Viernes, 22 de Noviembre 2024

Arcediano, el pueblo fantasma en el fondo de la Barranca

Por décadas fue un pueblo habitado y tranquilo, hasta que la planeación de una presa que nunca se concluyó desalojó a sus habitantes y los exilió al olvido. Hoy no es más que un recuerdo 

Por: Fausto Salcedo

Habitantes de Arcediano en el puente del mismo nombre, antes de que el pueblo desapareciera. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 

Habitantes de Arcediano en el puente del mismo nombre, antes de que el pueblo desapareciera. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 

El pueblo se encontraba en el fondo de la Barranca de Huentitán, a un costado del Río Santiago, entre huertas de mangos, laderas de huizaches e hileras de guamúchiles. Para llegar a Guadalajara, había que subir kilómetros de senderos de piedras montado en burros, caballos, con suerte en automóvil, y la mayoría de las veces, a pie. La gente de ahí, a pie, llegaba a todos lados. A los que venían de arriba, de la ciudad, se les llamaba paseantes. Iban y venían, se los llevaba el viento de la primavera de siempre en el fondo de la Barranca, eran ensoñaciones del domingo. Ahí abajo todos se conocían; habían crecido juntos.

Era el pueblo de Arcediano. Sus habitantes vivían de la ganadería y la siembra, y cuando en el río todavía había vida, de pesca. No era una cotidianidad fácil, sino más bien marcada por la carencia y las dificultades económicas, pero la gente era feliz en su espacio de arboledas y mediodía de ciruelas bajo los barrancos. Era su espacio, era su lugar en el mundo: era su casa. Los hombres se internaban en el Río Santiago, cuyo afluente conocían desde siempre, y pescaban.

Escena típica de la cotidianidad de Arcediano. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

Cuando al agua le daba de lleno la luz, podían verse a los peces nadando bajo los rizos de la corriente, entre las hierbas de la orilla y los juncos. Las mujeres destripaban a los bagres frescos, los asaban al aire libre bajo los mangos y los guayabos antes de que los niños regresaran de la escuela, localizada bajo la sombra de los cerros. Las horas del día estaban marcadas por las campanadas de la iglesia, cuyos tañidos trepaban por los muros de la Barranca, asiéndose en el aire.

Cerca de doscientas personas vivían en aquel rincón atípico de nuestra geografía; Arcediano se encontraba a 500 metros bajo el nivel del mar respecto a Guadalajara, en el fondo de la Barranca de Huentitán. Llegada cierta hora del día, ya no caía la luz del sol. Se perdía en el cielo, más allá de la Barranca, en algún horizonte distante que quizás podía verse desde la ciudad, cuando el sol en llamas se hunde en el otro lado del mundo. Es decir: los barranqueños de Arcediano nunca pudieron contemplar amaneceres ni atardeceres. Se los impedían los altos muros de la Barranca.

Antes era posible pescar en el Río Santiago, muchos años antes de la contaminación irreversible. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 
Panorámica del pueblo de Arcediano y su puente desde los cerros de la Barranca. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 
Habitantes de Arcediano. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 

En cambio, los habitantes de Arcediano tenían infinidad de lazos de papel picado agitándose entre los huizaches, las fincas enlamadas y las astillas de los postes de luz, vacas y gallinas andando a su gusto entre sus universos más allá de los corrales, muros de piedra donde se enredaban los rosales, niños jugando entre los huertos de mangos, en el desorden dejado por el aleteo de las mariposas. Por las mañanas, el despertar de los pájaros era ensordecedor. Muchas veces llegaron a ver guacamayas. Llegaron a ver coyotes, coatíes, jabalíes, y tantas otras cosas que la gente de Guadalajara solo podría asociar con los delirios de la imaginación, pero que aquí abajo los barranqueños entendían. 

