Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Desaparecidos de "segunda generación"

Por: Jonathan Lomelí

Desaparecidos de

Desaparecidos de "segunda generación"

¿Por qué desaparecen?

La pregunta taladra la cabeza de cualquiera que intente entender la epidemia de desaparecidos en Jalisco y en México. ¿Por qué desaparecen?...

Cuando inició la guerra contra el narco, el aura del crimen organizado circundaba las desapariciones. La clase gobernante fincó en esa hipótesis su justificación. Como si lo merecieran porque “andaban en malos pasos”.

Tardamos en entender que nadie, incluso un criminal despiadado, merece desaparecer. La balanza de la justicia debe prevalecer por encima del miserable patíbulo de un Estado paralelo. Incluso si la desaparición se liga a actividades ilícitas de la víctima, el Estado no puede renunciar a frenar y castigar un crimen como la desaparición de personas.

Hoy la desaparición y el homicidio se desplazaron hasta alcanzar a víctimas letales alejadas de cualquier razón, justificación o causalidad probable, pero que aún así desaparecen. Me refiero a una especie de “segunda generación” de desaparecidos que no distingue profesión, edad, sexo o clase social. Jalisco encabeza este fenómeno con el mayor número de personas sin localizar en el país.

Un racimo de casos ejemplifican este absurdo criminal. Miguel Alberto Lozano, de 32 años, ingeniero en Electrónica. Acudió en su auto Sonic –de los más austeros en el mercado– el 20 de enero a instalar unas cámaras de electrónicas en Bosques de la Primavera, Zapopan. La Fiscalía confirmó el fin de semana que su cuerpo fue hallado irreconocible tres días después de que un comando se lo llevó. Cuando aún era buscado, su hermano Gabriel declaró como causa probable la molestia de un cliente, pero nada hay oficial.

Daniela, Viviana, Paola y José Melesio, este último estadounidense de origen mexicano, desaparecieron el 25 de diciembre cuando se desplazaban a las 11 de la noche de Jerez, Zacatecas, a Colotlán, Jalisco. Sus cuerpos fueron localizados calcinados en una fosa clandestina. Paola y José Melesio se iban a casar en octubre.

Ángel Daniel, 17 años, estudiante de preparatoria, desapareció el 13 de diciembre en Tlajomulco. Sólo iba a la tienda. Miguel Alejandro Soto Marín, 22 años, estudiante de Ingeniería de Negocios de la UdeG, desapareció el 15 de septiembre en Los Olivos, Tlaquepaque. Sujetos armados ingresaron a su hogar sin razón aparente. Ambos jóvenes siguen inlocalizables. Hace varias semanas que el clamor de sus madres frente a Casa Jalisco dejó de ser noticia.

Y como ellos fueron el menor Eduardo Salomón, los hermanos González Moreno, Wendy Sánchez… la lista, interminable, destella muerte y desaparición. El crimen emblemático que marcó el inicio de este fenómeno ocurrió con la desaparición y muerte de los tres estudiantes de cine en el sexenio de Aristóteles. Allí nos dimos cuenta que algo estaba cambiando.

La única conexión entre todos estos casos sólo se explica bajo la hipótesis del azar y el absurdo. Desaparecemos (así, en primera persona del plural) tal vez por nimiedades: un cliente desafortunado, un incidente vial, una mirada incómoda, un trayecto nocturno entre dos ciudades.

La “teoría de la confusión”, usada por la Fiscalía para explicar estos casos, ha quedado rebasada; evolucionó a un sistema que sigue otras reglas –difusas aún– más allá de la simple equivocación.

¿Por qué desaparecemos? Hay 15 mil 43 razones en Jalisco. Lo sabremos hasta que el Estado aclare, encuentre y castigue a los responsables de cada desaparecido.

jonathan.lomelí@informador.com.mx

Jonathan Lomelí

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