Domingo, 26 de Octubre 2025

Destinos en México donde el Día de Muertos cobra vida

La celebración ancestral ilumina la tierra con flores y memoria, uniendo presencia y ausencia entre altares, aromas, música y un profundo homenaje al ciclo eterno de la existencia

Por: Fausto Salcedo

Velas y flores iluminan el lago de Pátzcuaro mientras las familias purépechas honran a sus difuntos en una tradición centenaria. ESPECIAL

Velas y flores iluminan el lago de Pátzcuaro mientras las familias purépechas honran a sus difuntos en una tradición centenaria. ESPECIAL

Hay fechas en el calendario que no son simples días, sino portales hacia otra dimensión. Momentos en los que el tiempo se pliega y los mundos se encuentran, donde el recuerdo se vuelve presencia y los ausentes regresan a compartir el pan, el aroma del incienso y la luz tibia de una vela. 
En México, ese instante cobra vida cada año durante el Día de Muertos, una de las celebraciones más profundas y conmovedoras de su vasto universo cultural. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, esta tradición es mucho más que una festividad: es una filosofía de vida que recuerda que la muerte no es un fin, sino un tránsito, un ciclo donde los espíritus aguardan el llamado de quienes permanecen en este mundo. Cada 1 y 2 de noviembre, ese llamado se materializa en flores, altares, música, comida y memoria.
Más allá de los altares domésticos, la celebración se convierte en un evento comunitario que varía de región en región. En algunos lugares es solemne y silenciosa; en otros, es vibrante y festiva, con comparsas, música y desfiles. La muerte se viste de fiesta porque, en la cosmovisión mexicana, morir no es desaparecer, sino transformarse. Esta dualidad -vida y muerte, luz y sombra, presencia y ausencia- se percibe de manera única en cada rincón del país. Desde los cementerios iluminados por miles de velas en Michoacán hasta las procesiones mayas en Yucatán, México se transforma en un mosaico de rituales, todos diferentes y profundamente humanos.
Uno de los escenarios más impresionantes se encuentra en Pátzcuaro y la isla de Janitzio, en Michoacán. La noche del 1 de noviembre, el lago se llena de botes iluminados con velas y adornados con flores de cempasúchil, mientras las familias purépechas cruzan las aguas hacia la isla para velar a sus difuntos. Las tumbas se cubren con montañas de flores, pan, mezcal, fotografías y recuerdos. Es una ceremonia de comunión entre generaciones, una tradición que ha perdurado por siglos. Los pueblos cercanos, como Tzintzuntzan, Santa Fe de la Laguna y Cucuchucho, mantienen rituales igualmente conmovedores, con altares domésticos abiertos al público y celebraciones que mezclan lo sagrado con lo cotidiano.

Qué hacer en Pátzcuaro y Janitzio:
Participar en la vigilia nocturna en la isla de Janitzio y recorrer las procesiones en el lago.
Asistir a las danzas tradicionales de los “Viejitos” en el centro de Pátzcuaro.
Explorar los pueblos ribereños y admirar altares, mercados y cementerios decorados con velas y flores.
Degustar la gastronomía local, incluyendo pan de muerto michoacano, tamales y buñuelos.
Visitar Pátzcuaro y Janitzio es sumergirse en un México que late entre tradición y belleza natural, un lugar donde los sentidos se activan y la historia se respira en cada calle, altar y balsa iluminada. 
Cada paso invita a conectar con la memoria, la cultura y el alma de un país donde la muerte no asusta, sino que celebra la vida. Para los viajeros que buscan experiencias auténticas, este rincón de Michoacán ofrece la oportunidad de vivir una tradición única, donde la magia se combina con la calidez humana y la fuerza de los rituales ancestrales.

Oaxaca, Oaxaca: un carnaval para los muertos

En Oaxaca, la muerte se celebra con fiesta. Las calles del centro histórico se llenan de coloridos tapetes de aserrín, altares monumentales, desfiles, comparsas y música. Los mercados ofrecen calaveritas de azúcar, pan de muerto, velas y papel picado, mientras que en los barrios tradicionales se realizan “muerteadas”, procesiones burlescas en las que la muerte se representa con humor. El cementerio de Xoxocotlán es el epicentro emocional: allí las familias pasan la noche junto a sus muertos, compartiendo comida, historias y canciones. En cada rincón se respira la idea de que la muerte no es enemiga, sino compañera de camino.

Qué hacer:

  • Recorrer el centro histórico y admirar las ofrendas y decoraciones en casas, plazas y templos.
  • Visitar el cementerio de Xoxocotlán, donde las familias conviven con sus difuntos acompañados de música, comida y velas.
  • Participar en las “muerteadas”, desfiles en los que la muerte se representa con humor, máscaras y bailes.
  • Probar platillos típicos como el pan de muerto oaxaqueño, tamales, chocolate caliente y mezcal artesanal.