Los caballos, los burros, carros y personas transitaban sobre el puente colgante, coronado de bugambilias, donde un hombre, José Pomposo Celis, pasaba las horas de todos sus días cobrando un peso a cada persona que cruzara al otro lado. Mucha de la economía de Arcediano giraba en torno a los paseantes y senderistas de la Barranca, a los cuales el pueblo ofrecía comida, aguas frescas, cerveza, frutas, mangos barranqueños, hospitalidad, sonrisas y conversaciones que se prolongaban más allá del crepúsculo. Conversaciones de cuando los jóvenes todavía eran niños, del año de la inundación, de cuando llegó la luz; el presente tiene siempre la característica confusa de vivirse desde el ayer. 

Escena de la cotidianidad de Arcediano. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Para cruzar el puente, era necesario pagar un peso. En la imagen, José Pomposo Celís, el hombre que toda su vida se dedicó a cobrar el peaje. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Hombre cruzando junto con su cabello el puente de Arcediano. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

La vida transcurría en un tiempo distinto allá abajo, en Arcediano. El servicio de luz no llegó sino hasta la década de los 80, aun cuando a menos de diez minutos del pueblo se encontraba la localidad vecina de las Juntas, donde había una planta hidroeléctrica que proveía de energía a distintas fábricas del valle de Atemajac y a la zona metropolitana, y que estaba habitada por los mismos trabajadores de la central. 

Desde Arcediano, para llegar a Guadalajara, era necesario cruzar el puente, y subir cuesta arriba la Barranca, casi 4 kilómetros entre piedras, huizaches y el calor de las 4. Hoy, cuesta imaginarse algo semejante en un sitio donde la única realidad es la del agua contaminada del Río Santiago, fincas trepanadas por hierbas tenaces donde habitaron generaciones de familias, y el abandono absoluto. Pero había vida. 

El puente de Arcediano y el Río Santiago

El Puente de Arcediano, colgando sobre el Río Santiago, uniendo las dos secciones del pueblo. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

El pueblo de Arcediano estaba dividido por el río Santiago y sobre este había un enorme puente colgante, el cual le dio nombre a la localidad, y que a su vez le otorgó su seña identitaria ante el mundo. El puente de Arcediano fue inaugurado en 1888 por empresarios de una hacienda local, que tuvieron la necesidad de sortear las aguas del Río Santiago ante las dificultades que presentaba para la economía y el transporte de mercancía. Antes del puente, la única manera de cruzarlo era por medio de canoas administradas por los hacendados, pero de todos modos era un mecanismo difícil, y el tránsito se interrumpía por completo ante las crecidas del río en los temporales de lluvia.

La necesidad del puente era imperante, y se construyó en el paso de Arcediano, que era el lugar más conveniente dadas sus condiciones. Una vez edificado, el puente de Arcediano fue el segundo puente colgante en México, y el tercero en todo el continente americano, tan solo después del Brooklyn en Nueva York. Por muchos años fue la única vía de comunicación y la puerta de ingreso entre Guadalajara, Zacatecas, Ixtlahuacán del Río y demás comunidades y municipios aislados de los Altos de Jalisco, y también fue escenario de cruentas batallas durante los años de la Revolución y la Guerra Cristera. El puente era un monumento histórico, era historia viva. 

El puente de Arcediano a principios del siglo XX. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Placa que da fe de la relevancia histórica del Puente de Arcediano. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Por décadas, el Puente de Arcediano y el Río Santiago convivieron en un diálogo común. Río que a veces podía ser un remanso donde jugaban los niños y donde las mujeres mojaban sus pies a la luz tibia de la tarde; en otras ocasiones, si el temporal era en especial devastador, el cauce devoraba y destruía en segundos lo que al hombre le había tomado años. Hubo un momento de la historia en el que aquel río tuvo vida y en el que los barranqueños pescaban e incluso nadaban; después se convirtió en un vertedero irremediable que en su tránsito arrastra la podredumbre de las ciudades. Desechos ganaderos, industriales, químicos: desechos de todo lo habido y por haber.

