Quedan tres días para Nochebuena, el día de mayor alegría para el mundo cristiano, pues hace dos mil veinticuatro años llegó Jesús a un humilde establo, en un lugar de Belén de Judea, a unos diez kilómetros de Jerusalén, para traernos la buena nueva.Cuando estábamos pequeños, nuestros padres nos inculcaron la fe cristiana, nos educaron con sus costumbres y nos dejaron sus tradiciones que seguimos hasta la fecha. Así, a partir del dieciséis de diciembre y hasta el veinticuatro, se llevan a cabo las posadas, las celebraciones previas a la venida de Jesús.Nueve en total; en los barrios aledaños a las iglesias, como El Santuario, el Perpetuo Socorro, la Capilla de Jesús, El Retiro, Analco, y tantos más, se organizaban los fieles para elegir las nueve casas donde se llevarían a cabo las celebraciones. A las casas de quienes honrosamente las ofrecían, llegaban los vecinos del barrio, todos con una vela encendida en la mano, para iluminar su camino y recordar que Cristo es nuestra luz.Los matrimonios se turnaban para cargar una peana decorada con aserrín, heno y musgo y llevaban a hombros el Misterio, es decir, las figuras del Señor San José y la Santísima Virgen María, ésta a lomo de mula, y al llegar a la casa, que representa el mesón o la posada, iniciaban los cánticos o letanías:“En el nombre del cielo, yo os pido morada, pues no puede andar mi esposa amada”, mientras que los dueños de la casa, desde dentro, les respondían cantando:“Aquí no es mesón, sigan adelante, yo no debo abrir, no sea algún tunante.”Continuaban los cantos hasta que finalmente se abrían las puertas por los anfitriones y todos entraban a la casa cantando:“Entren santos peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada, os la doy de corazón.”Y al instante se encendían las luces de la casa, todos pasaban a su interior, donde eran recibidos con alegría y les ofrecían ponche, atole, champurrado, buñuelos, y les daban a cada uno de los asistentes una bolsita con dulces y cacahuates, bolo al que le llamaban colación o aguinaldo. Después de departir unos momentos entre todos, se recogían en sus casas, y así lo hacían en cada posada.En la casa donde se pedía la posada, los anfitriones mostraban orgullosos sus nacimientos, con sus figuras de porcelana o de barro, con los elementos fundamentales: el portalito decorado con papel piedra, heno, musgo y un farolito pequeño que hacían en Tonalá; La Virgen, San José, el pesebre, el ángel, el asno, la mula, los pastores, los borreguitos, el pocito, el aserrín, las palmeras, los Reyes Magos, decorados con papel piedra, heno y musgo, sus luces de colores, hermosos nacimientos, y claro, no faltaba el árbol de Navidad, que en la década de los sesentas algunas tiendas, como Maxi, vendían “arbolitos de Navidad naturales, importados de Canadá” que inundaban la casa con olor a pino y duraban el tiempo justo hasta la llegada de los Reyes el seis de enero.También en esa época se acostumbraban las pastorelas, una representación teatral que surgió en la iglesia con los llamados autos sacramentales, provenientes de España, traídos por los jesuitas, que facilitaron la tarea evangelizadora. En ellas se hacía una recreación del nacimiento de Cristo y la adoración de los pastores; en muchas escuelas se presentaban las pastorelas a los padres de familia en un evento que era el cierre de las labores docentes, y obviamente en las iglesias de colonias y barrios de la ciudad también se organizaban, y todas invariablemente culminaban con los tradicionales villancicos.Hoy día, pastorelas y posadas son cada vez más raras. La posada de hoy es una reunión como cualquier otra, donde no hay ni peregrinos, ni rezos, ni letanías, ni velas; es una reunión para intercambiar obsequios y hacer muchos brindis. Nada que ver con las de antes.Espero que este artículo les traiga más recuerdos y sea tema de conversación con sus seres queridos y amigos. Les deseo que pasen una Feliz Navidad y aquí nos estaremos encontrando nuevamente el próximo sábado, al abrir una página más del libro de mis recuerdos.