Viernes, 11 de Julio 2025

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Las luchas

Por: Abel Campirano

Las luchas

Las luchas

Hace muchos años, mi Papá me compró en los puestos que se instalaban en el mes de noviembre en las inmediaciones del Parque Morelos, hoy la Feria del cartón y del juguete, un ring con todo y luchadores, pequeños monitos de más o menos buena factura, unos enmascarados y otros no, pero eso sí, de plástico resistente a prueba de niños y de una que otra mordida del dálmata que teníamos en casa.

Me gustaba la lucha libre; veía con mi Papá las funciones que transmitía a control remoto cada viernes el Canal 4 de televisión desde la Arena Coliseo, cuando eran narradas por Susano Santos Flores, cuya muerte trágica a finales de la década de los sesenta llenó de tristeza a la sociedad tapatía y especialmente a los aficionados a los deportes porque su voz era indispensable en las narraciones de las funciones de lucha libre y de futbol.

Este gran maestro de la locución era una persona muy apreciada en el medio, un locutor con asombrosa cualidad descriptiva; la crónica estaba a su cargo y la voz comercial era la del inolvidable Juan Manuel Rojo, también una de las voces más queridas de la radio y la televisión tapatía.

Vaya que era un espectáculo entretenido; el público se divertía, se enojaba y se asombraba con las patadas voladoras, los topes supersónicos, las llaves: la doble Nelson, la quebradora, la de a caballo que inventó Gori Guerrero y la popularizó El Santo, la tapatía, la cavernaria, el candado japonés, el martillito, el tirabuzón, la llave a las carótidas, y para los televidentes la emotiva narración de Susano Santos Flores.

Las funciones de la Arena Coliseo eran los viernes por la noche y los domingos desde las seis de la tarde; las de los domingos eran de mejores carteles que las de los viernes.

Gracias a esas transmisiones surgió mi gusto por la lucha libre y cuando mi Papá me preguntó qué quería en el Día de Todos los Santos en noviembre, lo que le pedí fue un ring de juguete con todo y luchadores para así montar mis propias funciones, y vaya cómo me divertía aventando los monos y entrelazándolos simulando las llaves; los monitos se arrojaban no desde la tercera cuerda, es decir, desde la tercera liga, no, mucho más alto, tanto como alcanzara mi brazo, ese era el verdadero tope suicida; la imaginación infantil se encargaba de todo.

La verdad, esos rings no eran nada caros y muy simples: ligas, palitos y una pequeña base de cartoncillo y sus infaltables luchadores.

Antes de que se me olvide, quiero recordar que también en el Parque Morelos vendían máscaras, capas de luchadores e incluso cinturones con su escudo de campeones; al comprarlos uno se sentía el Rayo de Jalisco o El Santo. Me imagino que alguno de ustedes tuvo en su casa una que otra máscara.

Las luchas eran apasionantes. ¿Se acuerdan? “¡Lucharáaan a dos de tres caídas en relevos australianos sin límite de tiempoooo! Por los rudos, los Hermanos Espanto, y por los técnicos, Ray Mendoza, El Faraón y Apolo Curiel”.

Quiero hacer una advertencia a usted, paciente lector: los nombres de estos luchadores y el cartel es meramente ilustrativo, para la narrativa sirve. Los eternos réferis: el Loco Sandokán y Cuauhtémoc “El Diablo” Velasco, gran maestro de luchadores, y ya en tiempos recientes, “El Tirantes”.

Apenas terminaba el anunciador, ya estaban dándose con todo, como si fuera superlibre; los rudos contra los técnicos; volaban unos y otros, y la mayoría de las veces tres rudos contra un técnico; mientras tanto, el réferi no atinaba qué hacer ni a quién amonestar y era abucheado por el público y reclamado por el bando de los técnicos que querían el enfrentamiento uno a uno; el público gritando, un sector enojado, otro festejando, y bueno, debo decir a ustedes que entre golpe y golpe y llave y llave, se causaron severas lesiones e incluso la muerte, como el caso del inolvidable Perro Aguayo en Tijuana.

Me imagino que a estas alturas de la lectura de esta columna pensarán que no les he mencionado más nombres de luchadores: aquí les van solo algunos, perdonando involuntarias omisiones: El Santo, Bobby Bonales, Tarzán López, Enrique Llanes, Blue Demon, Black Shadow, René Guajardo, Karloff Lagarde, Kiko Van Dick, El Gladiador, Gori Guerrero, Alfonso Dantés, Dr. Wagner, Felipe Ham Lee, El Médico Asesino, Cavernario Galindo, El Bulldog, Pantera Blanca, Red Terror, Oso Negro, Black Killer, Pantera Negra, El Fantasma de la Quebrada, La Momia, El Muerto, Tinieblas, Huracán Ramírez, Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, Los Espectro, Rito Romero, Rolando Vera, El Solitario, Cien Caras, Los Espantos I, II y III, Los Gemelos Diablo, Suji Sito, Huroki Sito, Dorrell Dixon, Antonio Montoro, y no puedo seguir mencionándolos porque el espacio es corto.

Antes de que se me olvide, ¿recuerdan a Crox Alvarado, aquel actor costarricense del cine de oro nacional? Fue padrino de matrimonio de Jorge Negrete y María Félix, y protagonizó la primera película de luchadores en México. Se llamó El enmascarado de plata, de donde El Santo sacó su nombre de batalla en el año 1952, y cuentan las crónicas que era muy buen luchador.

En otra ocasión que vuelva a tocar el tema de la lucha libre les platicaré más de Crox Alvarado. Por ahora aquí le dejamos, esperando volverlos a encontrar la próxima semana en estas páginas de EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.

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