En 2008, el niño Miguel Ángel López Rocha, de tan solo 8 años de edad, jugaba a un costado del río Santiago cuando cayó a sus aguas. Estuvo en coma por diecinueve días, después de que tragara agua revuelta con heces fecales, y con un nivel de arsénico 400 veces mayor al que puede tolerar el cuerpo humano. No sobrevivió. El arsénico es una de las tantas cosas que las empresas y las fábricas arrojan al río. Eso es ahora lo que lleva siendo desde hace años; veneno vivo. No obstante, hubo también un tiempo de nuestra historia en que las autoridades de Jalisco concibieron la idea de alimentar a Guadalajara con las aguas de ese río. 

El puente de Arcediano, ya con las aguas contaminadas del río Santiago. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

Arcediano jamás fue un lugar solitario. La gente iba y venía, bajaba y subía, y así había sido siempre, desde hacía un siglo atrás. Deportistas, senderistas del fin de semana, tapatíos curiosos que veían en la Barranca un respiro de la ciudad. No obstante, las cosas cambiaron cuando, en 2002, el pueblo empezó a recibir visitas de gente del gobierno. Venían peinados, con ropas frescas, sonrisas resplandecientes y discursos lenguaraces, y traían consigo una comitiva de ingenieros que empezaron a tomar medidas del puente, que analizaron las condiciones de las aguas, y que parecían hasta capaces de cambiar el curso de la luz. Uno de aquellos hombres traía para los pobladores de Arcediano una carta simple en la que indicaba que el gobierno de Jalisco tenía planes de construir una presa.

En su momento nadie le prestó mucha atención. Un año más tarde, ya era una realidad: Arcediano desaparecería para dar lugar a un proyecto salomónico y sin sentido que cambiaría la vida de todos para siempre. 

La presa de Arcediano: el proyecto fallido 

Cortina de concreto que pretendían construir en el fondo de la Barranca de Huentitán. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

El gobierno de Jalisco pretendía construir una presa en el fondo de la Barranca de Huentitán, para abastecer a la zona metropolitana con las aguas del Río Santiago. No era un proyecto nuevo; desde los 90 la tentativa ya discurría entre los más altos sectores gubernamentales, pero cuando se oficializó, infinidad de expertos desacreditaron la propuesta con argumentos determinantes. El agua del río Santiago no era ni de lejos apta para el consumo humano, además de que las condiciones naturales de la Barranca y su falla geológica complicaban la construcción de la gigantesca cortina de concreto con la que se pretendía retener el agua del río.

No obstante, a costa de todo razonamiento, los gobiernos de Francisco Ramírez Acuña y Emilio González Márquez insistieron con el proyecto, y el 27 de octubre del 2003, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) aprobó el proyecto de la presa. El bosquejo inicial del Gobierno de Jalisco indicaba lo siguiente: 

"Objetivo de la construcción de la Presa: Pretenden aprovechar las aguas de los ríos Verde y Santiago con una infraestructura hidráulica que costará 6 mil 700 millones de pesos. Con la presa se pretende satisfacer las necesidades de agua durante tres décadas. La presa de Arcediano que pretende surtir de agua a Guadalajara se ubicará delante de la unión de los ríos Verde y Santiago para aprovechar el líquido de los dos afluentes. Cerca de 170 personas que vivían en Arcediano fueron indemnizadas para desalojar el área. El histórico puente colgante del siglo XIX ubicado en Arcediano, tendrá que ser reubicado".

EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Representación en maqueta de la fallida presa de Arcediano. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Cortina de concreto que pretendían construir en el fondo de la Barranca de Huentitán.  EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

No hubo nada que hacer para la gente que vivía ahí, en el fondo de la Barranca. Sus protestas fueron en vano. El gobierno no los escuchó. Los argumentos de los expertos no convencieron a nadie. La gente que llevaba viviendo ahí toda su vida vieron cómo las maquinarias derrumbaban las fincas, aplanaban el suelo, derribaban los árboles y acababan con todo vestigio de los recuerdos. Para 2008, Arcediano era puras ruinas, ya no existía. El puente histórico desapareció para siempre estacazos de dinamita, y se construyó una réplica inexacta que situaron a 800 metros de distancia de su lugar original.