Huaquechula, Puebla: altares monumentales

En este pequeño pueblo poblano, el Día de Muertos alcanza una expresión artística única. Las familias construyen altares monumentales para honrar a los fallecidos del año. Estas estructuras, que pueden alcanzar varios metros de altura, están cargadas de simbolismo: telas blancas que representan el cielo, fotografías, flores, veladoras y objetos personales del difunto. Las casas abren sus puertas al público para mostrar estos altares, convirtiendo el pueblo entero en un museo viviente de memoria y devoción. Huaquechula ofrece una experiencia que combina arte, tradición y espiritualidad.

Qué hacer:

  • Visitar los altares monumentales y conocer sus significados simbólicos.
  • Recorrer el exconvento de San Martín, epicentro cultural de la festividad.
  • Participar en las celebraciones comunitarias, desfiles y procesiones.
  • Disfrutar de la gastronomía poblana y productos artesanales locales.

El origen: raíces prehispánicas y fusión espiritual

El Día de Muertos tiene raíces profundas en el México prehispánico, donde pueblos como los mexicas, mixtecos, purépechas y mayas concebían la muerte como un tránsito natural a otra forma de existencia. Las almas eran honradas mediante ofrendas, rituales y festivales; su destino dependía de cómo habían vivido y muerto. Los mexicas celebraban a Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli, dioses del inframundo, con festivales que incluían altares con alimentos, flores y objetos personales.

Con la llegada del cristianismo en el siglo XVI, estas tradiciones se fusionaron con las festividades católicas del Día de Todos los Santos y del Día de los Fieles Difuntos, generando un sincretismo que aún perdura. Hoy, la celebración combina elementos prehispánicos y europeos: altares decorados con papel picado, veladoras, flores de cempasúchil, fotografías, comida y objetos favoritos de los difuntos. Cada elemento tiene un significado: la flor guía a las almas, el agua calma su sed, el pan simboliza el ciclo de la vida y la vela ilumina su regreso.

San Andrés Mixquic, CDMX: la alumbrada que despierta 

En el pueblo de San Andrés Mixquic, al suroriente de la Ciudad de México, el Día de Muertos tiene un carácter profundamente espiritual. La noche del 1 de noviembre se celebra la Alumbrada, una vigilia en la que miles de velas iluminan las tumbas del cementerio. Las familias pasan la noche en compañía de sus difuntos, entre rezos, cantos y el aroma del incienso. Las calles se llenan de ofrendas, tapetes de flores y procesiones que recorren el pueblo. Mixquic ofrece una experiencia íntima y auténtica, ideal para quienes buscan conectar con el sentido más profundo de la tradición.

Qué hacer:

  • Asistir a la vigilia nocturna en el panteón de San Andrés Apóstol.
  • Recorrer las calles decoradas con papel picado y ofrendas comunitarias.
  • Observar los tapetes de aserrín y participar en procesiones tradicionales.
  • Degustar pan de muerto, atole y antojitos típicos en los puestos locales.

Mérida, Yucatán: el Hanal Pixán, la comida de las ánimas

En el sur del país, el Día de Muertos toma otro nombre y otro sentido. El Hanal Pixán, “comida de las ánimas” en lengua maya, es un ritual que honra a los muertos con alimentos tradicionales, altares de tres niveles, rezos y procesiones. La celebración refleja la cosmovisión maya, que ve en la muerte un ciclo natural de regreso a la tierra. 

El “Paseo de las Ánimas” en Mérida es uno de los momentos más esperados: cientos de personas, vestidas de blanco y maquilladas como espíritus, recorren las calles con velas en la mano. En los pueblos mayas, la tradición conserva su carácter más íntimo, con ceremonias familiares y comidas rituales como el mucbipollo, que se entierra en la tierra para su cocción.

Qué hacer:

  • Visitar las ofrendas familiares y probar comidas tradicionales como el mucbipollo, tamales y chocolate.
  • Participar en el “Paseo de las Ánimas”, una procesión en la que los participantes se visten como espíritus y recorren las calles iluminadas.
  • Explorar los pueblos mayas cercanos para vivir celebraciones más íntimas y auténticas.
  • Conocer la historia y simbolismo detrás de los altares de tres niveles y sus elementos.

Cómo llegar desde Guadalajara

  • Pátzcuaro (Michoacán): en automóvil, el viaje dura aproximadamente 4 a 5 horas. También hay autobuses directos desde la Central Nueva a Pátzcuaro o Morelia, con salidas frecuentes durante la temporada.
  • Oaxaca: la forma más práctica es volar desde Guadalajara al aeropuerto de Oaxaca (alrededor de 1 hora 30 min). En temporada alta hay vuelos directos diarios. En autobús, el viaje dura cerca de 10 horas.
  • San Andrés Mixquic (CDMX): puedes volar a la Ciudad de México (1 hora 20 min) y trasladarte en autobús o taxi al pueblo (aprox. 1 hora desde el centro).
  • Huaquechula (Puebla): vuela a Puebla (1 hora 15 min) o viaja en autobús (7-8 horas). Desde la ciudad de Puebla, Huaquechula está a una hora por carretera.
  • Mérida (Yucatán): hay vuelos directos desde Guadalajara (2 horas aproximadamente). Desde Mérida puedes trasladarte en transporte público o tours organizados a comunidades cercanas.

CT

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