Desde las cuatro y media de la mañana comienza el goteo de mujeres, algunas de ellas niñas, por las calles de un pueblo tojolabal del Sureste de México todavía en penumbra. Caminan en silencio. Unas van a moler maíz para luego preparar las tortillas del desayuno y seguir trabajando en la casa. Otras van a recoger leña que traen en burros. Algunas se apresuran a acabar sus tareas para llegar puntuales a la escuela.Horas más tarde, toca hablar. Un grupo de chicas y chicos se acomodan en un aula del bachillerato de Plan de Ayala para reflexionar sobre su futuro, la igualdad de género y el papel de las mujeres en esta remota comunidad indígena del Estado de Chiapas, el más pobre de México.Jeydi Hernández de 17 años, quiere ser veterinaria y jugar al baloncesto, aunque su primer intento de formar un equipo fracasó. “Éramos 12 pero mis compañeras se casaron y sólo quedamos cuatro”. Madaí Gómez, de 18, se queja de no poder opinar en su propio pueblo. “Ellos piensan que las mujeres no saben”.Dos mujeres indígenas dirigen la charla, a la que asisten docenas de jóvenes. Hace años, una iniciativa así no habría tenido tan buena acogida, dicen las educadoras. El cambio llega, aunque lentamente.Hace 70 años que las mexicanas lograron el derecho al voto y el país se alista para elegir a su primera presidenta pero algunas mujeres indígenas que votarán el próximo 2 de junio, siguen sin tener voz en sus propias casas o en sus comunidades. En Plan de Ayala, igual que en otros rincones de México, las mujeres no pueden ser autoridades. Los hombres establecen las prioridades.AP La situación de los pueblos indígenas irrumpió en la escena política internacional desde Chiapas en 1994 cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) declaró la guerra al Estado. El movimiento zapatista, que tuvo una inusual participación de mujeres, no pretendía tomar el poder sino obligar al Gobierno a tomar acciones concretas para reducir el racismo, la marginación y el olvido en el que vivían millones de personas casi llegando al siglo XXI.Doce días de guerra y años de negociación y discusión política -que incluso llevaron a una mujer zapatista a hablar desde la tribuna del Congreso- culminaron con la reforma constitucional de 2001, que reconoció el derecho de los pueblos originarios a decidir sus formas internas de organización, su derecho a conservar su lengua, tierras e identidad cultural y a mejorar el acceso a derechos básicos como la atención sanitaria y la educación.Esto permitió a muchas pequeñas comunidades indígenas autogobernarse y abrió la posibilidad de que eligieran a sus líderes sin influencia política nacional. Pero también hizo que el Gobierno federal mirara con frecuencia hacia otro lado cuando esas costumbres locales contradecían derechos básicos, como la igualdad de género.Tras el levantamiento zapatista, las mujeres indígenas se sintieron animadas a luchar por sus derechos en sus comunidades y en algunos lugares lo lograron. Falta un plan de trabajo claro CT