El puente de Arcediano, ya siendo desmantelado. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

El gobierno de Jalisco recurrió a las mismas prácticas históricas de la infamia: amedrantamiento, amenazas, promesas irrisorias, desplazamientos forzados, indemnizaciones de burla. Fue para nada: en 2009, después de nueve años, más de 700 millones de pesos malgastados, y un pueblo desplazado, la presa de Arcediano fue relegada al olvido cuando se comprendió que, como se dijo al principio, siempre fue inviable. La tentativa jamás se concretó. Los pobladores de Arcediano fueron deplazados hacia Huentitán y las colonias circundantes, sin árboles, sin trinos de pájaros, sin justificación para los recuerdos, y sin la oportunidad de regresar de nuevo al lugar donde habían nacido. 

La increíble y triste historia de Guadalupe Lara y el gobierno desalmado

"Guadalupe Lara, la única mujer que queda en Arcediano": El Informador, 24 de julio del 2004. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Guadalupe Lara fue la única persona en Arcediano que no aceptó dejar su casa. Fue inmune a las negociaciones del gobierno. No consideró indemnizaciones, por más jugosas que fueran. Ningún argumento convincente bastó para considerar siquiera habitar otro lugar distinto al que había crecido. Lo que no sospechó es que esa reticencia a no dejar lo suyo habría de cambiarle la vida, y no necesariamente para bien. 

Guadalupe había crecido en Arcediano. Las carencias de la infancia y vivir en los límites de la pobreza encontraron justificación muchos años después, cuando comprendió que siempre había sido feliz entre los maizales, los mangos y los huertos de la Barranca. Jamás quiso casarse, y se dedicó a cuidar a su madre en la vejez. No era una mujer indecisa, y mucha de la visión de su vida provenía de la disciplina un tanto inflexible de las franciscanas: castidad, pobreza y obediencia. Fue por eso que cuando comprendió que las autoridades de Jalisco pretendían arrasar con Arcediano, no dudó un instante en defender lo suyo. 

Guadalupe, por su propia iniciativa, escribió una carta enérgica a un periódico local en la que narró el sentir del pueblo ante la presa, y en la que dejó clara su inconformidad. Ahí empezó su calvario: los reporteros ávidos de los noticieros locales bajaron hasta Arcediano, dieron con ella, y la grabaron leyendo la carta que había escrito con su puño y letra, seguida de una ronda de aplausos entusiastas. Cuando menos se lo esperó, ya la habían nombrado líder del movimiento contra la presa.

Guadalupe Lara. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Distintas asociaciones ecologistas y cívicas se unieron a su causa. La llevaron a conferencias en diferentes estados de México que nunca imaginó conocer bajo esas circunstancias, era requerida en reuniones y entrevistas donde la consideraban un ejemplo y un estandarte de la resistencia. Los reporteros y los medios de comunicación no le daban tregua, y le preguntaban de modo malicioso que cuánto dinero quería que le diera el gobierno, que por qué no se rendía, que no fuera tan ambiciosa. Guadalupe nunca modificó su postura: no era dinero lo que buscaba. 

Guadalupe se echó al mundo encima. Ante la presión y del miedo ejercido por las autoridades para apresurar el desalojo, la misma gente del pueblo comenzó a tacharla de revoltosa y problemática, mientras que el Gobierno de Jalisco la llamó invasora, y la violencia pasiva contra ella comenzó a adquirir un matiz distinto. Sus vecinos, amigos y familiares se lo advertían: "te van a matar".

La historia misma le decía que todas las personas que se enfrentan a las autoridades terminan muriendo en circunstancias ventajosas y jamás esclarecidas, y ella estaba adquiriendo tanta notoriedad mediática que la idea de compartir un destino semejante no parecía tan distante. “He perdido la amistad con todos, pues dicen que los estoy hundiendo y que ya no los meta en mi lucha”, escribió Guadalupe en el libro donde narró su odisea infructífera.

