Cada año ocurre el mismo fenómeno, como si fuera una ley natural que nadie se atreve a cuestionar: diciembre es el mes más rico; enero, el más pobre.Santa Claus tiene su origen en San Nicolás de Bari, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad, especialmente hacia los niños y los más necesitados. Su figura se popularizó durante siglos por Europa hasta que llegó a América con inmigrantes holandeses. Pero fue en 1931 cuando Coca-Cola lo rediseñó: lo vistió de rojo, lo volvió sonriente y bonachón… y lo transformó en lo que hoy conocemos.Así, aquel símbolo de bondad se convirtió en el genio del marketing y en el vehículo cultural perfecto para justificar el consumo sin culpa… y promover una pésima educación financiera desde la ingenuidad de la infancia.La Navidad se desvirtuó. Sentimos que tenemos que regalar. Y si no lo hacemos, pareciera que fallamos como padres, parejas, hijos o amigos.Aquí comienza la paradoja: Santa Claus no es un sabio generoso ni un ícono religioso. Santa Claus es, quizá, la estrategia de marketing emocional más exitosa de todos los tiempos.Llamamos con resignación “la cuesta de enero”, como si fuera una tradición más del calendario. Pero detrás de esa frase hay realidades duras: tarjetas reventadas, casas de empeño saturadas y una angustia financiera que puede durar hasta marzo.En diciembre llegan los bonos, los aguinaldos, las utilidades. Pero también llegan las frases con trampa: “Solo se vive una vez”, “Para esto trabajo”, “Ya me lo merezco”, “Es diciembre, se vale todo”.Y claro que se vale disfrutar. Lo que no se vale es hipotecar enero por una felicidad de 72 horas basada en el consumo. Porque enero no perdona. Es el mes más largo y más exigente. Vienen los pagos anuales, las colegiaturas, la vuelta a la rutina… y la cuenta pendiente de nuestra euforia navideña.Una sociedad sin educación financiera está condenada a repetir este ciclo. La educación financiera no se enseña con un Excel. Se enseña en cada decisión que tomamos:Al enseñar a nuestros hijos que el valor de un regalo no mide el amor.Al dejar de usar las emociones como excusa para gastar más de lo que tenemos.Al atrevernos a decir: “la verdad… no lo necesito, ¿para qué lo compro?”Al separar una parte del aguinaldo para enero.A veces, el mejor regalo es un abrazo, una carta, una cena sencilla, un “te quiero” o un “te extraño”.P.D. Este año, en congruencia con esta columna, les pido a mis amigos, familiares y seres queridos que me encantaría recibir de ustedes una carta, un dibujo, un recuerdo… mucho más que una corbata o una botella. Algo que no se guarde en un cajón, sino en la memoria.