¿Cómo definir una ciudad? Aventuremos una explicación poética, de Bethsabé Ortega, Ciudad poema es su libro (Versografía Editorial, 2023) “muestra de literaria de poesía jalisciense sobre la ciudad escrita entre el 2000 y el 2022”: “La ciudad que se recorre y se vive diariamente es un mapa colorido donde convergen continuidades y yuxtaposiciones de la presencia de elementos, personajes, calles, puentes, avenidas, etc., se parece a un collage porque la experiencia de convivencia es múltiple. La imagen de la metrópolis resulta en la manera en que se relacionan unos elementos con otros y se crea una composición.” Pero ¿hay que definirla o basta vivirla, nombrarla para que quede explícita? Guadalajara. Aunque no puedo evitar recurrir otra vez a Bethsabé Ortega: “Esta es una nueva espacialidad para una nueva mitología donde viven nuevos espíritus malignos. En general esos demonios son los otros, es decir, todo lo que no soy yo, con los edificios, el cajón, la avenida Chapultepec o los vecinos, la otredad.” Y del mismo libro, de un poema de Aurora O. González de Mendoza: “Sobre tus pavimentos protestan los ríos. Has envejecido mal, / Guadalajara / nuestras heridas son tus crónicas / te hemos perdido en nuestros errores / Nosotros te hemos envejecido mal.” Explicar una ciudad, a Guadalajara, no admite una enunciación definitiva: la ciudad va siendo y además es lo que vamos haciendo de ella y viceversa. Desde lo obvio: de la Guanatos de 1975 no decíamos lo mismo que de la actual, aunque mucha de su índole permanezca; hasta lo intrincado: la de 2024 es una para quienes viven, digamos, en la colonia Jauja, Tonalá, y otra para aquellos que cotidianamente discurren sobre ella de Tlajomulco al Centro de su fundación. Aunque algunas características se mantengan, las orográficas, los cerros aun deformados por el uso que la ciudad les impone son los mismos, su hidrografía está hoy en los libros de historia: el afán humano de congregarse en comunidades le impone al territorio natural una mutación absoluta y la transfiguración de sus arroyos y ríos (los volvemos cloacas o calles).Sucede que a la hora de crear ciudades somos notablemente bíblicos, éticamente anclados al libro del Génesis: que el hombre y la mujer señoreen en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastre sobre la tierra. Traducido al español en boga: en la Tierra hagan los seres humanos lo que se les pegue su regalada gana sin reparar en las consecuencias. Y entonces hicimos una ciudad que, como todas, propicia dos descripciones principales. La cultural (es la que preferimos, especialmente quienes gobiernan): Guadalajara es asiento de artistas, es fértil para comerciantes y de industriales que la hacen económicamente potente; irradiadora de una de las nociones más comunes del machismo; aportadora de comidas y bebidas singulares, calidad exportación; crea hitos arquitectónicos; sus religiones (si hace cincuenta años hubiéramos usado en plural el vocablo religión, muchas cejas se habrían alzado); la corrupción, su dejo provinciano trenzado con sus, cada vez más, hilos cosmopolitas; etc. Asimismo la caracterización física: su clima (que ya no es el de antes); su patrimonio construido (en vías de extinción, cuestión de tiempo); sus calles y banquetas que los ciudadanos no reconocen apropiadas, ni propias; muchos días al año a su otrora cielo azul hay que intuirlo por encima de una nata que pacientemente esparcimos, o es cosa de esperar a que sople el viento para verlo. Ciudad cuyas señas de identidad cultural y su gente (contenido) no corresponden con la deformada Guadalajara (continente) convertida en urbe para unas y unos que no somos nosotros, y para un tipo de vida que a casi nadie satisface, como debería. De vuelta a Ciudad poema, del texto de Ana María Vargas Vázquez: “¿Cómo habitar una ciudad que cambia / sin preguntar a nadie? / ¿Qué ha quedado para mí? / ¿Qué ha quedado para nosotros” / ¿Cómo habitar una ciudad que se destruye a sí misma, mientras me reconozco o me pierdo?”Por la degradación física de la ciudad, por el deterioro de la convivencia y porque a pesar de todo es económica y culturalmente potente, la sociedad tapatía se siente segura de afirmarse como la que es y puede ir siendo (con todo y su tara de desigualdad), sólo que añorante de una Guadalajara material que ya no existe. El desarrollo de la urbe, gobierno tras gobierno, ha consistido en plantar obstáculos: la movilidad, la falta de agua, la inseguridad pública, la mala calidad del aire, la desfiguración de su faz, las distancias. Podríamos sugerir una definición que encaja en la Guadalajara de hoy (al área metropolitana entera): ciudad por mientras. Mientras haya agua. Mientras no haga tanto calor. Mientras pase el camión. Mientras no me asalten. Mientras doy con banquetas para caminar sin riesgo. Mientras haya algunas, algunos que cumplan las leyes y los reglamentos. Mientras no se inunde. Mientras queden árboles. Mientras la vida no se consuma en ir de un lado a otro. Mientras de noche y a cualquier hora, en la calle, donde sea, pueda estar segura. Mientras resisto como afortunado con casa-empleo-salud. Mientras Guadalajara no termine abismada por el desdén y la incompetencia de sus administradores, también de sus habitantes. O sea, ciudad que es tal -conglomerado de gente cuya organización, política, administrativa, económica y material es funcional para que todas y todos vivan bien- en tanto duran los arreglos institucionales, legales y físicos en buen estado, lo que ocurre por periodos breves y diferenciados de comunidad en comunidad. Ciudad por mientras, hasta que el caos, la violencia, la corrupción y el individualismo pernicioso terminen por vencer. Por mientras sean posibles libros como Ciudad poema. La ciudad en voz de poetas jaliscienses del siglo XXI: reseña, nostalgia, soledad, sueños, coraje, esperanza.agustino20@gmail.com