EL INFORMADOR/ ARCHIVO
"Viva Arcediano ¡NO! a la presa". EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

En realidad, a Guadalupe no le preocupaba la muerte. Si de algo habla la religión católica, es de la muerte. No obstante, la vida se le volvió un infierno. Se vio obligada a encabezar una lucha que con el corazón defendía, pero a la que habían arrastrado los medios de comunicación y otros sectores que necesitaban la figura de un líder para justificar la lucha contra las autoridades de Jalisco y las inconsistencias de la presa. También era el pretexto perfecto para los partidos políticos y los empresarios que de cualquier modo buscaban desacreditar al gobierno en turno. 

Guadalupe luchó hasta las últimas consecuencias. Fue quedándose sola en Arcediano. Los pobladores se fueron una vez aceptaron los pagos del gobierno. Vio cómo demolían las casas de sus vecinos, luego la escuela, luego la capilla con la imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona del pueblo, a la que celebraban cada año, el último domingo de noviembre. Luego dinamitaron el puente mismo, que por tantas décadas fue el lucero identitario del pueblo. Puente donde pasaron mercancías, dando pasaron personas, donde pasaron amores. Algo se rompió dentro de ella. 

Finalmente tuvo que abandonar Arcediano, y mudarse a un departamento en Guadalajara que llenó de plantas y de pájaros para conjurar de algún modo las celadas de la melancolía y sus crepúsculos en la Barranca. Su madre, ya en la demencia, falleció poco tiempo después, extrañando Arcediano. Guadalupe se enteró que muchos ancianos de la comunidad no duraron mucho tras el desplazamiento, y ella está convencida de que se murieron de tristeza. Los niños preguntaban confundidos que cuándo regresarían a la Barranca. "Esta no es mi casa", escribió Guadalupe. "¿De qué vas a vivir? (...) Te sacaron a morir a los arrabales de Guadalajara". 

Guadalupe Lara, posando en su casa en Arcediano, la número 65, donde vivió más de la mitad de su vida. Puede leerse a un costado: "Casa de Pita". ESPECIAL

Le quedó el consuelo de haber sido, hasta el final, la única persona que no vendió lo suyo y que fue fiel a sí misma. Resistió en Arcediano hasta el último momento, se enfrentó a su familia, a su propio pueblo, a las crueldades de tres gobernadores que a lo largo de 9 años insistieron en construir la presa insostenible, y que antepusieron sus caprichos a la realidad. El tiempo le dio la razón: la presa de Arcediano fue desde siempre una locura que le costó a Jalisco 700 millones de pesos. 

Guadalupe Lara pudo perder la lucha de Arcediano, pero la vida la encausó a otras causas sociales a las que apoyó sin hesitaciones; fue defensora de Temacapulín, otra comunidad que estuvo a punto de desaparecer por otra presa que pretendía construir el gobierno de Jalisco, y que ahora es uno de los Pueblos Mágicos del estado. 

"Siempre tratamos de compartir la lucha, que no les pase a ellos eso", dijo Guadalupe. Arcediano, de algún modo, vive en su memoria, es parte de ella, y lo lleva consigo. En ella siguen habitando las aves del amanecer, el cielo cercado por barrancos, el pasado que construyó entre las infinitas huertas de mangos, y el reflejo de las nubes en el río. 


Adiós a Arcediano; el pueblo fantasma, paraíso de los perros, en el fondo de la Barranca

Réplica del Puente de Arcediano, a 800 metros de su lugar original. EL INFORMADOR/ F. Salcedo
EL INFORMADOR/ F. Salcedo
EL INFORMADOR/ F. Salcedo

Hoy, Arcediano ya no existe. No hay más que fincas abandonadas donde deambulan perros de nadie en un paraíso de maleza, calor e insectos. Muros llenos de grafiti, de confesiones de amor. Fincas derruidas en cuyos recintos habitados por las aves hay rezagos de brujería, magia negra, y basura. Kilos y kilos de basura. El Río Santiago es, según el Congreso de Jalisco, el más contaminado en todo México. Es un cauce marrón, lleno de espuma, contrario a la vida.

