Domingo, 01 de Septiembre 2024

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Sexenio revelador

Por: Armando González Escoto

Sexenio revelador

Sexenio revelador

Muy pocos autores, contemporáneos a los hechos, se expresaron bien de la vida y de la obra de Miguel Hidalgo, aún los más comprensivos habiendo sido como fueron testigos de los hechos, consideraron que este personaje comenzó un movimiento destructivo, caótico, confuso, equívoco, abundante en decisiones erróneas, ocasión para que todo tipo de malvivientes aprovechara el río revuelto y sacara provecho cometiendo toda clase de crímenes, todo perfectamente documentado, aunque no siempre conocido.

Pocos años pasaron para que analistas más agudos advirtieran que una de las cosas importantes que hizo Hidalgo, fue crear la situación necesaria para que todo mundo mostrara sus cartas, o incluso, sin que él lo pretendiera, el movimiento que inició produjo ese importante resultado.

La vida en las últimas décadas del virreinato no era buena, por lo menos cuatro de los diez obispos que en esos tiempos había en lo que hoy es México, advertían de la fragilidad en que se hallaba la sociedad a causa de una serie de problemas que venían creciendo sin que se les diera adecuada solución, o lo que es peor, algunas de las soluciones, por ejemplo, las reformas borbónicas, lejos de ayudar habían empeorado las condiciones de vida de la gente en todas sus clases sociales. No obstante, la inercia y la misma fuerza de las estructuras mantenía la apariencia de estabilidad y armonía, pero era eso, apariencia, y apariencia altamente inflamable, bastaría una chispa para que todo se incendiara, y esa chispa la produjo Hidalgo consciente o inconscientemente.

Para sorpresa de muchos aquel movimiento hizo caer con inusitada rapidez las caretas de personas, grupos, clases y estructuras, mostrando que, a la hora de defender el propio interés ya tan vejado, la gente estaba dispuesta a lo que fuera, revelando así sus cartas.

Todavía no es tiempo de evaluar el sexenio que concluye, a no ser en cuestiones notablemente evidentes, pero si algo ha hecho desde el principio ha sido obligar a todo mundo a mostrar sus cartas, a exhibirse, ofreciéndonos un panorama impensadamente diverso, múltiple, insospechado. Quienes creían que la izquierda en el gobierno contaría con el apoyo incondicional de determinados movimientos radicales y violentos, se equivocaron, quienes pensaban que su condición privilegiada equivalía a ser mayoría, erraron igualmente, de pronto cada grupo, cada clase social, incluso cada persona, tomó conciencia de su manera de ser y de pensar, de ubicarse más plenamente en su identidad y, lamentablemente, de usar esta toma de conciencia como ocasión de señalar y excluir, los “fifís” se sintieron muy fifís, y los “chairos”, muy chairos. Sea por razones de recursos, acceso tecnológico o por cualquier otra, hubo una verdadera guerra de lodo del más variado tono que a la fecha no ha cesado. El que vota por éste o aquélla es “imbécil” por decir lo menos, señal que no sabe leer ni escribir, pero ni siquiera pensar, o que es hambreador, beneficiario del sistema corrupto.

Porque somos una sociedad con cierta herencia ética, pronto comenzó a divulgarse la frase “los buenos somos más”, lo que hizo de esa ética o lo que de ella queda, una ética farisaica y maniquea por la cual los que se sienten “de los buenos”, consideran tener el poder para señalar a los malos, y darle gracias a Dios porque no son parte de esa “chusma” pecadora. Sin duda un sexenio que ha hecho mostrarse a cada cual tal cual es.

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