre de memoria y al segundo de ciertos héroes, el ánimo de gritar año con año ¡Viva México! desde lo más profundo de la entraña y asegurar dentro y fuera del país, que “como México no hay dos”. 

Supongo que si lo llevara a terapia o si lo hablase con mi terapeuta, me diría que es parte del arraigo social: que así como tiene uno un arraigo personal a su familia y en ella explora y crece y detesta cosas, así igualito funciona con el país. 

México es un hondo mar de contradicciones, tenemos grandes relatos históricos con los que apantallamos a cualquier extranjero, civilizaciones que florecieron a las que admiramos por usos y costumbres, nos creemos -cuando nos conviene- mayas, aztecas, resilientes tarahumaras pero una inmensa mayoría de nosotros somos la mezcla de cientos de años que hacen un país culturalmente riquísimo. 

La idea de este país y su independencia son junto con las demás luchas de independencia latinoamericanas, excepcionales. Es extraño, puestos a echar un ojo crítico, que el cura Hidalgo, fuese quien alentara desde su parroquia a la guerra que aseguró al cabo de algunos años que este país se conformara como república. 

De las bondades de ser mexicano, no acabaríamos nunca, nos están agradecidos pueblos enteros por nuestra hospitalidad durante sus conflictos políticos en sus propios países. Basta ver las grandes comunidades de españoles, chilenos, cubanos, y por supuesto en años recientes, venezolanos. 

México acoge, hace sentir importante al otro, es, volviendo a ese mismo concepto terapéutico como si diera más de lo que puede darse a sí mismo. Ve siempre por la precariedad y la injusticia ajena pero no resuelve la propia. Ve la paja en el ojo ajeno pero no la viga propia. Con todo y esos pequeños rasgos de falta de amor propio, México año con año, sale adelante, no siempre de la manera más honesta pero de la que sabe.

En los años noventa, cuando yo fui hija del proyecto “Solidaridad”, el Tratado de Libre Comercio nos volvió niños más internacionales, las escuelas con formación de estado extranjeras se consolidaron y mis amiguitos cantaban la Marsellesa o el himno gringo con la misma soltura que el mexicano. 

Teníamos la mente fuera de lo “Hecho en México” pues teníamos al alcance artículos, comida y enlaces con el más allá de las fronteras de lo que nuestros primos grandes y últimas generaciones habrían soñado. Para ellos, ese México globalizado era cuestión de unos pocos: o de los hijos de braceros que habían ido al gabacho a probar suerte, o de los ricos, a quienes con el mismo gusto que los mojados traerán cosas para sus familiares.

Mi idea de este país cambió cuando empecé a descubrir que la policía no era tan de fiar y cuando al pasar a la adolescencia y primera juventud, al poco tiempo conocí de otros nombres que me vienen a la memoria tan rápido como aquellos héroes: Aburto, Ruiz Massieu, Mouriño, Guzmán Loera, García Luna…

El México en el que yo nací, no es el mismo en el que nació mi hija, pero la esencia de aquella época prevalece. Durante los últimos treinta años, he visto descomponerse el tan trillado tejido social, he visto que México sigue siendo un país de oportunidades pero no para todos, da la mano a extranjeros mientras no nos quiten lo que llevamos puesto, he visto a la política convertirse en un negocio y en una forma vil de hacerse rico y poderoso al menos por un tiempo. He visto a los políticos asistir al teatro a dar sus informes pero no a interesarse por lo que sucede cuando ellos no están en el estrado. Quizá las formas dejaron de importar mucho y el fondo sea el mismo.

Extrañamente este año, a pesar de los pesares, también grité: ¡Viva México!, a ver el próximo.

argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina

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