El puente de Arcediano que hoy existe en el fondo de la Barranca no es más que una réplica, situada a casi cinco kilómetros del mirador de Huentitán el Alto, especialmente visitado los fines de semana por senderistas que desafían a la gravedad subiendo a través de las vías que alguna vez llevaron al pueblo de las Juntas. Es un puente que sirve para las fotografías de las redes sociales, que quizá suscita curiosidades. Nada queda del original donde circuló la vida de un pueblo, donde se enfrentaron batallas históricas, y que fue la única vía de comunicación entre Guadalajara y Zacatecas a principios del siglo XX.

EL INFORMADOR/ F. Salcedo
EL INFORMADOR/ F. Salcedo
EL INFORMADOR/ F. Salcedo

La única realidad en aquellos ámbitos es el silencio, la mirada de las aves. Arcediano no es más que un nombre. Sus habitantes se perdieron en el mundo. No molestaban a nadie, y aun así les quitaron todo.

Hace muchos años, el último domingo de noviembre, los habitantes de Arcediano, al caer la noche, llevaban a la Virgen de Guadalupe hasta su capilla a través de las huertas de mangos y a través del mítico puente colgante. La imagen de la Virgen estaba esperando en los huertos desde un día antes, posada contra el tronco de un mango, donde las mujeres preparaban grandes cazos de birria para los barranqueños, para los danzantes, para el párroco de la iglesia, para la gente que venía de arriba y de todas partes, y la comida era tanta, que ajustaba para todos.

El último domingo de noviembre era un día de fiesta en Arcediano: en la imagen se contempla la procesión que llevaba a la Virgen a través del puente, rumbo a su capilla. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 
Fiesta patronal el último domingo de noviembre en la plaza principal de Arcediano. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 
Niños de Arcediano. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 

Una vez caía la noche, la celebración se apoderaba del pueblo. Las calles de Arcediano eran una fiesta de calor y de color. En la plaza principal se encendía un castillo, que una vez en llamas echaba sus luces y sus pirotecnias a lo largo de los grandes muros de la Barranca, y los cohetes salían disparados, y los perros ladraban y huían despavoridos, y las parvadas confundidas volaban a horas en las que se suponía que no debían hacerlo mientras el torito en llamas, escupiendo pirotecnia, perseguía a las personas que huían a carcajadas.

La gente bailaba y conversaba, abundaban las cervezas y la comida, y el estrépito se escuchaba a lo largo y ancho de la Barranca como un desorden de guerra, en el que todos sabían que el día se demoraría en llegar, y no había otro pretexto más grande para vivir. No importaba entonces, no importaba nada: era una noche de fiesta, una noche de novios repentinos y romances subrepticios, una noche feliz, y nadie sabía que faltaban muchos años antes de que el gobierno llegara con la idea infausta de una presa que cambiaría sin remedio las vidas de todos, muchos años antes de que supieran siquiera que estaban viviendo sus últimos años ahí.

Nada, no importaba nada: era una noche de amor y de vida, un domingo de fiesta en la Barranca de Huentitán, allá abajo, muy abajo, en Arcediano. 

Habitantes de Arcediano. FACEBOOK/ Hechos y lugares de Guadalajara 

Con información de Universidad de Guadalajara, Gobierno de México, Gobierno de Jalisco, Congreso de Jalisco y el libro "Yo vi a mi pueblo llorar: Historias de la lucha contra la presa de Arcediano", escrito por Guadalupe Lara, la única mujer que se opuso hasta el final y para siempre a las autoridades de nuestro estado y al proyecto de la presa.

Se agradece en especial a Ramón Cardenas, cuya página de Facebook Hechos y lugares de Guadalajara fue fundamental en la redacción de esta nota, y sin cuyas fotografías la misma no hubiera sido posible. 

FS

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