Martes, 16 de Abril 2024
Suplementos | V Domingo de Cuaresma

El amor se entrega sin reserva

Solo el amor puede destruir la muerte y hacernos capaces de renunciar a nosotros mismos e ir al encuentro de nuestros hermanos

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario». WIKIMEDIA/«La resurrección de Lázaro», de José Casado del Alisal

«Gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario». WIKIMEDIA/«La resurrección de Lázaro», de José Casado del Alisal

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ezequiel 37, 12-14.

«Esto dice el Señor Dios: “Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel. 

Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor. 

Entonces les infundiré mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”».

SEGUNDA LECTURA

Romanos 8, 8-11.

«Hermanos: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.

Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.

Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes».

EVANGELIO

Juan 11, 1-45.

«En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.

Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?” Jesús les contestó: “¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.

Dijo esto y luego añadió: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”. Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”.

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.

Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”

Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.

Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.

Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él».

El amor se entrega sin reserva

El evangelio de hoy nos muestra la belleza del amor de Cristo por sus amigos. El amor no es solo una ilusión o un sentimiento que se olvida con el tiempo, sino una forma de vida que se entrega sin reserva.

Cristo ama a sus amigos y llora por su muerte, llora por la falta de fe de muchos de ellos y por la morbosidad de los judíos, que solo buscan ver, pero no creer, porque la fe verdadera exige compromiso y muchos prefieren abandonar la fe o solo buscan por curiosidad los milagros de Cristo sin decidirse a seguirlo con todo lo que ello implica: una vida de santidad y amor.

Nos cuesta ver más allá de lo que nuestros ojos pueden percibir, y aun cuando puedan ver, no aceptan a Cristo en sus corazones porque viven sometidos al imperio de lo material y de lo efímero.

La humanidad ha experimentado la muerte espiritual porque en este tiempo la fe es nula, pues se basa únicamente en sentimientos y costumbres, pero no en el amor, pues es el amor el que da firmeza y fortaleza a la fe para que esta sea capaz, ¡incluso de resucitar muertos! Porque esta sociedad parece haber sufrido la muerte, una muerte espiritual y Cristo quiere resucitarnos. Es tiempo de salir de la muerte y del pecado, para ser rescatados por Cristo.

El hombre que es de Dios, nos dice San pablo, debe llevar una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. ¡Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que hemos sido llamados porque como católicos no nos es lícito vivir de otra manera! Debemos aprender que nuestra vida es santa y valiosa a los ojos de Dios.

Seamos cristianos que vivan plenamente su vocación a la santidad, que seamos capaces de impactar positivamente en nuestra sociedad a través de nuestra vida de gracia y de caridad.

Cumplamos fiel e irreprochablemente todo lo mandado, “hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”, ¡el mandamiento que Dios nos ha dejado como herencia es el mandamiento del amor! No podemos aspirar a algo superior a eso, porque la plenitud de nuestra vida es amar y tampoco podemos conformarnos con menos porque somos hijos de Dios.

Pidamos al Señor la gracia de nuestra conversión, para que seamos capaces de renunciar al mal y nos dejemos guiar por el amor que viene de Dios, ya que solo el amor puede destruir la muerte y hacernos capaces de renunciar a nosotros mismos y morir a nuestro yo, pues esa es la manera en que Cristo nos ha enseñado como es el verdadero amor, ese que es capaz de morir, es decir, salir de nuestro egoísmo e ir al encuentro de nuestros hermanos, sobre todo aquellos que nos cuesta mas trabajo amar.

Fe, vida y unidad

Este mes se cumplen diez años de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como obispo de Roma. En marzo de 2013 Francisco asumió el cargo en una situación bastante atípica, pues lo hizo tras la desconcertante renuncia al papado de Benedicto XVI. No obstante la serenidad mostrada por el pontífice alemán al anunciar su dimisión, tal decisión evidenciaba un momento muy crítico en el seno de la Iglesia católica y de la institución pontificia.

En cuanto a Francisco, durante los diez años de su pontificado, del cual se ha vertido una gran variedad de opiniones, el Papa ha promovido en exhortaciones apostólicas, pero sobre todo en sus encíclicas, los aspectos que considera fundamentales para la Iglesia y la humanidad: lo esencial del misterio de la fe en la vida humana (Lumen Fidei, julio 2013); la apremiante defensa y rescate de la vida en todas sus dimensiones, así como del mundo creado -morada humana, obsequio divino- frente a la depredación y aniquilamiento que surgen de la ambición y el consumismo (Laudato si’, junio 2015); el indispensable rescate y valoración de la auténtica fraternidad y de la vida de toda persona, venciendo la indiferencia, el egoísmo y el “descarte” que se llega a hacer de la gente débil y disminuida (Fratelli tutti, octubre 2020). Esta tercera encíclica que llama a la unidad y dignidad humanas se publicó durante el tiempo de aumento de la pandemia y a los pocos meses de que el mismo Francisco encabezara un momento extraordinario de oración en torno a ese inesperado suceso que cimbraba a la humanidad entera.

En esa oración pronunciada hace tres años (27 de marzo de 2020), el pontífice, al comentar el pasaje de la tempestad apaciguada del Evangelio de Marcos, se centra en los puntos esenciales que menciona en sus tres encíclicas: la fe, el tener presente lo que realmente da y conserva la vida, y no olvidar que la humanidad camina y se salva solamente en unidad, en comunión. Ahora, en el décimo año del pontificado de Francisco, ese mensaje sigue y seguirá vigente en cualquier tiempo, con o sin pandemia.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

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