Normalizamos la violencia, el agua turbia del SIAPA, los tarifazos de los ayuntamientos, las cuotas a cuates, los guardaespaldas para los compas, que el gobernador refundador huyera del país en cuanto terminó su sexenio y hasta que Felipe Calderón siga en libertad.Ahora normalizamos que Guadalajara amanezca con una nata de smog cada 25 de diciembre y 1 de enero. Ya no es nota: ya es costumbre.Este arranque de año, por supuesto, no hubo excepción. Con la mitad de autos en circulación (o menos), las autoridades nuevamente tratan de sembrar lo que ocurre en cada inundación: la culpa es de la gente, de quien quema pirotecnia, fogatas y llantas. Y la razón les asiste… a medias.La ya tradicional nube de contaminación es tan difícil de disolver como los intereses políticos y económicos que perpetúan el problema. ¿Cuándo ha salido un gober, alcalde o alcaldesa a decir que las industrias son el principal problema para los pulmones de ocho millones de jaliscienses? Citando a un clásico: El mundo se consume en dinero. El dinero es dinero. Aprende algo, dinero.Por un lado, los autos contaminan, sí. Pero a pesar de que el tráfico era mínimo debido a que la mayoría de la gente estaba de vacaciones, los índices de contaminación del aire se dispararon. ¿Qué nos prueba esto? Que los vehículos no son, ni de lejos, los principales responsables de este desastre ambiental.Sin embargo, hay una mirada selectiva por parte del Gobierno (el que sea) cuando se trata de repartir culpas y soluciones. Con un matiz distinto que ahora implica más sonrisas que regaños, el gobernador Pablo Lemus insiste en un mecanismo que podría ser relevante si se aplicara en un contexto más amplio: verifica tu auto primero; luego ponemos en regla a las industrias altamente contaminantes.Porque, sí: pese a estar señaladas reiteradamente como las principales emisoras de partículas dañinas para el organismo, éstas continúan operando con una preocupante impunidad.Esta inacción contrasta brutalmente con la severidad que se tiene hacia el sector que impunemente instala las demoniacas portaplacas. Y luego está la promesa de que la verificación no tendría costo, pero sí la amenaza de retener tu unidad si no pasa la prueba en tres intentos.El enfoque no es sólo injusto, también es una señal alarmante de cómo las políticas ambientales pueden ser torcidas para favorecer a los más poderosos. Y ojo: no se resta culpa al automovilista que circula como chimenea, pero sí se destaca que eran muchos menos en el arranque de año y de todas formas Guadalajara se convirtió en Silent Hill.Las consecuencias de esto son palpables. Todos conocemos a alguien que pasó la Navidad y el Año Nuevo con una enfermedad respiratoria. Y aunque los más vulnerables son los niños, ancianos y personas con condiciones preexistentes, también a la gente “sana” la golpea. Porque, asústate mucho, inhalar aire negro impacta hasta en tu rendimiento sexual.Pero que te reproduzcas, o no, de poco importa. Las industrias siguen generando deliciosísimas pacas de dinero. Normalicemos el smog… ni que jodiera tanto.De esta forma, la estrategia del nuevo Gobierno, el del Estilo Jalisco, siembra un antecedente pernicioso. Al centrarse exclusivamente en los automovilistas y dejar a las industrias al margen de medidas reales, se construye un discurso donde, una vez más, los del poder y la riqueza quedan exonerados y las responsabilidades recaen sobre quienes tienen menos capacidad de defensa.Y esto no solo es un error técnico, sino también un acto de profunda injusticia social, porque resolver este problema urge de una visión integral que incluya sanciones efectivas para las industrias, incentivos para la transición a tecnologías limpias y una verdadera voluntad política para atacar las causas desde la raíz.Y mientras esto no suceda, la calidad del aire en Guadalajara seguirá siendo un recordatorio visible (y asfixiante) de un Gobierno que elige ver hacia otro lado cuando más importa.