Viernes, 22 de Noviembre 2024

Forjar consensos

No es posible construir una Guadalajara mínimamente habitable si no hay un acuerdo social sobre nuestro futuro
 

Por: Enrique Toussaint

Se ha cometido el error de pensar que sólo pueden opinar los especialistas, académicos, políticos, empresarios o algún distinguido urbanita. EL INFORMADOR/ J. López

Se ha cometido el error de pensar que sólo pueden opinar los especialistas, académicos, políticos, empresarios o algún distinguido urbanita. EL INFORMADOR/ J. López

Copenhague es hoy la ciudad envidiada. La capital verde de Europa. Y la ciudad más habitable del mundo de acuerdo con los rankings más prestigiados que miden la calidad de vida. La capital danesa es una mezcla de vanguardia y tradición. Una urbe “cero emisiones”, la primera en su tipo. ¿Y cómo llegó Copenhague a ser lo que es hoy? ¿En qué momento pasó de ser una urbe industrial para convertirse en el “pueblo bicicletero” que es hoy? Aunque no crea, esta joya del Norte de Europa es producto de la política.

Copenhague es hoy lo que su sociedad y, por consecuencia, sus representantes políticos decidieron en los años setenta. Si echamos la vista atrás, recordaremos que en dicho decenio tuvo lugar el shock petrolero. En 1973, los países que integran la Organización de Países Exportadores de Petróleo decidieron no exportar más barriles de crudo a aquellas naciones que apoyaron a Israel en las guerras contra los árabes en los primeros años de la década de los setenta. Aquella decisión provocó que los precios del crudo se fueran a las nubes y Occidente se viera en la disyuntiva de reducir su dependencia frente a los productores de petróleo y comenzar a limitar el consumo. El shock significa un antes y un después en el mercado energético global.

Así, Copenhague decidió apostar por un modelo de ciudad que en 30 años lograra la sustentabilidad ambiental. Al principio, una parte de la sociedad no comprendía la apuesta. En pleno auge del desarrollismo y las ideas modernizadoras, la ciudad nórdica optaba por “involucionar”. Adiós a los autos de alto cilindraje, reducción drástica del espacio público destinado a los autos, y canalizar los recursos a transporte público, recuperación de vías para caminar y preferencia a las bicicletas. Hoy, 30 años después, la política ambiental y la agenda verde es compartida por el 90% de las fuerzas política representadas en el consistorio municipal y nadie entendería un viraje en el modelo que sus habitantes impulsar para Copenhague. Un consenso que fue de abajo hacia a arriba, de los ciudadanos a la clase política.

Guadalajara nunca ha tenido nada cercano a un consenso político en la materia. Y político significa llegar a acuerdos entre aquellos que pensamos diferente. Es apostar por un modelo común, a pesar de tener diferencias en muchos terrenos. En la actualidad, Guadalajara se dirime entre los nostálgicos que todavía piensan en que la única forma de salvar a Guadalajara es volver a lo que algún día fue, ese lugar donde todos se conocían, que se podía jugar futbol en la calle, pasear a altas horas de la noche y que los árboles no eran más grandes que las casas. Una ciudad conservadora, guardiana de las buenas costumbres y celosa de lo foráneo. Hasta había otra clima, nos dicen-a pesar de que los registros históricos niegan tal aseveración.

Y aquellos que quieren la Guadalajara moderna, dinámica, desigual y coche-fílica. Esos que piensan que Guadalajara tiene que ser algo así como Atlanta, infestada de vías de alta de velocidad, con suburbios para dormir y un centro para trabajar o ir de turistas. La discusión sobre las ciclovías en la ciudad es un espejo de ese profundo disenso. Así, esa Guadalajara que se dirime entre el enamoramiento infantil a lo que fue y la obstinación en que se convierta en una ciudad completamente insustentable. La diferencia entre unos y otros es política.

Los sexenios panistas privilegiaron absurdamente el uso del automóvil privado. Pasos a desnivel que sirven como auténticos estacionamientos masivos. Inversiones multimillonarias en los corredores norte-sur y oriente-poniente, que no sirven para nada. El transporte público en el abandono y un imaginario de ciudad que busca seducir a quien se percibe como clasemediero -con toda la precariedad que supone pretender serlo en el siglo XXI- con una “vida maravillosa” en los suburbios. Es un modelo de ciudad que comenzó en los ochenta y que hoy demuestra no sólo su insostenibilidad, sino también sus efectos devastadores en la calidad de vida de los tapatíos.

La movilidad y la idea de ciudad provoca discrepancias, pero qué decimos de la urbe desigual e injusta que es hoy Guadalajara. Es increíble que a metros de distancia veas desarrollos como Andares, que serían lujosos incluso en Paris, y cruzando el periférico te topes con las periferias olvidadas, abandonadas por décadas, sin servicios y con una pobreza que lastima. Es imposible construir una Guadalajara con un futuro común, con una identidad compartida, con capital social, cuando los tapatíos coexistimos a diario con dichas asimetrías. Y parece que a nadie le interesa que la urbe de hoy sea tan benévola con los privilegiados y tan cruel con los marginados.

Guadalajara necesita nuevos consensos. No es cierto que los tapatíos queramos la misma ciudad. La nostálgica idea de la Guadalajara de unos contrasta con el modernizador imaginario de otros. Autos y bicis enfrentadas. Peatonalización contra ampliación de vialidades. Una ciudad compacta, multicéntrica o extendida. Y dicho consenso debe surgir desde los vecinos y las comunidades. Se ha cometido el error de pensar que la ciudad es ese cuerpo amorfo sobre el que sólo pueden opinar los especialistas, académicos, políticos, empresarios o algún distinguido urbanita. Guadalajara se ha construido dándole la espalda a la opinión de sus ciudadanos y eso provoca que hoy, en día, nadie tenga la menor idea de que es eso del POT MET o que la participación en los planes parciales sea tan escasa.

Sonará extraño, pero la solución a los problemas que vive Guadalajara reclama un acto previo: que nos pongamos de acuerdo en el tipo de ciudad que queremos. Un consenso de mínimos que nos permita estructurar un plan a 25-30 años, un guion que marque los ritmos de transformación y que delinee responsabilidades en cada ámbito. Un proyecto que no sólo empuje a Guadalajara a ser una urbe más sustentable y con mayor calidad de vida de cara al futuro, sino también más abierta, democrática, participativa, justa, respetuosa de los derechos humanos, amigable con el migrante y solidaria. Necesitamos un nuevo pacto social, pero uno que suba de los ciudadanos a los políticos, un consenso con sustancia y no sólo un eslogan de campaña.

YR

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