Lo que ocurre en el Parque Revolución (o Parque Rojo) es complejo.Desplazaron a más de mil 250 comerciantes irregulares -según datos de los afectados- que desde hace cinco años comenzaron a instalarse los sábados en ese punto. El 24 de abril, el Ayuntamiento tapatío aisló con un enmallado las dos secciones del parque. Las obras, parte del mejoramiento urbano para el Mundial 2026, costarán 23 millones de pesos y tardarán cinco meses. Los comerciantes reclamaron la falta de socialización de la obra. El viernes protestaron en Palacio Municipal y el sábado cerraron Avenida Federalismo y Juárez e instalaron sus puestos sobre la vía pública (amagaron con hacerlo cada sábado). Las consignas en carteles colgados en el enmallado expresan un sentimiento grupal de arraigo y necesidad: “Soy comerciante, soy estudiante, gracias al Parque Rojo puedo pagar la uni”. “Sin solución hay exclusión”. “No somos delincuentes, solo queremos trabajar”. “No es sólo un bazar, es una comunidad”. “Cinco años pedimos regularización y no nos escucharon”. “Con esto pagaba mis estudios”.La autoridad no está ante un tianguis ordinario. La historia de este espacio surgió desde la resistencia y la fraternidad. Comenzó con las llamadas “nenis” que acudían a entregar en el parque los productos que comercializaban en línea.Así nació “La Mercadita” que se estableció del lado de Pedro Moreno, ocupando casi una tercera parte del tianguis. Sólo ingresaban mujeres. Las vendedoras son jóvenes, madres jefas de familia y mujeres vulnerables. Cualquiera puede vender; no hay cobro. Con el tiempo, se sumaron otros sectores. Mirza Valadez, integrante de la zona mixta del bazar, como ellas le llaman, me contó que tienen un esquema autogestivo. Hay alrededor de 25 coordinadores y coordinadoras elegidos por sus pares; estos líderes asignan espacios y mantienen el orden sin cobro de cuotas. Una parte de su labor solidaria consiste en cooperar, entre todos, para apoyar a otros compañeros. Se entregan despensas, medicamentos, dinero para gastos funerarios y atención de distintas emergencias. Otra característica es el trueque de mercancías entre ellos para la venta. Si bien hay distintos grupos, el bazar del Parque Rojo es, sobre todo, una comunidad diversa. Desde hace dos años, me contó Valadez, han buscado regularizar su situación con propuestas formales a la autoridad que incluían censo, distribución de espacios y logística. El Ayuntamiento no ha dado seguimiento a su propuesta; nunca los quisieron regularizar, pero tampoco pusieron “orden”. La alcaldesa Verónica Delgadillo y sus funcionarios deben entender que desplazaron a una comunidad, no sólo a un conjunto de comerciantes. La cohesión y capacidad autogestiva de este grupo solidario anticipa una resistencia de largo plazo si no les ofrecen una alternativa real para subsistir. Los “toleraron” durante cinco años y tres administraciones, ¿por qué actuaron hasta ahora? De esto escribo mañana.jonathan.lomeli@informador.com.mx