Asumimos que vamos a vivir mucho tiempo. Hacemos planes para dentro de meses o años, dando por hecho que la vida nos va a alcanzar. Claro, no se trata de ser pesimistas y levantarnos pensando que dejáremos de existir, pero solemos olvidar que somos seres finitos. A veces es un accidente o una enfermedad -propia o ajena- lo que nos recuerda lo incierto que puede ser nuestro paso por esta vida.Para Elizabeth ese tiempo entró en cuenta regresiva cuando le dijeron que necesitaba un riñón para seguir viva. La primera opción fue anotarse en la lista de espera del Centro Nacional de Trasplantes (Cenatra)… una espera que puede durar años. Al último corte de este 2024, en esa lista hay 19 mil 745 personas esperando un trasplante en México, la vida de la gran mayoría -16 mil 544 personas- depende de conseguir lo antes posible un riñón.El tiempo que tenemos -que vale recordar que no es infinito- lo dedicamos a trabajar, comer, dormir y, en el mejor de casos, a alguna recreación o distracción. Pero también es el que destinamos para las personas que amamos, que para nosotros son importantes. Entre tratamientos y hemodiálisis, para Elizabeth o “Bebys”, de cariño, ese tiempo podía ser un día más, un mes o un año para estar con sus hijas, un par de gemelas que iban creciendo mientras ella se aferraba a la vida. Entonces, hubo una donante en vida: su suegra. Tras estudios y trámites, se confirmó que la donante y la receptora eran compatibles. Le dio vida a ella y sus nietas.“Mi suegra desde que se enteró que iba a necesitar un riñón me dijo: ‘Yo te lo voy a donar…’ Finalmente las cosas se acomodaron y ella fue la que me lo donó, las dos estamos muy bien hasta el día de hoy”, recuerda “Bebys” casi una década después de que fue trasplantada.“Para mí fue una nueva oportunidad de vida, en pocas palabras, volví a nacer; ha sido el regalo más valioso y significativo que he recibido. Han pasado 9 años en los que he podido acompañar y ver a mis hijas crecer, viajar, disfrutar de cada comida, de cada reunión familiar y de amigas, poder sentirme libre”.Antes del trasplante, “Bebys” estaba atada a la máquina de hemodiálisis, iba tres días a la semana al tratamiento y terminaba muy cansada. Eran horas para seguir vida, pero también valiosas horas sin poder estar con sus hijas, su esposo y su familia.En vida pueden donarse uno de los dos riñones o tejidos (como sangre o médula ósea). Al fallecer, dependiendo la causa de muerte y la valoración médica, pueden donarse corazón, riñones, hígado, páncreas y pulmón; además, tejidos como piel, hueso, córneas, médula ósea, arterias y venas. Si usted quisiera ser donador en vida, también puede comunicarse al Cenatra o en el Consejo Estatal de Trasplantes del Estado del estado.“Yo entiendo la renuencia que se puede llegar a sentir el pensar en donar un órgano, por el miedo que genera el futuro, ¿Qué va a pasar cuando esté viejo? ¿Y si me enfermo? Pero realmente no sabemos nada del futuro, lo que es real es el ahora; donar una parte de ti demuestra amor, del incondicional, del bueno… del que cambia vidas e historias familiares”, reflexiona “Bebys” sobre el temor a ser donante de órganos en vida.La decisión de ser donador es algo que debe hablarse y plantearse en familia, porque en caso de fallecer serán ellos quienes tomarán la última decisión. Y es que, aunque existen las tarjetas de donadores voluntarios y el consentimiento expreso que emite el Cenatra, la familia es quien tiene la última palabra.Y en ese momento, donde el tiempo se termina, alguien habrá qué decidir lo que sigue para nuestro cuerpo. Donar también es una oportunidad de vida.